“The great reset” (El gran reinicio) fue una iniciativa del Foro Económico Mundial que aprovechó la pandemia como una oportunidad de recrear un futuro más próspero –”más perfecto”– para la humanidad. Esta idea no estuvo exenta de numerosas teorías conspiratorias sobre el origen de la covid-19 y fue considerada por algunos como un intento fallido, porque lejos de reformular el modo de vivir, la humanidad dejó en el olvido muchos aprendizajes.
Todo ello a pesar de que “las letras, como las flores, como las frutas, como los pueblos, suelen sufrir epidemias que las devastan y desfiguran” (Rubén Darío). A partir de esa premisa, se podría hacer un recuento de lo que no aprendimos de la pandemia.
Esclavos de cuello blanco
El éxito, como el fracaso, son tan relativos como la subjetividad de cada individuo. Gerentes y ejecutivos que trabajaban más de 10 o 12 horas al día, que durante la pandemia experimentaron la flexibilidad del teletrabajo, no aprendieron a reformular su sentido del éxito. En lugar de “trabajar para vivir”, siguieron “viviendo para trabajar”. La calidad de vida dejó de ser relevante, porque los resultados organizacionales prevalecieron sobre la salud mental, el balance entre la familia y el trabajo, o los valores personales. Así, la esclavitud moderna, en lugar de erradicarse, se consolidó.
Suspensión de la incredulidad
Acuñado por el poeta y filósofo Samuel Taylor, este término se refiere a la forma voluntaria en que un espectador aparta el sentido crítico para juzgar el realismo de lo que está viendo. Esto sucede, por ejemplo, cuando la persona se involucra en un video juego, o en una película de ficción y fantasía, donde lo que sucede es inverisímil, pero aun así lo hace razonable. La pandemia no sirvió para abrir los ojos ante realidades tan cercanas como la muerte, la ansiedad, el dolor, o la soledad. Seguir viviendo como si nada de aquello existiera, es quitar racionalidad a un estilo de vida poco saludable e insostenible.
Ser vulnerables
Bien sintetizaba Pascal: “Toda la infelicidad de los hombres procede de una sola cosa, que es no saber descansar en una habitación”. Algo que es una necesidad biológica y vital, aún hoy sigue viéndose como un capricho superfluo. En muchos ambientes, salir puntual de la oficina, para llegar “temprano” a la casa (a veces es simplemente desconectarse), continúa siendo mal visto. Dedicar el fin de semana al ejercicio, los hobbies, o el entretenimiento, puede ser tan utópico como mantener una conversación honesta con un jefe. “Ser vulnerables” es políticamente incorrecto.
Modalidades híbridas
En algunos sectores sigue prevaleciendo el “todo o nada”, o presencial o virtual, como si fueran modalidades opuestas. Pese a las ventajas y desventajas de cada formato, siguen sin mirarse las puertas que se abren al unir lo mejor de varios mundos: lo sincrónico, lo remoto y lo asincrónico. Organizar actividades híbridas, lejos de ser algo caro o complejo, puede ser amigable y sencillo. Desafortunadamente, siguen existiendo personas que no saben manejar Zoom, una webcam, o simplemente han adquirido aversión al “cara a cara”.
Empresas sin alma
Frank Caprio es un juez estadounidense que en 2017 se viralizó por ser compasivo e indulgente. Hoy, a sus ochenta años, es aclamado por sus “fans” como el juez más justo y solidario, por perdonar penas desproporcionadas a las circunstancias de sus conciudadanos. Contrario a Caprio, existen todavía organizaciones que se interesan más por su reputación, que por su responsabilidad social: cuidan de sus públicos de interés, pero para mejorar su imagen. Pese a sus apariencias, son empresas sin alma, donde “parecer” solidarios es más importante que “ser” responsables.
En resumen, la pandemia ha dejado muchas lecciones, pero muchas de ellas quedaron en el olvido. Dice una frase que “el perfeccionismo es el miedo bien vestido”, y es que en la pandemia, lejos de enfrentar los miedos, muchos se agudizaron. Se siguieron proyectando como perfectos, hábitos plagados de temores: bajar la productividad, reducir las utilidades, o simplemente abandonar el “statu quo”. Los malos hábitos han hecho a las personas más lentas, por el temor a decepcionar a otros. Para superarlos, interesa revisar lo bueno y lo malo que se aprendió de la pandemia, para ser más humanos y menos “perfectos”. ¿O acaso será que cambiaron los tiempos, pero no las personas?