Esta es una historia que inició con entrevistar a Mari una profesional en comunicación que fue mi estudiante. Tenía días de no saber de ella, reconectamos.
Y nos conectamos con un: ¿cómo está? ¿hace días que no nos vemos? ¿todo bien Yo sin imaginar la complejidad de su historia.
Tengo de conocer a Mari más de siete años. Su preocupación cuando la conocí y fue mi alumna, era lograr balance porque trabajaba jornadas muy largas.
Fue una alumna ejemplar, con un gran sentido del humor, inteligente, empática y muy disciplinada.
Originaria de una zona rural, ella vino jovencita a estudiar una carrera universitaria por lo que emigró a San José y aquí se enlazó a la organización en la que trabaja; ella se enamoró de la misión de esta organización y trabajaba voluntaria, mientras completaba su carrera, luego fue contratada en esa misma organización y poco a poco fue ascendiendo hasta lograr una posición de liderazgo de su departamento, Mari es, una de las pocas mujeres que ha llegado tan alto en esa organización.
Como líder de su departamento, buscó formarse para desarrollar competencias para gestionar gente, recursos y, sobre todo, aprender a liderarse ella misma. Cuando la conocí, ella admiraba mucho a los líderes de su organización, se sentía extremadamente realizada con su trabajo y bendecida de trabajar en un lugar con una misión social, vivía su propósito de impactar a la sociedad brindando un servicio muy necesario en situaciones de emergencia.
En esa organización conoció a su esposo, con quien formó una familia y ha desarrollado la mayor parte de su carrera. La dejé de ver por varios años, ahora tiene dos niños, pero ha cambiado, se ve más analítica en sus respuestas, más madura, más serena, también se percibe cansada y un poco triste en su mirada.
“Aprendí que bajo estrés uno sabe quién es el líder de verdad. Ahora estoy tranquila, contenta, en paz con mi rol de mamá, esposa, con dar clases y con estar entregando tiempo a organizaciones donde puedo desarrollarme más allá de mi trabajo que todavía conservo, a pesar de las circunstancias que he vivido”.
“No sé si soy valiente o loca, luego de todo lo que he vivido, pero creo que hice lo correcto, comunicar mi disconformidad, denunciar ante las autoridades superiores, expresar mi malestar al no sentirme alineada con los líderes y su falta de valores. Poco a poco más gente dentro de la organización se me unió, hay personas que me dicen que me apoyan, pero les da miedo perder el trabajo o las represalias”.
“Uno se debe a los ideales organizacionales. Lo hice porque cuando uno trabaja en una organización debe saber sus valores, en mi caso, estar enamorada de la misión”.
Ha sufrido una persecución que la llevó al psiquiatra, a incapacitarse por ataques de pánico, a perder su puesto, su departamento a cargo fue disuelto, pero sigue laborando, ha crecido mucho, madurado, cree que el futuro será mejor, que las cosas cambiarán para bien.
Está satisfecha con su decisión, me dijo que ha sido como una montaña rusa, de mucho aprendizaje, no ha sido nada divertido, pero si un proceso de profundo aprendizaje.
Piensa que ser líder se trata de servir, de escuchar, tener valores claros, conocer bien la organización, formar un equipo sólido donde cada parte conozca técnicamente lo que le compete, el líder con una buena cabeza, serena, bien puesta, nada de impulsividad y una vida coherente en lo laboral como en lo personal.
Nos despedimos.
Pensé en todos los golpes que mi estudiante se había llevado, pero cerré la conversación con la satisfacción de que cuando la acepté hace muchos años para que entrara a un programa de liderazgo, mi percepción de ella era la correcta: una mujer líder, fuerte, valiente y coherente con sus valores, con gran amor por el aprendizaje y con una historia de vida de trabajo, esfuerzo y superación.