Varias personas compartieron en Facebook, el fin de semana pasado, una fotografía en cuyo primer plano aparece don Justiniano, un anciano violinista que cada día intenta recolectar algunas monedas en el bulevar de la Avenida Central, y, en segundo plano, la escultura Plenitud, una de las 27 obras de mármol, granito y bronce que el artista costarricense Jorge Jiménez Deredia exhibe en San José desde el pasado 20 de febrero y hasta el próximo 14 de julio.
La divulgación de la imagen en dicha red social generó comentarios muy diversos. Sin embargo, la mayoría de los que leí procuraban contrastar la precaria situación económica del músico de la calle con el valor millonario de las tallas y el costo de instalarlas, incluso contraponer de manera burda y manipuladora las realidades financieras del violinista y el escultor.
Quedé perplejo, sorprendido con los extremos irracionales y desatinados que han alcanzado en nuestro país los discursos y las poses populistas tendientes a echarle gasolina a la hoguera de la polarización social.
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Valerse de las necesidades de don Justiniano y del talento de Jiménez Deredia para alimentar el resentimiento y el odio entre “ricos y pobres”, “burguesía y proletariado”, “clase obrera y capitalista explotador” y “lucha de clases” es forzar demasiado una retórica añeja y con tufillo a Guerra Fría; una hueca verborrea de odio indefendible ante lo que ocurre en Venezuela y Nicaragua.
Aclaro, por aquello de los adictos a poner palabras y conclusiones en bocas ajenas, que no estoy cerrando los párpados ante las crudas realidades e iniquidades de nuestro país. Lo que digo es que no es esta exposición un momento propicio ni el foro adecuado para revivir consignas que alienten el encono. Claro, se puede hacer, hay espacio para el berreo infundado y los disparates en la democracia, pero eso se llama oportunismo e insensatez. También, en este caso, análisis apresurado y facilismo mental.
Sólo el arte...
Me sorprendió también la repentina preocupación de algunos por las frágiles finanzas públicas. De repente les dio por hablar de “despilfarro”, “gasto injustificable”, “momentos duros para el país” y el infaltable “por eso estamos como estamos”.
¿Qué significan estos comentarios? ¿Qué nos quieren decir? ¿Que porque la realidad es como es, y no como a nosotros nos gustaría que fuera, no tenemos derecho a disfrutar del arte, la creación, la belleza? ¿Que porque vivimos en un país en el que hay muchos problemas e injusticias sin resolver tenemos que privarnos del goce del teatro, la pintura, la literatura, la música, la danza, el ballet, la fotografía? ¿Que es pecado poner las manifestaciones artísticas al alcance de muchos?
Es decir, ¿tenemos que castigarnos, autoflagelarnos, condenarnos a la mazmorra?
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¿No sería más honesto reconocer que nos molesta el éxito ajeno, nos carcome la “cochina envidia”, nos embarga la mezquindad, nos perturba el hecho de que en el país de los igualiticos alguien se atreva a destacar? ¿Por qué no admitir que nos dominan el ego, la vanidad, el narcisismo?
¿Por qué ese afán enfermizo, ese vicio nacional, de desacreditar al otro, bajarle el piso? ¿Por qué ensañarnos con el que construye y aporta? ¿Tenemos que disparar siempre desde la trinchera de la burla o el insulto?
¿Por qué no afirmar, como lo hizo el maestro Francisco Amighetti —otro costarricense admirable—, que “el arte es una forma de salvarse y de salvar al mundo... aunque sea pasajeramente”? Una verdad que compruebo cada vez que camino por la capital y veo a tantas personas disfrutando de las esculturas de Jiménez Deredia, tomándose fotos al lado de ellas, salvándose —cada quien sabrá de qué— aunque sea pasajeramente.
Concluyo con otra oración de don Francisco: “Sólo el arte lograr conferirle a lo fugaz alguna eternidad”.