Nos hemos acostumbrado, como país, a ver elefantes encaramados y bailando sobre la frágil y vulnerable telaraña fiscal.
Se trata de paquidermos financieros que habitan en el espeso bosque de los gastos públicos corrientes.
Grandes, pesados, longevos, voraces, insaciables. Así son.
Se les conoce como transferencias, salarios y cargas sociales, intereses de la deuda y pensiones con cargo al Presupuesto Nacional.
Contrario a sus parientes de Asia y África, no se encuentran en vías de extinción. Por el contrario, generalmente gozan de buena salud.
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En lugar de trompas tienen trampas: crecimientos automáticos que se deben honrar haya o no dinero en las arcas del Estado.
Asimismo, no lucen bien como espectáculo circense (eso de caminar sobre la cuerda floja de la economía es muy peligroso), atracción de zoológico (el desarrollo enjaulado; el futuro atrapado entre barrotes) o estrellas de parques de diversiones (por las que cada vez hay que pagar más).
Estos gigantes, que huelen más a gasto corriente (partidas inflexibles) que a gastos de capital (inversiones), son de cuidado, peligrosos. Hay que tratarlos con precaución, pues pueden salirse de control y destruir.
Aún así nos hemos habituado a ellos. Nos resultan familiares. Son parte de nuestra realidad. Quizá creemos que papá Estado y mamá Benefactora están obligados a proveer eternamente todo el pasto, ramas, cortezas de árboles, hojas, raíces y frutas que consumen los elefantes presupuestarios para contribuir a mantener al país en movimiento.
“Un elefante se balanceaba...”
No me malinterprete, no estoy abogando por eliminar a estos paquidermos económicos. Son necesarios y juegan un papel importante; pero sí hay que administrarlos, prestarles atención, ponerles límites, moderarlos, encauzarlos con visión de mediano y largo plazo, sentido estratégico y claridad en materia de prioridades. Eso que llaman Gobernar (así, con mayúscula).
En este sentido, el Proyecto de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas —aprobado en primer debate con los votos de 35 diputados— es una señal positiva en el complicado y sacrificado proceso de comenzar a poner a los elefantes del gasto en su lugar. En algún momento habrá que bajar a algunos de la telaraña fiscal, en tanto que tendrán que ponerse a dieta.
No podemos seguir jugando con fuego, prestar oídos sordos al estruendoso barritar de estos paquidermos.
¿Cómo es posible, para citar un ejemplo concreto, que Costa Rica, siendo un país tan pequeño, cuente con un total de 330 instituciones del sector público? Esto según cifras del Ministerio de Planificación: 18 ministerios, 80 órganos adscritos a ministerios, 35 instituciones autónomas, 13 entes adscritos a las autónomas, 8 instituciones semi autónomas, 89 municipalidades, 21 empresas públicas estatales, 6 empresas públicas no estatales, 50 entes públicos no estatales, y 10 más en otras categorías.
A pesar de ello, hay quienes se aferran a la idea de que podemos seguir cantando aquella vieja canción que dice: “Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña y como vieron que soportaba fueron a llamar su camarada. Dos elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña y como vieron que soportaba fueron a llamar su camarada. Tres elefantes... Cuatro elefantes... Cinco... Seis... 10... 200... 1.000...”. ¡De no acabar el juego!
Lamentablemente no ocurre así en la realidad. Tarde o temprano la telaraña se rompe.