La tensión trágica de la historia “se presenta dramáticamente cuando un hombre superior, un héroe, un genio, se encuentra en pugna con el mundo que lo rodea, el cual se muestra como demasiado estrecho, demasiado hostil hacia la innata misión a que aquél viene destinado”.
Con estas palabras introduce Stefan Sweig la biografía de la reina María Antonieta, quien murió decapitada durante la revolución francesa. Y es que esa trágica tensión de la que habla el autor, se asemeja a la vida de muchos empresarios y ejecutivos quienes, por haber buscado un propósito de vida extraordinario, o porque un gigante desafío profesional les tomó desprevenidos, tuvieron que enfrentarse a una vida llena de decisiones relevantes.
Parafraseando a Carlyle, ¿Qué es la historia de la humanidad, sino la biografía de los grandes hombres? Son esos héroes y esas heroínas quienes, por su naturaleza desproporcionada, desafían al mundo con las exigencias de su propio carácter, pero también sus limitaciones: “a veces el destino puede trastornar la existencia de uno de tales hombres medios y, con su puño dominador, lanzarlo por encima de su propia medianía”, apunta Sweig.
Muchas personas de talento medio son las que escriben la historia de una empresa, de una organización: son pocos como Beethoven y Napoleón, Rockefeller y J.P.Morgan. No son como ellos la mayoría de las personas que emprenden una idea o un proyecto de negocios; pero han tenido que crecerse ante las dificultades a pesar de sus defectos. Si no deciden correctamente, el resultado puede ser amargo. La entonces esposa del rey Luis XVI fue una mujer normal que no logró estar a la altura de una importante coyuntura histórica, y acabó su vida –al mediodía– bajo una guillotina en la plaza de la Concordia en París.
Muchas personas, como ella, terminan sus proyectos, sus vidas, sus días, al filo de la navaja: sin tiempo, sin reputación, al borde del estrés y asfixiadas por la complejidad de un mundo de cambios abruptos. Indistintamente del individuo, tomar decisiones reiteradamente, por difíciles o triviales que parezcan, llevan al agotamiento. Para bien o para mal, una persona exhausta, al final de una jornada extenuante, puede trazar el apogeo de una organización, o la debacle de una nación.
Ese cansancio al que se enfrentan los seres humanos, esa “fatiga decisional” –como la llaman algunos especialistas–, no es más que el desgaste cognitivo, al final del día, por el simple hecho de querer cambiar su mundo y estar, en cierto modo, solos. Cualquier jefe o líder es, lo quiera o no, responsable único de sus actos, y esa soledad también cansa.
Hay numerosas maneras de prevenir esa fatiga decisional. Tomar decisiones acompañados, postergar aquellas que son más relevantes y no tan urgentes, para sopesarlas solidariamente con mayor lucidez luego de un conveniente descanso, son algunos de los antídotos al burnout diario. Aprender a identificar los momentos del día donde hay mayor avidez para la acción, pareciera ser un buen modo de planificar el uso más sensato de las facultades mentales, con el propósito de resolver con claridad los problemas cotidianos.
Hoy día, la tecnología también ayuda a evitar ese hastío intelectual. La inteligencia artificial (IA) estructura con genialidad situaciones complicadas que antes eran imposibles de simplificar: datos, fisuras, detalles y matices que ni siquiera la intuición más entrenada sería capaz de advertir. La IA hace ver como sencillo –y hasta vulgar– la gran cantidad información que es –y siempre será– abrumadora.
Promover el silencio interior y los momentos de reflexión son hábitos mentalmente saludables y, a su vez, medidas prudenciales para evitar la banalidad cuando el cargo exige grandeza. Quienes se sienten llamados a someterse continuamente a pruebas de fuego, también deben ser conscientes de la responsabilidad que acarrean esas decisiones riesgosas. Llegar al ocaso de la noche con entereza de mente y cuerpo es, y seguirá siendo, un gran reto, tanto en la revolución francesa, como en la cuarta revolución industrial (o 4.0).