¿Tan difícil era abrir la gaveta del escritorio, sacar la calculadora y sentarse a realizar en equipo el sano y responsable ejercicio de revisar el gasto público?
Quiero decir, independientemente de la apresurada promesa electoral de no impulsar nuevos impuestos durante los dos primeros años de gobierno, al menos emprender la tarea de examinar los presupuestos de las instituciones en busca de oportunidades de contención del gasto.
¿Tan complicado era empuñar un rotulador fluorescente de color amarillo y subrayar las partidas dignas de ser analizadas?
Me refiero a esos rubros que despiertan dudas o encienden luces de alerta a primera vista porque no está claro cuáles pagos incluye, qué tan importantes o necesarios son, quién los ejecuta, qué pasaría si se reducen o eliminan.
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¿Tan engorroso era tomar papel y lápiz para sacar cuentas, hacer cálculos, sumar, restar, dividir y multiplicar en torno a diversos egresos financiados con impuestos y bonos?
Digo, esos que quizá nadie se ha tomado la "molestia" de estudiar en aras de determinar cómo se han comportado en los últimos diez años porque forman parte del paisaje y por lo tanto su razón de existir tendrán.
¿Tan peliagudo era abrir el Excel y desglosar a profundidad determinados desembolsos que podrían convertirse en ahorro?
Se me ocurre pensar que en ese laberinto de números gubernamentales debe haber goteras y fugas que en mayor o menor grado contribuyen a engordar el ya obeso déficit fiscal.
Déficit de austeridad
¿Tan tortuoso era echar mano a los antiquísimos conocimientos que nos legó Pitágoras para predicar primero con el ejemplo en materia de "socarse la faja" —por ejemplo, con medidas insuficientes pero ejemplares como suspender el servicio de televisión por cable en los ministerios— para después tener la autoridad moral de pedirle sacrificios a la población?
Puede que mi memoria esté fallando, pero no creo equivocarme al afirmar que su Administración será recordada, en gran parte, por el déficit de señales de austeridad, mesura, frugalidad y manejo eficiente y responsable de los recursos financieros.
¿Tan arriesgado era, por temor a perder popularidad o generar protestas, invertir tiempo en hablarle a los ciudadanos con toda claridad y transparencia sobre la seriedad del desbalance en las finanzas públicas y explicar las serias repercusiones de no actuar o posponer las decisiones?
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Qué sé yo, medidas en materia de aumentos salariales, anualidades, carrera profesional, reposición de plazas vacantes, el pago de dedicación exclusiva y de horas extra, el presupuesto...
¿Tan humillante era dejar de lado la tozudez y la arrogancia y atender las voces de alerta de economistas, académicos, conferencistas de organismos financieros internacionales y agencias calificadoras?
Es que ese juego temerario de patear hacia adelante la bola de los retos urgentes consumió los tiempos reglamentarios, los tiempos extra y la tanda de penales, y ni así hubo definición.
¿Tanto costaba gobernar? Pregunto porque justamente en un mes de nuevo Gobierno he visto muchísimas más acciones, propuestas, negociaciones, conciencia y seriedad que en cuatro años de un exmandatario de cuyo nombre no quiero acordarme.