Hace unos años si uno iba a un restaurante tenía que preguntar si recibían tarjetas o no. Hoy todos deben hacerlo y mucho más. Los cambios son tantos que ilustran muy bien cómo evoluciona la carrera laboral de una persona y a lo que debemos prepararnos.
En muchos sitios simplemente no recibían tarjetas e incluso no daban factura, a menos que se solicitara para efectos de viáticos.
Téngase en cuenta que en muchas cabeceras de cantones y distritos, una buena parte de la clientela son agentes de ventas y representantes de marcas que realizan giras periódicas y desayunan, almuerzan y cenan en restaurantes y sodas.
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Si pedían factura, el propietario del restaurante o quien estuviera a cargo de la caja sacaba del fondo del mostrador una talonario de recibos y los agentes, representantes de marcas, funcionarios públicos o quien fuera pagaba con efectivo.
Solo que en lugar de efectivo las empresas empezaron a entregar tarjetas con un monto limitado, a pedir facturas (y más recientemente facturas electrónicas) y los mismos restaurantes empezaron a evolucionar en sistemas informáticos.
Si al principio un mesero o una mesera se llevaba el pedido apuntado en un papel o en su cabeza, en cuyo caso luego lo apuntaba en un papel para dictar las órdenes a la cocina y para cobrar después, con la tecnología se introducían cambios.
En algunos restaurantes llegaron los datáfonos (¡llegaron incluso a las pulperías!) y el mesero o mesera tuvo que aprender a usarlos, especialmente si la persona de cajas o propietaria no estaba.
Aquí a cien metros de mi casa hay un restaurante chino donde las dos personas que atienden las mesas de vez en cuando tienen que cobrar y debieron aprender a usar ese dispositivo cuando alguien paga con tarjeta, que ahora es casi todo el mundo.
El día anterior que conversé con el encargado de Supercarnes Tibás, él me decía que los pagos con tarjetas se realizaba en el 60% de las ventas. Se duplicaraon en cuatro años, contó.
En otros restaurantes, además de los datáfonos, se empezaron a usar computadoras para registrar el pedido, lo que facilita el control de órdenes en cocina y el cobro en caja.
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Los restaurantes más a la vanguardia dotaron a su personal de handhelds para sustituir las libretas o papeles en que apuntaban una orden.
Estos sistemas existen desde hace años, casi desde hace quince años, pero no se masificaron. Y el costo fue apenas uno de los obstáculos, pues con el tiempo todo eso se abarató.
Aquí igualmente las personas encargadas de atender a los clientes tuvieron que pasar de usar libretas o memorizar pedidos y luego pasarlos en un papelito a aprender cómo usar una computadora, una hanheld, y más recientemente a monitorear los pedidos recibidos a través de los servicios de delivery.
Si bien en estas labores hoy se encuentran jóvenes que “ya traen el chip”, conozco no pocas meseras y meseros que tienen años de trabajar en restaurantes. ¡Qué digo, años? Décadas.
Y que ahora deben estar aprendiendo sobre códigos QR, para guiar a sus clientes, que se están popularizando para que los comensales lean el menú en sus celulares o para pagar.
El empujón, lo hemos dicho millones de veces y hasta el aburrimiento desde marzo, lo está dando la pandemia. Incluso algún mesero tuvo que agarrar su bicleta para ir a entregar pedidos recibidos por teléfono, redes sociales, WhatsApp o la tienda en línea del restaurante. (Ya lo conté en otra historia.)
Los cambios ya venían. Quién sabe cuántas transformaciones veremos más solo en este campo.
Muchas profesiones y oficios estamos viviendo cambios similares. En algunas industrias desde hace diez años en forma acelerada.
Piense en todas las modificaciones que ha vivido en su profesión u oficio y a lo largo de su carrera laboral. Ahora, multiplíquelos para ver cómo será el futuro.
Aunque las transformaciones tecnológicas son constantes en todas las industrias, venían aumentando de la mano de la mayor capacidad de los dispositivos, obedientes a la Ley de Moore.
Solo que la evolución muchas veces no se desliza.
De pronto hay saltos: una acumulación de pequeños cambios cuantitativos pueden dar lugar a saltos cualitativos y a disrupciones. O, simplemente, ocurren fenómenos inesperados.
Es lo que estamos viviendo. Es probable que en el mundo del trabajo y de las empresas, en cualquier campo o industria, sigan sucediendo.
¿Cuántos cambios, saltos repentinos y disrupciones vivirán las generaciones que recientemente iniciaron su vida laboral?
Tendrán tres alternativas.
La primera, de moda entre algunas personas, es descartar el estudio y descartar seguir actualizándose (“eso no sirve para nada”, dicen despectivamente). O simplemente mantenerse según los cambios en su empresa (le llaman el reskilling).
La segunda, estudiar una carrera, especializarse en dos o tres áreas más, complementarias o no, y cambiar de área (le llaman el upskilling) según la demanda del mercado de empleo. (Ya hemos contado la historia de una doctora que dio el salto a la informática y trabaja en informática.)
La tercera, actualizarse y certificarse en cursos y talleres que aporten competencias en nuevas técnicas, metodologías y conocimientos recientes, que no estaban contemplados en la profesión que se estudió.
(Esto siempre ha sucedido, pero hoy es demasiado acelerado. Si no lo cree, déle un vistazo a la lista de talleres y cursos de actualización de Cenfotec que publicamos este fin de semana. No pude incluir los de Coursera y eDX porque se hacía eterna la nota, pero ahí están los links.)
A partir de ahí pueden existir varias combinaciones, pero lo cierto es que –si tenemos claro que los trabajos cambian– más claro debemos tener que esos cambios son más rápidos, acelerados y disparados en la actualidad y que lo seguirán siendo.
¿Quiénes serán los perdedores y quiénes serán los ganadores de todo esto? ¿Usted dónde quiere ubicarse? Porque no solo es un asunto de oportunidades que “brinde el sistema”, que hoy existen muchas y variadas. También es una cuestión de decisión individual.