“¡No se jorobe!”. “Siéntese recta”. “La cama es para dormir; no, para estudiar”. ¿Les suena?
Tenían razón en regañarme: las malas posturas perjudican nuestra salud corporal y se traducen en dolores de cuello y espalda, por decir poco. Además, la postura corporal comunica emociones que pueden ir desde la pereza y el desinterés hasta el desgano y la tristeza. Supongo que nada de esto es nuevo para usted.
Lo que sí podría ser nuevo es que la forma en que nuestro cuerpo se coloca comunica cómo nos estamos sintiendo en este momento y puede afectar cómo nos vamos a sentir después.
Lo traigo a colación porque, de cara al Día Mundial de la Salud Mental (celebrado cada 10 de octubre), recibimos en el trabajo una capacitación sobre inteligencia emocional (IE). En esa capacitación vimos cómo estudios científicos han demostrado que una postura encorvada puede activar un estado de ánimo negativo y evitar que este se transforme en uno neutral. Por el contrario, una posición erguida y con la cintura escapular bien colocada (algo así como hombros hacia atrás y pecho afuera) puede hacerlo sentirse seguro.
De acuerdo con Alba Valverde, coach ontológico de Kabek Consulting, después de dos minutos de tener una postura de estado de bajo poder —entiéndase a una postura asociada a la tristeza, la ira o el miedo— los niveles de cortisol pueden subir hasta 20% en el organismo. Esta hormona afecta las articulaciones, nos hace subir de peso, y, de no tratarse las emociones que la están liberando a niveles fuera de lo normal (de nuevo: ira, tristeza o miedo), puede ser la antesala de otras enfermedades crónicas, como el cáncer.
Sabiendo esto, no extraña la estadística de la OMS de que el 90% de las enfermedades físicas tienen un origen emocional.
Valverde nos recordaba que las emociones no se pueden controlar, porque son de origen químico: ocurren en “el cerebro límbico”, en respuesta inmediata a lo que pasa por “el cerebro pensante”. O sea, experimentamos una situación, la pensamos y luego, la sentimos.
“Las emociones son rápidas y pasajeras. A menos de que nos enganchemos a una de ellas. Si nos quedamos en una emoción, se convierte en un estado de ánimo, que cambia la química del cuerpo”, detalló.
Para evitar que esto ocurra, hay que gestionarlas. ¿Cómo? Puede llevar terapia, para cambiar el esquema de pensamiento que desata la emoción. Puede analizar las palabras y las actitudes que tiene sobre ellos para intentar modificarlos. Pero, también, dijo la coach, puede cambiar su postura corporal.
Luego de escuchar esto, I couldn’t help but wonder, diría Carrie Bradshaw: ¿será que practicar ejercicios que mejoren nuestra postura podría mejorar nuestro estado de ánimo? Por ejemplo, cuando trabajamos pilates, se fortalece el core y se mejora el alineamiento de la columna.
¿Será que teniendo postura erguida a lo largo del día nos eliminaría los sentimientos de miedo o pereza y nos permitiría sentirnos más plenos y capaces?
Hay un ejercicio en AntiGravity de estiramiento profundo, que dicen llega hasta el músculo del corazón. ¿Será que realizarlo con más regularidad nos permitiría sentir apertura y empatía más frecuentemente?
Claro que no tengo las respuestas a estas preguntas, pero definitivamente es food for thought y ponerlo en práctica no tendría ninguna repercusión perjudicial. Por el contrario, podríamos ver si, efectivamente, tienen repercusiones positivas, no solo en su cuerpo, como ya sabemos, sino también, en su estado de ánimo.
En todo caso, termino diciendo el consejo de la coach de IE: analice lo que su cuerpo le está diciendo, revise la rueda de los sentimientos para identificar la emoción raíz, gestiónela y mejore así su salud y su inteligencia emocional.