La tecnología y la robótica están avanzando a pasos de gigante, y sin ninguna duda reducirán la necesidad de trabajadores en el futuro. Según estudio publicado por la OECD en el 2018, al menos un 14% de los puestos de trabajos actuales podrían automatizarse en los próximos años.
La Universidad de Oxford, por su parte, presentó en el 2013 una visión todavía más pesimista para la fuerza laboral, al estimar que al menos un 47% de los puestos de trabajo en los Estados Unidos podrían ser asumidos por tecnologías en las próximas dos décadas.
¿Qué sucedería si una nueva tecnología hace que millones de personas pierdan sus trabajos en un cortísimo período de tiempo, o si simplemente la mayoría de empresas ya no necesiten contar con muchos trabajadores humanos?
Si bien uno podría esperar que la fuerza laboral se adapte y desarrolle nuevos roles y capacidades para mantenerse vigentes en el mercado, lo cierto es que una automatización a esta escala y el desarrollo de inteligencia artificial tendría un impacto social sin precedentes y un efecto nefasto para el fisco de los distintos países (aunque sea temporal).
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Sobre el impacto social, es claro que los puestos que podrían convertirse en obsoletos son aquellos cuyas tareas son más repetitivas y menos especializadas. Por lo tanto, sería la población más vulnerable y con menor nivel educativo la que podría recibir el primer embate de esta tendencia.
En la parte fiscal, los robots, a diferencia de los empleados, no reciben ninguna remuneración por las tareas realizadas. Grosso modo, lo que esto implica es una fuente de ingresos menos sobre el cual cobrar impuestos y cargas sociales.
Previendo esto, desde hace varios años se viene hablando de un “Impuesto a los robots” como mecanismo para contrarrestar los efectos nocivos de la automatización.
La forma en que esto se lleva a la práctica, es tan amplia como la creatividad de su proponente; pero lo que busca es generar una recaudación adicional sobre la automatización para que el Gobierno correspondiente pueda solventar los costos de reubicar a la fuerza laboral desplazada o al menos garantizar programas de asistencia social.
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Corea del Sur, por ejemplo, implementó en el 2017 lo que muchos consideran la primera materialización de este concepto, al limitar los incentivos fiscales por la inversión en máquinas que automaticen funciones. Los ingresos adicionales que recibiría el fisco coreano por esta reforma serían reinvertidos en proyectos de ayuda social y educativos.
Bill Gates, va un paso más allá al afirma que se le deberían de cobrar un impuesto sobre la renta a los robots que desplacen a empleados de carne y hueso, o al menos, gravar los ingresos de sus propietarios para cubrir el costo del traslado de la fuerza laboral.
Estas propuestas, aunque suenen irreales, no son del todo descabelladas si consideramos que estamos a las puertas de una nueva era en el desarrollo de la inteligencia artificial y que de un día a otro muchísimos puestos de trabajo podrían ser obsoletos.
En el futuro cercano, los gobiernos necesitarán invertir en educación para desarrollar áreas de conocimiento que al día de hoy no sabemos que existen, al mismo tiempo que buscan minimizar el impacto negativo que sufriría la fuerza laboral vulnerable desplazada por la tecnología.
Los fondos necesarios para financiar la salida del impasse no aparecerán en las arcas del estado por generación espontánea, por lo que se hace necesario preguntarse si un Impuesto a los Robots es una opción viable para asegurarnos que al futuro estemos invitados todos.