El martes 17 de julio de 1979 mi padre estaba que no cabía de felicidad.
Al medio día de esa jornada se disponía a almorzar con uno de mis hermanos y varios amigos en el restaurante del hotel El Bramadero, en Liberia, Guanacaste.
Estaba a la espera de que les sirvieran los alimentos —una sopa negra para él— cuando se enteró, por medio de un telenoticiero nacional, que el dictador nicaragüense Anastasio Somoza Debayle había sido finalmente derrocado por los revolucionarios del Frente Sandinista de Liberación Nacional.
LEA MÁS: Daniel Ortega: el revolucionario que pasó a ser espejo del Somoza que derrocó
Ese fue, grosso modo, el punto final de la historia de una dinastía familiar (un padre y dos hijos... ¡y seguía un nieto en la fila!) que a lo largo de 43 años monopolizó el poder en la tierra del poeta Rubén Darío, con todas las plagas que implican las dictaduras (sean de derecha o de izquierda).
Me refiero a abusos, arbitrariedades, corrupción, encarcelamientos, torturas, asesinatos, destierros, expropiaciones antojadizas, servilismo, control de todas las instituciones, presiones y mordaza a la prensa y demás etcéteras tan propios de los déspotas.
Hora de festejar
En cuanto mi tata escuchó la noticia de la caída del déspota, él y quienes lo acompañaban estallaron en gritos de felicidad, aplausos, abrazos, lágrimas y varios "¡bendito sea Tatica Dios!"
Los saloneros, conscientes de que mi padre dirigía hacía meses un campamento de refugiados nicaragüenses en Irigaray, carretera al Parque Nacional Santa Rosa, le permitieron al grupo retirarse sin probar bocado. Tenían claro que era hora de festejar.
A toda prisa se montaron en el Land Rover Safari que conducía mi tata y regresaron a la finca donde operaba el campamento.
Llegaron y se fundieron en un abrazo cálido, lloroso y lleno de futuro con cientos de hermanos nicaragüenses que soñaban con la paz y un mañana lleno de oportunidades y esperanzas.
No recuerdo los nombres de esos maravillosos seres humanos con las que compartí durante todos los fines de semana de aquella época, pero sí tengo presentes sus rostros de niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos.
Aún puedo escuchar sus voces contándonos historias sobre sus sufrimientos y los de sus antepasados durante la prolongada y cruel dictadura de los Somoza: persecuciones, temores, frustraciones, limitaciones, necesidades, miserias, hambres, injusticias, divisiones familiares, pérdida de seres queridos...
De los dolores y anhelos que cargaban conversamos en noches de Luna Llena, bañándonos o pescando en el río Tempisque, mientras comíamos mangos, escuchando el acordeón de mi papá y la guitarra de don "Chú" Mendoza, saboreando la carne de garrobos e iguanas o contemplando las puestas de Sol.
Gente auténtica, espontánea, natural, sencilla, llana, franca, luchadora, noble, confiable, transparente, amistosa, cariñosa, generosa, solidaria, sin ingredientes artificiales y muy agradecida.
He pensado mucho en ellos desde el 18 de abril pasado, cuando Daniel Ortega Saavedra, un dictador maquillado de presidente democrático, empezó a derramar sangre del pueblo por el que dijo luchar hace 39 años en contra de Anastasio Somoza Debayle.
Espejo de Somoza
Ese traidor de los ideales iniciales de la revolución sandinista (quien debería aprender de vocación y madurez democrática de su excompañero de luchas, el escritor Sergio Ramírez) le receta balas a la Nicaragua que "gobierna" en el que es su segundo período de 11 años como "Mandatario".
Quien peleó contra el exdictador con la supuesta idea de construir una patria libre, justa, respetuosa de los derechos humanos, independencia de poderes y apego a la legalidad, suma ya más de 215 muertos y 5.000 heridos en dos meses de comportarse a la altura del asesino Somoza.
LEA MÁS: Economía de Nicaragua con crecimiento nulo, mientras comercio centroamericano se frena
Los invito a leer el paquete de tres artículos que publica El Financiero en su edición en papel y en la digital: "Ortega, solo en medio de la crisis", de Manuel Avendaño Arce; “Crisis nicaragüense enciende alarmas en economía tica", de Laura Ávila Ramírez, y "Daniel Ortega es ahora un espejo del Somoza que derrocó", de María Luisa Madrigal Torres.
Me duele Nicaragua, un pueblo hermano que primero sufrió por Somoza y hoy de nuevo solloza.
Espero que ellos y mi padre tengan muy pronto otro día tan feliz como el martes 17 de julio de 1979...