José Daniel Ortega Saavedra es un hijo de la posguerra. Nació en 1945, unos meses después de que el mayor conflicto bélico conocido por la humanidad había terminado. Nació en una Nicaragua pobre y rural, aunque su casa fue de clase media y sus padres fieles opositores al régimen que él mismo combatiría años más tarde.
Ortega llegó por primera vez al poder de Nicaragua en 1979, a la cabeza del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que en aquellos años se presentaba como la fuerza opositora a la dictadura, al poder y a la tragedia que llevó a Nicaragua la familia dictatorial de los Somoza.
11 años duró en el poder, tras ser vencido por primera vez en elecciones en 1990 por la periodista Violeta Barrios de Chamorro. 14 años es lo que suma ya en su segundo mandato, desde el 2007, siempre al frente del FSLN.
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Con varias reelecciones no se ve amenazado por votaciones. Pero en abril de 2018 su altar presidencial se vio desafiado tras semanas de intensas protestas en las calles de varias ciudades de Nicaragua, con manifestantes que parecían no querer parar hasta que Daniel dejase su puesto.
Ortega no cedió y respondió con detenciones masivas y un contraataque policial que ocasionó algunos enfrentamientos directos con manifestantes.
El resultado fue alrededor de 300 muertos, según datos de diversas organizaciones, una nueva corriente migratoria hacia Costa Rica y Estados Unidos, y la perpetuación de Ortega y su esposa en el poder.
Tras esas protestas y previo a las elecciones de este año, la policía nicaragüense detuvo a, al menos, siete personas con aspiraciones presidenciales –Cristiana Chamorro, la principal de ellas–; también encarceló a periodistas y activistas, e incluso a representantes del principal conglomerado de empresas privadas.
El argumento general para las detenciones fue “traición a la patria”, respaldado en una polémica ley aprobada en el congreso de Nicaragua, controlado por el sandinismo.
El resultado de estas elecciones es bastante previsible: la continuación de Ortega en el poder. Para llegar hasta este punto a sus casi 76 años, el camino no fue corto.
Revolucionario
Fue tal vez su entrada a la universidad, un común denominador en las alineaciones políticas de los futuros líderes de cualquier color, el hecho que inició la carrera política del presidente de Nicaragua. En 1963, ingresó a la Universidad Centroamericana de Managua y fue ahí donde se decantó por unirse al movimiento sandinista.
Como la oposición férrea al gobierno de los Somoza venía desde casa, ese era tal vez, el camino obvio para el joven Daniel.
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Para cuando el futuro presidente nicaragüense cursaba sus primeros cursos universitarios en derecho, Anastasio Somoza García ya había muerto y la presidencia del país había pasado a manos de sus hijos. Primero fue Luis Somoza Debayle y después Anastasio Somoza Debayle, los que se repartieron el mandato de la nación.
Rápidamente se une al FSLN fundado clandestinamente, apenas dos años antes de que se hiciera universitario. Poco tiempo después, partió a Moscú para estudiar en la Universidad de la Amistad de los Pueblos, hoy Patricio Lumumba, considerada por muchos como un centro de adiestramiento comunista para estudiantes del tercer mundo en la década de los 60 y 70.
En sus primeros años como militante sandinista, Ortega participa en múltiples actividades en contra del segundo Anastasio. Termina en la cárcel en el 67, con apenas 22 años, por asaltar un banco y no sale sino hasta siete años y un secuestro después, en un intercambio de presos del FSLN a cambio de familiares y amigos de Somoza Debayle, que fueron hechos rehenes en la toma de la mansión del banquero José María Castillo Quant.
Castillo Quant fue la única víctima de aquella toma, en la que los sandinistas lograron la liberación del aún joven Ortega de 29 años y otros siete presos.
Entonces, Daniel pasó a vivir a Cuba donde recibió entrenamiento militar y más tarde a Costa Rica, donde empezó a gestarse una revolución.
Ortega llega al poder no por casualidad. El golpe al gobierno de Somoza lo soñó desde su adolescencia, tal vez desde antes.
La Revolución Sandinista se cuajó de a poco, pero después de que los presos del FSLN partieran a Cuba a entrenarse, el proceso se aceleró. Los siete años de pausa que Daniel pasó en la cárcel en Managua, sirvieron para gestar la guerra que sacaría a Somoza del poder. También sirvieron, posiblemente, para que Daniel se imaginara a sí mismo en una posición que algunos años antes no soñaba.
La Revolución tiene el apellido de Augusto Sandino y no es coincidencia. El revolucionario había sido asesinado 45 años antes por orden del primero de los Somoza, después de ser líder de la resistencia a la ocupación que vivió el país por parte de los Estados Unidos en las primeras décadas del Siglo XX.
Idilio con el poder
Sandino no vivió para ver la salida de los Somoza de Nicaragua, como sí lo vería Ortega algunos años después cuando el último de la familia, Somoza Debayle, huyó a Miami después de renunciar a la presidencia.
Una constante en los dictadores latinoamericanos parece ser abandonar el barco antes de que se hunda y ver el desenlace desde lejos. Así lo hicieron Pérez Jiménez en Venezuela, Batista en Cuba, Fujimori en Perú, Stroessner en Paraguay o Duvalier en Haití.
Así tal vez lo termine haciendo el mismo Daniel ante el clamor del pueblo que pide su puesto.
Mucho antes de que el pueblo pidiera su salida del poder, el mismo pueblo pidió, defendió y quiso al grupo que prometía un cambio de la dictadura familiar en la que estaban inmersos desde hace 45 años. En ese grupo, junto a otros nombres que después destacaría en la lucha de guerrillas y posteriores puestos políticos, estaba Daniel que no era el más mediático ni la principal figura del FSLN de entonces.
Tomás Borge, Bayardo Arce, Humberto Ortega, Sergio Ramírez, Luis Carrión, Luis Román, Víctor Tirado, Jaime Wheelock y Carlos Núñez fueron nombres que destacaron en el movimiento sandinista. Sin embargo, fue sobre Daniel Ortega que al final recayó el poder, primero en un directorio acompañado de otras figuras de oposición que no eran sandinistas, como Violeta de Chamorro y Alfonso Robelo. Después, al ganar las elecciones de 1984.
No se perfilaba como el líder nato, ese era más bien Borge. Fue su hermano, Humberto, el que se encargó de convencer al resto de la cúpula sandinista para que Daniel fuera el candidato, presentándolo como una persona influenciable. Desde 1984 y hasta la fecha, él ha sido el único candidato presidencial del FSLN.
Para esos momentos, ya estaba a su lado Rosario Murillo, poetisa y revolucionaria, que se ha mantenido a su lado en las buenas y en las malas, en las mieles de la política y en los conflictos que piden la salida de los dos. Siendo gobierno y siendo oposición. Murillo es para muchos quien hoy gobierna en Nicaragua, en nombre de su esposo, pero propio también.
Murillo pasó de ser vocera del gobierno a vicepresidenta, por designación del propio Ortega. Ahora, la pareja sentimental es también la pareja presidencial.
Con esos apoyos, y otros, Daniel gobernó. Se convirtió de a poco en el hombre autoritario que maneja Nicaragua hoy. Se sobrepuso a sus camaradas por su capacidad política, a pesar de ser retraído, tener poca formación académica y de que negociar no aparece casi nunca o nunca en su vocabulario. Bueno en discurso mas no en discusiones, Ortega se encargó de separar a los miembros del partido que no estaban de acuerdo con su forma de gobernar. Muchos de los sandinistas originales hoy ya no están en el partido.
Fue él mismo quien, sin embargo, dejó el poder a un lado para pasar la banda presidencial a Violeta de Chamorro en 1990 y convertirse en oposición, en medio de las elecciones más vigiladas internacionalmente en la historia de Nicaragua. Puesto contra la pared por la presión internacional y la virtual quiebra de Nicaragua, a Daniel no le quedó otra opción más que doblar el brazo.
Por supuesto, quiso volver a portar la banda de presidente, pero como la tercera es la vencida, fue hasta el 2007 que volvió a gobernar Nicaragua. Después de 22 años, una guerra de guerrillas y un proceso de paz de por medio, el Ortega que volvió a ser presidente era otro.
O tal vez siempre fue el mismo, pero ahora entiende mejor cómo funciona el poder y, más importante, ahora tiene muchísimo dinero a su nombre.
El dinero no llegó solo. Sus detractores aseguran que es producto de la conocida “piñata” con la que los sandinistas, entre ellos los hermanos Ortega, se apoderaron de múltiples propiedades que habían sido expropiadas a los somocistas y que justo antes de la salida del FSLN del poder pasó a manos de los líderes del partido.
Esta segunda vez, Daniel volvió vestido de blanco, con un discurso de paz y de unidad nacional, sin ser tan amigo de Fidel y siendo más amigo de Dios. Había intención de abandonar la Casa Presidencial, en eso sí repetía el patrón a pesar de la oposición, a pesar de los rumores de enfermedad, a pesar de desaparecer del ojo público al mejor estilo de Castro. Pero aunque no había intención de dejar el mando, parece que ahora Daniel no se manda solo y tampoco manda sobre todos.
El pueblo nicaragüense, dormido y temeroso en partes iguales del comandante Ortega, salió del sopor en 2018. Pero tras meses de protestas, muertos, desaparecidos, heridos y encarcelados, el presidente parece tener asegurada su continuidad, a pesar de una fuerte oposición ciudadana y una comunidad internacional que parece haber agotado las cartas contra Nicaragua.