Primero, “a contar se empieza por uno” (dicho popular). Trabajar por un propósito implica antes que todo, dotar de propósito al trabajo. En otras palabras, trabajar con sentido implica dotar de sentido a ese trabajo. Por ejemplo, el propósito de la vida puede ser ayudar; porque el propósito es una vocación, una especie de llamada a desempeñar un rol en la vida, de un alcance trascendente. No hay propósitos en la vida que sean diminutos: eso le restaría sentido a la jornada.
El propósito es una razón de ser, una justificación que el intelecto sea capaz de entender con suficiente profundidad como para encauzar todas las fuerzas vitales hacia un horizonte existencial. Es una especie de posesión, pero no material, sino del intelecto, una comprensión de algo que enriquece la propia vida y puede proyectarse a la de otros.
Segundo, “el obrar sigue al ser” (Leonardo Polo, filósofo). Por eso se puede decir que el propósito es una motivación, un móvil, un motor, una razón de ser, una causa, la raíz de algo, que luego provocará un efecto en la vida personal y en la de los demás. El propósito es un para qué, un destino, un fin, que se visualiza de primero en el tiempo, pero se realiza de último en la realidad. Es un deseo por el cual el corazón trabaja día y noche, incluso sin darse cuenta: si no lo hay, el corazón late, pero en un cuerpo sin alma, porque todo ese impulso propio se diluye en el sinsentido de la vida y del trabajo.
Entonces puede afirmarse que el propósito es algo intrínseco, algo que viene de dentro y que nace en las entrañas de la persona, de cada individuo; no es algo genérico. Hasta que llega el momento en el cual aquello se hace propio y emerge desde lo más íntimo del alma, se es capaz de movilizar individuos y también masas.
Tercero, ir de adentro hacia afuera: “ser, hacer, parecer”. El propósito está lleno de una belleza que le es propia, y relativamente indiscutible, porque quienes son capaces de entender el sentido por el cual una persona trabaja y vive, simplemente se asombran contemplando algo que vale la pena, porque aquello es atractivo, y lejos de repeler, captura la atención, cautiva. El propósito no es como el arte, cuya belleza es muchas veces temporal o difícil de descifrar; sino que es relativamente evidente y, aunque misterioso, no es imposible de leer, porque otorga plenitud y esa abundancia es patente. Más aún, el propósito da coherencia a una vida, porque confiere unidad a toda la persona, a su profesión u oficio, a su día a día. Es por eso que además de integral, el propósito es íntegro, o sea, bueno, porque un propósito inmoral sería egoísta, mezquino: el propósito es algo que comprehende todas las dimensiones de la vida, también la ética.
Aunque el propósito es algo individual, no es posible lograrlo en soledad: se requiere de la compañía, física, espiritual o emocional de más personas; porque los grandes proyectos exigen muchas personas trabajando por el sentido algo tan paradójicamente grande, que lo podemos encontrar en el fondo del corazón, y aun así, necesitar de otros para conquistarlo.
Cuarto, “el todo es mayor que la suma de sus partes” (teoría de la Gestalt). El propósito no es algo extrínseco o que viene de fuera, no tiene que ver con el dinero, la fama o el reconocimiento social: esos son solo efectos de una causa o razón que es todavía más grande, y por la cual se ha luchado día y noche. Si no llegara la fama o el dinero, pero el propósito se mantiene vivo, entonces los reconocimientos exteriores serán innecesarios, porque hay un sentido ulterior en aquello que es más grande que nosotros mismos.
El propósito es, por tanto, algo más espiritual o intangible, por eso es más difícil de encontrar, pero más fácil de conservar: lo material caduca, y nunca llena plenamente las necesidades humanas; mientras que el propósito es relativamente imperecedero, y aunque se puede diluir en los ajetreos cotidianos, no es posible borrarlo con facilidad: es un sello indeleble, que hemos decidido estampar en el corazón de nuestras vidas.
Quinto, “per aspera ad astra” (frase latina). Eso significa “a través de la adversidad hacia las estrellas”. El propósito es una elección, pero toda elección exige una renuncia, porque hay un costo de oportunidad: para decir que sí a una causa hay que renunciar a otras muchas; sin embargo, el propósito debería prevalecer incluso a pesar de esos desafíos y fortalecer el espíritu cuando sacrifica cosas buenas, para alcanzar otras aún mejores. El propósito es una afirmación y por eso es optimista; no es una negación, pese a que las supone, y por eso no es pesimista. Más aún, el propósito es integral, porque abarca todo lo que hacemos, pensamos y queremos: si fuese algo parcial no sería un propósito de vida, sería una razón, una motivación más, pero no el sentido que crea un proyecto profesional y personal.
Si alguien confundiese el propósito de su vida con los resultados o las métricas, su vida caería en el vacío, tanto cuando no las alcance, como cuando las logre alcanzar; porque la vida no acaba con una rendición de cuentas a los demás, salvo cuando esas métricas están en función de algo mayor. El propósito es algo íntimo, que exige reflexión; no puede ser fruto de la inercia.
Sexto, “sabemos más de lo que podemos decir” (Michael Polanyi). A pesar de que el propósito no siempre se pueda definir con palabras o hacer explícito a los demás, es una pasión interior que faculta al ser humano para entregarse a algo: cuando la vida está llena de egoísmo puede haber autosuficiencia, incluso autoestima, pero no un propósito. El propósito regala tranquilidad a las personas, no es una tempestad o una carrera de obstáculos; sino que brinda paz, serenidad, hace descansar al individuo porque le satisface interiormente. Es un tipo de justicia, porque se ha encontrado algo que se buscaba porque se merecía. Hay quienes sienten que han logrado el propósito de sus vidas cuando adquieren estabilidad económica y social, y están cómodas; pero esas personas no están siendo sinceras consigo mismas, porque el ser humano está diseñado para aspirar a algo más que su propia individualidad.
Sétimo, “el hombre en busca de sentido” (Viktor Frankl). Esta frase es una síntesis de lo que es la travesía hacia un propósito. Quien logra encontrar un propósito en su vida suele contentarse, y transmite esa alegría a los demás, a sus familiares, amigos y equipos de trabajo, porque ha terminado esa búsqueda infatigable del sentido de las cosas. Pero esa alegría no siempre es evidente a los demás, sino que se traduce en un deseo de vivir, que da energía a quienes le rodean, y no la quita a quien la tiene. Esa alegría sucede porque el corazón sonríe cuando va consiguiendo lo que quería, y aunque el propósito no es algo cuyo inicio y fin pueda determinarse, es lógico que conforme avanza celebre esos éxitos, pero no como un fin en sí mismo, sino como pasos que apuntan a una meta superior. De ahí que el propósito no sea algo que se impone, a uno mismo o a otros, sino que de alguna manera es algo que se reconoce: se descubre, se advierte, es algo que incluso parecía ajeno, pero está dentro de la esencia de cada uno.
Octavo, “un por qué para vivir soporta cualquier cómo”(Friedrich Nietzsche). De ahí que el propósito nazca con un por qué, pero se concrete en un para qué: es el efecto, el sentido, la finalidad, la intención última, la meta, el objetivo detrás de todas las acciones. Es un origen, ciertamente, porque tiene sus raíces en la persona, en su esencia, pero sobre todo es un destino. Una persona puede ser un propósito, pero una cosa, no, y quienes procuran reducir su propósito de vida a la entrega generosa y compasiva hacia una mascota, difícilmente encontrarán la satisfacción plena que puede lograrse cuando se apunta a seres que no se reducen a lo tangible y son más espirituales, como el ser humano. El propósito implica a las emociones, porque canaliza los afectos y necesita querer con entereza; sin embargo, no se agota en algo sentimental, porque lejos de ser algo abstracto, es concreto; pese a que se puede explicar con historias de vida –de amor, aventura, éxito–, no se reduce a las emociones que esas historias encierran.
Noveno, “in omnibus respice finem” (frase latina). Eso quiere decir: “en todas las cosas, ten la mirada fija en el fin”. Un propósito puede ser co-crear, trabajar cara a cara, hombro con hombro, un proyecto personal de vida; construir con alguien un “yo” que se convierta en “nosotros”. Un propósito puede ser la amistad, consolidar una relación para hacer feliz y buscar el bien de otra persona. Un propósito puede ser estar juntos, convivir, para crecer de manera conjunta y caminar de la mano. Un propósito debe estar lleno de humildad para reconocer las propias limitaciones, aceptar las vulnerabilidades, superar las imperfecciones y seguir avanzando, asumiendo que los defectos propios son parte del éxito en la vida.
Colaborar puede ser parte de un propósito, porque invita a aprender, a buscar sinergias, a conectar con otras personas, profesional y personalmente, pero también emocionalmente. La empatía es necesaria para conseguir propósitos: puede no haber simpatía o risas; pero es necesario estar en los zapatos de otro para conseguirlo. Un propósito personal exige derribar los paradigmas o estereotipos sociales para soportar las dificultades, ser resilientes y crecer ante lo que se impone como correcto, pero que muchas veces refleja una versión muy restringida del potencial humano.
Décimo, “el fin es lo primero en la intención y lo último en la consecución” (Santo Tomás de Aquino). Un propósito deja huella, en gran medida por el tamaño de las pisadas, y por eso es que actividades como escribir, emprender, trabajar, son todas ellas una manera de lograr propósitos con legado. La búsqueda de un propósito suele demandar cambios en la vida personal y profesional, innovar, reinventarse, porque nada que sea estable es inmune a las inclemencias de la vida.
La autoestima, por ejemplo, es parte importante en la realización de un propósito, porque implica una cierta independencia de lo que hagan o digan las demás personas. Ciertamente hay que pedir consejo y dejarse ayudar, pero un propósito personal no sucumbe ante las presiones del ambiente, ante la frustración o la tristeza, sino que goza de autonomía suficiente como para emerger en medio de las contradicciones. Se necesitan atravesar diferentes puntos de inflexión en la historia personal, para volver a conseguir un tipo de estabilidad vital en lo que hacemos. Quien tiene un propósito puede llorar, pero tiene claro que su llanto regará la semilla de algo más grande de lo que pueda imaginar. Solo con integridad, es posible liderar con propósito.