Para que una acrobacia lleve el nombre de un gimnasta olímpico se deben cumplir ciertos requisitos establecidos por la Federación Internacional de Gimnasia (FIG), entre los que figuran que la acrobacia sea una innovación significativa en dificultad o técnica y que sea ejecutada exitosamente en una competencia oficial.
Simone Biles ya suma cinco movimientos de gimnasia acuñados con su nombre, pero hay una maniobra de talla olímpica que no lo lleva aún y sobre la cual quiero llamar la atención: obedecer al cuerpo.
Sí, lo sé: no es un acto de gimnasia; pero sí que es una innovación difícil de lograr.
Estuve viendo el documental Simone Biles Rising en Netflix. Ser capaz de escuchar al cuerpo, entenderlo, sopesar el momento y decidir retirarse, pese a las consecuencias que ello, podría acarrear —sí que merece— una medalla a la valentía y al amor propio.
El éxito en su ejecución no se pudo ver de inmeniato: los twisties, esa desconexión mental-corporal que la aquejaba cuando se retiró de las Olimpiadas de Tokio 2020, no desaparació con la retirada. A ello, se sumó la avalancha de comentarios en medios noticiosos y en redes sociales juzgándola.
A palabras necias, oídos sordos.
Al que sí tuvo que continuar escuchando y obedeciendo fue a su cuerpo.
El descanso no eliminó los twisties; tampoco el retomar... al menos no, de inmediato.
Pasaron años. Debió seguir topando a su cuerpo donde estaba para reconstruir sus aptitudes físicas y partir desde ahí. La meta era llegar a estar en la cima en la cual en algún momento estuvo, sin saber con certeza si podría volver a lograrlo o no.
Medalla de oro a la perseverancia y a la autocompasión (que no debe confundirse con lástima).
Paralelamente, y no menos importante, requirió terapia psicológica para tratar esas lesiones que no se ven pero que el tiempo tampoco cura.
Hoy, con tres medallas de oro, una de plata y el título de GOAT (la más grande de todos los tiempos, por sus siglas en inglés), Simone Biles puede decir que su maniobra fue exitosa.
Los insto a emularla.
No pain, no gain, el miedo a quedarse atrás (FoMO) y otros dichillos de similar talante, que florecen en una sociedad tan competitiva como la actual, pueden llevarnos a silenciar o ignorar al cuerpo y a que nos obliguemos a dar la milla extra (como incluso es el nombre de mi blog).
Pero no se trata de eso.
Tampoco de irse al otro extremo y escudarse en “escuchar al cuerpo” para justificar la mediocridad, la pereza o la vagancia.
Para mí, dar la milla extra es esforzarse en convertirse en la mejor versión de uno mismo.
Y esa versión se ve distinta a la mía, a la de aquel y a la del otro. Pero también se siente distinta.
Aprender a escucharse y a hacerse caso para mejorar es la gran lección que nos deja la maniobra Biles, en Paris 2024.