En 2016 se reveló uno de los mayores escándalos reputacionales de la historia reciente: los “Panama Papers”. Vivía entonces en Panamá y conocía a ejecutivos de la firma Mossack Fonseca. Aunque nunca hubo pruebas suficientes para condenarlos, de la noche a la mañana desapareció un despacho de casi 400 abogados y colaboradores. Muchos de ellos, independientemente de su participación o conocimiento de las actividades denunciadas, sufrieron no solamente daños financieros y psicológicos, sino que vieron manchado su currículum, impidiéndoles colocarse laboralmente luego de meses, e incluso años: quedaron marcados de por vida, por lo que yo llamaría “el estigma de la corrupción”.
El estigma de la corrupción es un fenómeno complejo que afecta de manera crítica la reputación personal y corporativa. En un entorno donde la percepción puede ser tan poderosa como la realidad, las acusaciones de corrupción, aunque no siempre probadas, pueden causar un daño irreparable. Otro ejemplo más local son las pasadas elecciones a rector de la Universidad de Costa Rica (UCR), donde uno de los candidatos recibió una denuncia en los tribunales que inclinó la balanza favorablemente hacia su opositor. Pocos días después, la querella fue retirada. Aquella acusación fue tan falsa como eficaz.
El estigma de la corrupción puede afectar tanto a empresas de renombre internacional, como instituciones locales, indistintamente si son públicas o privadas. El caso de Mossack Fonseca ilustra cómo una reputación intachable se torna repentinamente en una mancha indeleble. Lo mismo en la UCR, donde recientemente saltó en medios que el Semanario Universidad no verificó la identidad de un autor, luego de que se publicaran dos artículos en contra de uno de los candidatos a rector, mediante una suplantación de identidad. Desde Mossack Fonseca hasta el Semanario Universidad vemos que el estigma se construye sobre una narrativa que, a pesar de no ser completa o justa, afecta negativamente la percepción pública. Más casos nacionales como Coopeservidores y otras entidades financieras no dejan a nadie indiferente.
Dilemas éticos
Para limpiar el estigma, los colaboradores pueden plantearse diversos dilemas éticos. Uno de ellos es revelar información de interés público, o preservar el secreto de oficio en información clasificada. El criterio más justo lo dicta la prudencia, pero los dilemas éticos suelen ser difíciles de resolver con objetividad, sobre todo cuando se es una de las partes afectadas. Por eso, las empresas enfrentadas a la percepción de corrupción, deben gestionar su reputación con extrema cautela. “He encontrado a muchos que querían engañar, pero ninguno que quisiera ser engañado”. Esta frase de San Agustín de Hipona, tiene un eco especial en las crisis reputacionales, donde el estigma muchas veces se construye sin desearlo, y a costa de personas inocentes.
Es entonces cuando el estigma presenta otro dilema ético para los colaboradores. Uno, permanecer en una organización que enfrenta acusaciones de corrupción; sin embargo, puede ser visto como una falta de integridad. Dos, renunciar a la empresa, pero puede ser interpretado como deslealtad a la institución y los colegas. La decisión se complica aún más por la presión mediática, que puede acelerar los procesos de descomposición reputacional, ya sea por el encarnizamiento de los medios, o la poca capacidad crítica e investigativa de sus periodistas. A pesar de contar con protocolos y estrategias para anticipar escenarios negativos, el estigma puede perdurar, pese a que empresas y colaboradores estén libres de culpa.
En consecuencia, los medios de comunicación juegan un papel crucial en la construcción y perpetuación del estigma. Al enfocarse en el mero valor noticioso, o en una narrativa redundantemente negativa, pueden amplificar el estigma, exacerbando la crisis, y mitigando lo positivo de una realidad que es, usualmente, más compleja de lo que se puede divulgar. Este fenómeno plantea un dilema ético más, tanto para los creadores de opinión como para los seguidores. Por un lado, los medios e influencers deben conciliar la necesidad de captar la atención con la responsabilidad de proporcionar una cobertura justa, veraz y equilibrada. Por otro lado, followers y audiencia deben ser críticos y conscientes con la información que reciben, evitando la propagación de narrativas sesgadas que pueden propagar el estigma como una bola de nieve.
Cooperación al mal versus creatividad
Dentro del estigma de la corrupción, el concepto ético de “cooperación al mal” juega un papel crucial en dos sentidos. De un lado, la “cooperación formal al mal”, implica aprobar moralmente una acción corrupta, sin participar directamente en ella. De otro lado, la “cooperación material al mal”, supone participar activamente en el acto corrupto. En ambos casos, tanto los colaboradores que facilitan indirectamente la corrupción, así como quienes se involucran personalmente en su realización, enfrentan siempre una carga de responsabilidad.
A mayor cercanía con el acto o las prácticas corruptas, mayor es la gravedad moral de quien actúa como cómplice. En tales situaciones, el compliance puede ser una respuesta eficaz en la medida que obligue a las instituciones a aplicar procedimientos y buenas prácticas, para identificar y clasificar los riesgos operativos y legales, con tal de garantizar mecanismos internos de prevención, gestión, control y reacción.
Vistas en su conjunto, hay muchas más soluciones a cada una de las problemáticas citadas. Los programas de outplacement para colaboradores, apoyo psicológico, velar por el cumplimiento de las normativas del sector, implementar códigos de conducta, y fomentar las denuncias, son sólo algunas de ellas. En esta línea, Luigino Bruni, economista y filósofo italiano, ha propiciado soluciones económicas y éticas desde una perspectiva crítica y reflexiva. Prosiguiendo a Schumpeter, quien popularizó el concepto de destrucción creativa, los aportes de Bruni ofrecen una perspectiva refrescante, sobre cómo los procesos de cambio y adaptación en las organizaciones deben abordar tanto la innovación como la integridad. En otras palabras, la destrucción creativa puede promover la sustitución viejas prácticas corruptas con nuevas formas de operar que sean transparentes y éticas, mientras se gestiona con renovado propósito la reputación institucional, apalancándose en un liderazgo íntegro.
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El autor es director del Posgrado en Administración y Dirección de Empresas de la UCR; y doctor en Gobierno y Cultura de las Organizaciones.