Me explico: un ejercicio en el que los costarricenses activemos los protocolos de excusas, lamentos, reproches, chivos expiatorios, desesperación, pesimismo y evasivas que pondríamos en marcha en caso de que llegue el día en que el terremoto de la realidad nos sacuda con la noticia de que el pozo de las finanzas públicas se secó y no hay más dinero para seguir pagando la costosa y alegre fiesta de los beneficios y los privilegios.
¿Qué les parece si agendamos un día y una hora para ensayar en todo el país las poses de tragedia, los rostros de fatalidad, las declaraciones de consternación, los gestos de amargura, la histeria apocalíptica, los gritos calamitosos y las reacciones melodramáticas a las que recurriríamos para fingir que esa situación nos tomó por sorpresa?
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Sí, porque al mejor estilo de Poncio Pilato nos lavaríamos las manos diciendo que nadie nos advirtió sobre el alto riesgo que corría Costa Rica de sufrir un fuerte sismo económico, que no teníamos la menor idea de la extensión y profundidad de las fallas del gasto por las que se deslizaban los ingresos del Estado, y que no sospechábamos las terribles consecuencias de un choque entre las placas Despilfarro e Irresponsabilidad.
Un simulacro de este tipo quizá nos permita vislumbrar o al menos tener un atisbo sobre cuál sería la actitud, en la hora de la prueba, de quienes ordeñan y escurren hasta la última gota de las arcas públicas sin importarles las graves repercusiones que puede acarrearnos a todos su apetito voraz. O bien, de aquellos que siempre se salen con la suya en materia de eximirse de responsabilidades fiscales.
En la de menos hasta podamos columbrar el valor o la cobardía que exhibirían durante el terremoto financiero los “líderes” gremiales que se deleitan y festejan produciendo réplicas de abusos, ensanchando las grietas del derroche y causando daños estructurales en el desarrollo y el bienestar general.
Alí Babá...
Que se agote el financiamiento para las gollerías es lo de menos; lo realmente serio es la sacudida violenta que sufrirían las inversiones públicas en educación, salud, infraestructura, seguridad, vivienda, administración de justicia y otros programas sensibles para la población.
No solo eso, un Estado con un agudo faltante de recursos económicos se vería obligado a acudir al mercado local de bonos, en donde tendría que ofrecer altos y tentadores rendimientos para que los inversionistas compren sus títulos. ¿El resultado?, una fuerte presión sobre las tasas de interés y el consiguiente incremento desmesurado en el nivel de deuda de los hogares. En efecto, un escenario de mayor pobreza. Algo de esto deberíamos incluir en el simulacro.
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Puede que no nos guste la idea de una simulación de este tipo pues vivimos en un país en el que los problemas se solucionan solos, estamos acostumbrados a los milagros, nadie cree ya en políticos y economistas que nos advierten “¡viene el lobo!”, el dinero florece en los árboles y somos como los gatos: siempre caemos bien parados.
Sigamos entonces “jalándole el rabo a la ternera” y “buscándole tres pies al gato”. Continuemos quebrando el chancho, rajando la piñata, imitando la codicia de Alí Babá, el leñador persa de Las mil y una noches.
Así, en vez de simulacro con sirenas, alarmas y ambulancias quizá tengamos realidad con escasez, miseria y hambre.