Confieso que empecé a utilizar más la aplicación de WhatsApp, tanto en el móvil como en la web, sobre todo desde marzo de 2020 con el confinamiento.
Muchas entrevistas las hago con esta aplicación en lugar de Zoom, Teams o Google Meet por una razón muy sencilla: cuando la llamada es por WhatsApp me concentro en los apuntes y no parezco mal educado. Por supuesto, eso es para notas, reportajes o historias. Para entrevistas propiamente dichas sí empecé a usar las plataformas de videoconferencias, las grabo y luego hago la transcripción.
Solo que en el momento que empezamos a usar WhatsApp para comunicarnos con todo el mundo, no sabíamos de la invasión que luego sufriríamos a toda hora, lugar y circunstancia. Lo comentaba con dos personas por aparte en estos días.
Todo el mundo piensa que si envía información, documentos o llama a través de WhatsApp uno le pone más atención y tiene que atender de inmediato, sin pestañear y con una sonrisa de oreja a oreja.
“Ni siquiera preguntan ya si uno puede o no atenderlos”, me dijo una de las personas el jueves pasado.
Simplemente asumen que uno está disponible.
Empresas, agencias, colegas, instituciones, usuarios y raimundo y todo el mundo envía documentos oficiales y no oficiales, fotografías, videos, PDF, hojas de cálculo, mapas cartográficos, planos de edificios, archivos ZIP, recetas, tareas, estudios o investigaciones, y cuanto se les ocurra y sin que se lo pidan o lo hayan acordado.
En las compañías e instituciones, que cuentan con correos electrónicos oficiales para las comunicaciones internas, también se generalizaron los grupos de WhatsApp.
Hay grupos del departamento o sección, de la división, de la empresa, de los clientes, de los proveedores, de los grupos deportivos, de los grupos culturales, de los compañeros y compañeras de trabajo, de los amigos y amigas de los compañeros y compañeras de trabajo, de los excompañeros y de las excompañeras. De todo.
Hay grupos de las jefaturas, de los y las gerentes, de los dueños y dueñas, de los socios y socias, de los exsocios y exsocias, de los acreedores, y hasta de la competencia (probablemente hay un grupo de la cámara empresarial a la que pertenecen).
Me contaba una persona que está a cargo de la atención de estudiantes en una universidad que recibe mensajes por WhatsApp a toda hora: en la mañana, al mediodía, en la tarde, en la noche y en la madrugada, cuando se acuerdan de preguntar cuándo hay clases, cuándo no hay clases, si el profesor va a llegar, si el profesor no va a llegar, si la clase será virtual o si la clase será presencial, y a qué hora a las 8 a.m. empieza una lección o a qué hora a las 11 a.m. termina.
En algunos grupos familiares, de padres y madres de centros educativos, de egresados del colegio o de la universidad, de colegios o gremios profesionales, o de grupos de amistades, del condominio, del barrio actual, del barrio anterior, del barrio de crianza, de lo que sea, hay que ver lo que se dice, lo que se comparte, lo que se difunde. En algunos, como en los grupos deportivos, se han tenido que establecer reglas de conducta para mantener la paz.
Sin contar a quienes envían audios tipo largometraje y en cadena, a los que incluso se les aplica el incremento de velocidad para escucharlos y hay que apartar tiempo. O quienes se ponen a escucharlos en medio bus, donde todos los demás quedan obligados a escuchar lo que no deberían por discresión, por respeto y por cordura.
WhatsApp debería, sí, servir para comunicaciones sencillas e informales, para las conversaciones que no requieran conectarse a una videoconferencia, porque son para resolver con rapidez. Por supuesto, para las comunicaciones personales en grupos e individuales cuando uno las ha aceptado y todo el mundo guarda la compostura y el respeto.
Para todo lo demás deberíamos seguir usando el correo. Sí, ese invento del siglo pasado. Esa antigüedad. Esa herramienta ya jurásica de la que me desconecto cuando termino mi jornada laboral y apago la computadora.
Hay otra situación que me he preguntado, uno que es medio paranoico o paranoico total (para muchos jóvenes, seguro, por boomer): ¿qué respaldo tengo de una orden o de un documento (incluyendo una foto, un comunicado e incluso un audio con una orden o una declaración) que recibo por un WhatsApp, el cual a las 24 horas se borrará o que yo mismo borraré al final de la noche para evitar la saturación y la fatiga?
En el correo electrónico puedo recibir documentos, fotos, videos, audios, coordinar reuniones, enviar o recibir las invitaciones y aceptarlas para que queden en la agenda, y órdenes (incluso por el chat del correo) con la ventaja que todo queda guardado, archivado y ordenado, como respaldo legal o de la memoria y como parte del protocolo, para cuando lo necesite, lo requiera o me urja.
Bueno, no todo: hay correos que guardo en la papelera…