Las crisis suelen acentuar actitudes existentes, y el Coronavirus reforzó en nuestros pensamientos algo que ya sabíamos: la importancia de proteger el bien más preciado que tenemos: la salud.
Al cumplir 50 comprendí, entre otras cosas, que de mí dependía de qué manera transitaría los próximos treinta, cuarenta o cincuenta años que tenía por delante. Cuánto cuidara de mi salud sería determinante sobre cuánto y cómo viviría. Al principio esta idea se presentó como una carga agobiante pero luego, también, como la posibilidad –o ilusión– de ejercer cierto control sobre el futuro incierto.
El visualizar mi madurez y vejez puso de manifiesto la importancia de la salud de una manera que cuando se es joven no se piensa: como un objetivo a alcanzar con acciones y hábitos concretos. Durante mi primer medio siglo de vida disfruté de hacer ejercicio y comer sano, pero mi abordaje era completamente distinto: verme y sentirme bien en el presente sin proyección a largo plazo.
Los costarricenses que transitan la segunda mitad de sus vidas suelen tener hábitos bastante más saludables que sus vecinos de la región y un claro entendimiento de cuánto estos influyen en la longevidad y calidad de vida.
Probablemente, el hecho que una de las cinco zonas azules del planeta –zonas en las que las personas superan en décadas la expectativa de vida del resto del mundo– se encuentre en nuestro país nos recuerda que vivir mucho con salud es posible a la vez que está íntimamente ligado a comer bien y movernos.
En la península de Nicoya los mayores se benefician de la presencia del mar, del clima agradable, de las frutas tropicales y una vida cotidiana que obliga a trabajar duro para poder comer, pero que aporta la cuota de ejercicio para mantenerse ágil.
Entre aquellos que ya no somos jóvenes y aún no somos viejos, la pandemia parece haber generado una ansiedad particular: la de cuidar de manera proactiva la salud como una manera de poder ejercer cierto control sobre una situación que nos excede.
Si bien la cultura del wellbeing está instalada hace tiempo en Costa Rica, el Covid-19 vino a profundizar aquello que ya estaba sucediendo. Según la agencia de transformación digital Findasense Costa Rica, desde que la crisis del coronavirus se desató, creció el interés por alimentos saludables y se incrementó el consumo de los mismos.
Desde la agencia dicen que “cada vez es más fuerte la necesidad de que los alimentos tengan un elevado valor nutricional, pero que además aporten a la salud lo que cada uno necesita en concreto y explican que está surgiendo una nueva categoría dentro de los alimentos que consumimos: los alimentos funcionales”. ¿Qué son? Son alimentos fáciles de ingerir, con un objetivo funcional definido y de alto valor nutricional que tienen un efecto potencialmente positivo en la salud más allá de la nutrición básica.
Una crisis muchas veces cambia nuestras ideas para siempre. Otras, algunas ideas y prácticas que teníamos cobran nueva fuerza a la luz de nuevos hechos. Hoy más que nunca se pone de manifiesto que mantenernos sanos y fuertes depende en gran medida de nosotros y que muchos de nuestros hábitos cotidianos nos dan control sobre el presente y nos ayudan a influir en nuestro futuro haciéndolo más largo, feliz e independiente. Y, ésa amigos, es la nueva idea de éxito.