Llevaba ya seis horas corriendo. Su cuerpo lo sabía y se lo reclamaba. Pero Joyce quería terminar la buena carrera, tal cual lo declaraba el rótulo que colgaba en su espalda, justo debajo del texto BLIND RUNNER (corredora ciega).
Esta era su primera maratón. Había convencido a su amiga de carreras, cuando aún tenía vista, de que la hicieran juntas. Entrenaron codo a codo por meses, Joyce jalándola a ella con palabras de aliento.
Ahora, era ella quien jalaba a Joyce, no por falta de ánimo, sino, como guía, abriéndole espacio entre la gente y asegurando que Joyce no tropezara cuando el tumulto era espeso.
Para ese momento, ya no hacía falta: los organizadores de la Maratón de San Francisco habían empezado a recoger casi todo. Casi. La meta seguía en pie, recibiendo a los atletas tardíos.
Ahí esperaban a Joyce su esposo y sus dos hijas. La habían estado apoyando durante toda la carrera, desplazándose hacia los diferentes puntos del recorrido donde sabían que podían verla para hacerle barra.
Finalmente, la vieron correr hacia la meta. Ellas no pudieron esperar más. Corrieron hacia su mamá para acompañarla en los metros restantes.
Joyce las sintió llegar y correr a su lado. “Llévenme a la meta”, dijo casi suplicante de un último impulso que sacara fuerzas de donde no quedaban y que le permitieran cruzar el objetivo que había trazado meses atrás.
La tomaron de la mano, la de 9 años a un lado, la de 11, al otro. Sus manitas la jalaban, corriendo tan rápido como sintieron que Joyce podía hacerlo.
“En mi foto de la carrera, quedó plasmado este momento, donde las tres cruzamos la meta juntas”, contó.
Quien escribe hubiera querido ver esa imagen, pero Joyce no sabe hoy dónde quedó esa fotografía. De todas formas, hoy ella no podría verla, aunque quisiera… Sin embargo, sí que la vive, claramente, en su memoria.
Cuando Joyce me contó esta historia, pedí su permiso para contárselas a ustedes porque siento que retrata claramente la importancia de tener apoyo para correr una maratón.
“Llévenme a la meta”. Eso le pidió a sus hijas y eso hicieron ellas. Tener el apoyo en los últimos metros, con el cansancio encima sí que puede hacer la diferencia anímica para lograr cruzar la meta. Pero el tema va más allá.
Para Joyce, su amiga de carreras fue importante para todos los meses de entrenamiento. Mi cuñado, que está a meses de su primera maratón, y mi mejor amiga, que lleva tres maratones, dos ultra-maratones (y contando…), dan fe de ello.
“¿Qué me logra sacar de la cama un domingo a las 6am para ir a correr hasta tres horas? Saber que mi equipo me espera”, me dijo la macha cuando le conté sobre este post.
Pero no es solo un tema de rendición de cuentas y motivación. Entrenar en equipo logra ventajas físicas.
Yo, cuando me he animado (¿arriesgado? ) a ir a correr con ellos, aumento pace y resistencia; igual que lo hizo mi cuñis cuando empezó a entrenar en equipo.
El que con lobos se junta, a aullar aprende, dice el refrán… y lo confirma un estudio realizado en la Universidad de Kansas. Este demostró que las personas que se ejercitaban con alguien a quien percibieran como mejor que ellas incrementaban su tiempo de entrenamiento y la intensidad hasta en 200% porque se esforzaban más que cuando entrenaban solos.
De la historia de Joyce también me gusta cómo se ilustra el apoyo de la pareja. No solo porque manejó esos 42 km, haciendo paradas estratégicas para hacerle barra, sino también, porque fue él quien la animó de empezar a correr en primera instancia.
Estudios han demostrado cómo la vida en pareja puede ser beneficiosa para la salud física y mental porque cuando ambos comparten un mismo hábito saludable es más fácil entenderlo y mantenerlo.
Finalmente, el último tipo de apoyo al que me quiero referir es al que cuento desde el inicio: nadie le dijo a Joyce que su discapacidad visual era un impedimento para correr ---porque no lo es.
Sin embargo, sí es común escuchar cosas como “¿Correr? ¿usted? Pero si usted no corre ni las cortinas”. “A ver cuánto le dura el sabor del mes… ¿El otro mes, qué quiere: escalar el Everest?”. “¿Bajar de peso? ¡Será bajar la panza: del ombligo a la rodilla!”.
Los ticos somos de chota pero entre broma y broma, la verdad se asoma. Este tipo de comentarios pueden traerse abajo los cimientos de un sueño que apenas empieza a construirse.
Por más de que existan esas frases motivacionales que dicen “dígame que no puedo para demostrarle lo contrario” y similares, no lo haga. Si no tiene nada bueno que decir, no diga nada.