Ayer sábado, el Facebook incluyó en la pestaña de recuerdos una foto de los años 90′s, cuando trabajaba en una cooperativa de ahorro y crédito. La había publicado un compañero de trabajo en 2016.
Fue tomada con aquellas cámaras de rollo que luego se enviaban a revelar. Así que, posiblemente, el amigo que la publicó —y me etiquetó— tuvo que escanearla para subirla hace ocho años.
Estamos todos. Los que éramos simples subalternos y el jefe de la oficina. Lo que no recuerdo es quién tomó la foto. Quién fue el sacrificado que optó por no salir.
La foto lleva un copy que dice: “Como pasa el tiempo cuando uno se divierte”.
Cierto. Trabajamos y nos divertimos. (Sin detalles, por favor.)
Ese era mi tercer trabajo. Me correspondía, entre muchas tareas, visitar asociados de la cooperativa para actualizar los datos de saldos de ahorro y créditos.
El día antes de visitar una institución, imprimía los estados de cuenta de cada asociado. Con eso me iba. Les llevaba también información de nuevos servicios.
Era un puesto de promotor, pero hacía las veces de asesor, vendedor y organizador, porque me encontraba con los delegados a los que también había que contarles las últimas para la siguiente asamblea local o nacional.
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En aquellos días teníamos sistemas informáticos con los que se podía ver los estados de cuenta de cada cliente. Pero en la oficina.
En mis giras a cada institución no había cómo. No teníamos ni teléfonos celulares, ni computadoras portátiles, tampoco Internet móvil o inalámbrico.
¿Habría sido más feliz si hubiese tenido esos equipos?
Habría realizado el trabajo más fácilmente. Con menos gasto de papel, sin duda.
Un estudio del Instituto para el Futuro del Trabajo encuestó a más de 6.000 personas en el Reino Unido para descubrir cómo la tecnología en el lugar de trabajo afecta el bienestar.
Aparte del tema salarial, adivinen qué encontró.
Las empresas están invirtiendo en todo tipo de dispositivos y soluciones. Desde sistemas de cámaras de seguridad, sensores para abrir puertas, aplicaciones con inteligencia artificial, autos con GPS (si es que no le entregan al encargado un móvil con Waze), aplicaciones en la nube para trabajo remoto, laptops, drones para entrega de productos y hasta transporte de personas (en pruebas), computadoras ultra avanzadas e Internet banda ancha.
Se descubrió que los dispositivos que tienden a favorecer el bienestar de las personas son las computadoras portátiles, las tabletas, los teléfonos móviles y las herramientas de mensajería en tiempo real (como WhatsApp).
Por contraste, la inteligencia artificial (IA), la robótica, los sensores de Internet de las cosas, los circuitos de televisión, los automóviles inteligentes y otros equipos o dispositivos de la última ola de avance tecnológico están causando estrés y agotamiento crónicos.
Claro que los despidos en las grandes firmas tecnológicas no ayudan, mientras ellas mismas se jactan de los beneficios de esas herramientas informáticas y de comunicación, los resultados de su uso y las ganancias extraordinarias para sus accionistas.
Las promesas de que permitirá que las personas se concentren en lo estratégico, en lo clave y en lo fundamental no parecen impresionar ni eliminar preocupaciones. Los anuncios de fábricas totalmente automatizadas y hasta con robots humanoides tampoco ayudan.
El problema es, desde la primera revolución industrial, la forma en que se adoptan las tecnologías en el trabajo.
Mientras el primer grupo de tecnologías (computadoras, móviles, tabletas y mensajería) ya lo conocemos y sabemos sus alcances, con el segundo grupo —protagonista de la actual transformación digital— la situación es distinta. Hay mucha incertidumbre.
En otras palabras: el cambio es el motivo del estrés. El qué ocurrirá: qué nos ocurrirá, qué me ocurrirá, qué le ocurrirá en el futuro a mis hijos que enfrentarán un mundo laboral más automatizado.
¿Y cómo lo gestionan las empresas? Muchas ni siquiera se lo plantean. Asumen que las personas lo adoptan o lo adoptan.
Recuerdo que, en mi primer trabajo en una fábrica, la sola pregunta de cuáles equipos o máquinas conocía, manejaba o dominaba cada persona generó una ola de rumores.
Claro, nadie sabía para qué se recogían los datos. No había transparencia ni comunicación alguna.
En el segundo trabajo, el cambio de un sistema informático a otro permitió que toda la plantilla nos incorporáramos a la tarea de apoyo a los compañeros de tecnología.
En mi cuarto trabajo, en una organización no gubernamental, el paso de los viejos Word Perfect y Lotus 1 2 3 fue impulsado por quienes éramos nuevos y ocupamos puestos subalternos. Quienes no lo digerían bien eran las jefaturas.
No los convencían ni los entusiasmaban las facilidades y la interface gráfica de los nuevos sistemas de ofimática.
Hubo que “eliminar” el viejo sistema operativo (el DOS) y dejar solo las nuevas aplicaciones.
En todos estos casos, sentíamos que las nuevas tecnologías de la época nos facilitaban el trabajo.
No veíamos que las computadoras, software de ofimática con interfaces gráficas, portátiles, redes internas e Internet nos amenazara el puesto ni comprometiera el futuro laboral.
Más bien ayudaban a ser más eficientes, atender mejor a los clientes y a reducir el agotamiento al final del día (¿han trabajado todo el día con una máquina de escribir? Un teclado de una computadora era otro nivel, en comparación).
En el caso del equipo de trabajo de la foto, vivimos varios cambios: de oficina, de sistemas, de procedimientos, de compañeros.
Todo eso lo asumimos con positivismo, con buena cuota de pasión por lo que hacíamos y también con unión de equipo.
El humor nos ayudaba, pues lo lúdico siempre juega a favor. (Un humor sano que, por cierto, no era el típico bullying para serruchar el piso o denigrar a los demás.)
Y, muy especialmente, ayudó la forma cómo la jefatura inmediata y la general nos permitía ser parte de esos cambios y aportar nuestra propia cuota de iniciativa individual y colectiva. Tal vez porque el mismo personal llevaba la iniciativa.
En la actualidad, parece que la iniciativa de las empresas se enfoca en recortar costos y puestos, maximizar ganancias y adoptar la tecnología que ayude en esos propósitos, obligados por la incetidumbre económica. Dejan de lado la gestión del cambio, en la mayoría de los casos.
La pregunta es: ¿cómo lo están haciendo en su empresa actualmente?