Un día del año 2018, Juan Carlos González estaba revisando redes sociales cuando vio una publicación sobre una caminata que le llamó la atención, pues la foto del anuncio mostraba el frente de su finca. Inmediatamente se comunicó con los responsables de la información.
Una semana después de ese primer contacto recibió la visita de los representantes de la Asociación Mar a Mar, promotora del Camino de Costa Rica, a quienes, luego de escuchar sobre el proyecto, les externó su interés en involucrarse.
“Yo todavía no estaba listo, ni siquiera estaba abierto. Pero a ellos les encantó y desde ese momento empezamos una bonita relación con la Asociación”, cuenta Juan Carlos. Dos años después, en enero del 2020, abrió Verdesana Forest Lodge, un albergue de montaña ecológico y centro de retiro ubicado en Palo Verde de El Guarco, a 20 minutos de Cartago y una hora de San José.
A 14 km lineales de distancia pero seis años antes, en el 2014, Mariana Céspedes barría la acera frente a la soda que lleva su nombre cuando pasó Conchita Espino, directora ejecutiva de la Asociación Mar a Mar.
La curiosidad llevó a Mariana a escuchar a Espino con detenimiento, quien le contó sobre el mismo proyecto y le preguntó si quería ser parte de él, algo que Mariana aceptó con la esperanza de impulsar su emprendimiento.
“Yo ya vendía comida pero no en la cantidad como es con Camino de Costa Rica”, dice Mariana, que lleva más de ocho años alimentando a los viajantes y vecinos del pueblo de Purisil, puerta de entrada para el parque nacional Tapantí, en Cartago.
En esas dos historias existe un elemento en común: el Camino de Costa Rica, un proyecto que empezó a diseñarse en el 2012 con la intención de crear una ruta que conectara el mar Caribe con el océano Pacífico, desde Parismina hasta Quepos, pasando por la cordillera de Talamanca.
Para definir su trazado la Asociación Mar a Mar acudió a baqueanos, senderistas y a las propias comunidades. La premisa principal era plantear un recorrido que pasara por las partes más atractivas visualmente pero con la mayor accesibilidad posible y minimizando la distancia entre las costas.
El proyecto se lanzó oficialmente seis años después y el resultado fue una ruta de 280 km, dividida en 16 etapas, que aprovecha caminos públicos y atraviesa dos áreas protegidas, un territorio indígena, cuatro provincias y más de 20 pueblos que perciben pocos beneficios del turismo convencional.
“El Camino de Costa Rica vino a refrescar la economía de nosotros los pueblos rurales”.
— Fabián Araya, propietario ViaLig Journeys.
El camino
El recorrido del Camino de Costa Rica es de 280 km de travesía por paisajes rurales de una costa a la otra
FUENTE: Asociación Mar a Mar || INFOGRAFÍA / El Financiero.
Motor económico
Más allá de la experiencia y el atractivo visual, el Camino aspira a dar un impulso de desarrollo económico a los pueblos que atraviesa.
“El camino es el motor económico para el desarrollo de las comunidades a su paso. Hay un enlace grande entre la calidad del Camino, la capacidad de mercadearlo y el impacto económico”, aseguró Conchita Espino, directora ejecutiva de la Asociación Mar a Mar.
Esos efectos los han percibido los protagonistas de esta historia. La soda de Mariana, que se ubica en plena etapa nueve, pasó de vender algunas decenas de platos al día a recibir caminantes y grupos de hasta 30 personas de forma más constante.
Mientras tanto, Verdesana está despegando tras dos años difíciles por la pandemia y el Camino es, en parte, responsable de ello. En esta última temporada alta, el albergue recibió entre 30 y 40 senderistas al mes, todos extranjeros, quienes no solo se hospedan, sino que también activan otros servicios del lodge como masajes o clases de yoga. Una ventaja de Verdesana es que se localiza entre dos etapas: cerca del punto final de la etapa 10 y del inicio de la 11, por lo que suele ser una parada de descanso.
LEA MÁS: Falta de presupuesto compromete futuro del programa estrella de conservación ambiental de Costa Rica
El Camino no solo ha impulsado negocios existentes, sino que también ha sido la razón del arranque de otros. La Asociación apoya a los emprendimientos en su proceso de formalización y en la solicitud para recibir el certificado del Instituto Costarricense de Turismo (ICT).
Mar a Mar tiene enlistados a 79 negocios de 25 pueblos. Los servicios de comida, los hospedajes, el transporte y los guías turísticos son los sectores que más se han beneficiado.
Uno de esos tour operadores es ViaLig Journeys, un emprendimiento familiar que se encarga de diseñar y ejecutar la logística completa: guías, transporte, coordinación de hospedaje y otros servicios a lo largo de todo el Camino.
El involucramiento en este proyecto significó un empuje para el negocio. Actualmente atiende a un grupo de entre cuatro y 10 personas al mes que caminan los 280 km, en un viaje de unos 16 días.
“El Camino de Costa Rica vino a refrescar la economía de nosotros los pueblos rurales donde el turismo es prácticamente cero”, afirmó el propietario Fabián Araya, desde Nápoles de Tarrazú, donde estaba acompañando a una turista que decidió hacer el Camino sola.
Ticos a Pata o Urri Trek son otros de los tour operadores que ofrecen sus servicios a los caminantes. Aunque llevar un guía no es obligatorio, es recomendado, especialmente para personas menos experimentadas.
El Camino de Costa Rica genera una cooperación mutua. Las comunidades ofrecen sus servicios y la Asociación invierte en el desarrollo sostenible, a través de donaciones y fondos no reembolsables a los que aplican. Esos recursos se distribuyen de acuerdo a un comité que asesora las necesidades de las poblaciones. Algunos de los ejes que desarrollan son la sostenibilidad y educación ambiental, el acceso a electricidad o agua potable, entre otros.
“El rol de Mar a Mar es básicamente el de un fondo comunitario y un encadenamiento de negocios a lo largo del Camino”, explicó Espino. El proyecto ha logrado unir en un mismo objetivo a negocios de distintos nichos y latitudes, y ha generado pequeños encadenamientos locales que tienen un valor más allá del económico.
El Camino recibe actualmente a unas 300 personas al mes, en su mayoría extranjeros pero cada vez más costarricenses, que recorren una o más etapas o lo hacen completo.
El recorrido de costa a costa varía según el ritmo del caminante y las actividades que haga, pero tarda en promedio unos 14 días. La Asociación calcula que unas 800 personas han hecho todo el sendero y de ellas unas 55 lo han hecho solas, sin guía ni compañía.
LEA MÁS: Visitación a sitios privados de senderismo disminuye conforme se apacigua la pandemia
Para apoyar a esos aventureros solitarios, se publicó una guía que está disponible en Amazon, tanto en edición digital como impresa. Además, el recorrido se puede descargar de Wikiloc, una aplicación que permite almacenar y compartir rutas georreferenciadas. El objetivo es que el Camino ofrezca las condiciones para que cualquier persona lo pueda hacer por su cuenta si así lo quiere.
Poco a poco, el Camino recibe mayor reconocimiento fuera del país. Una de las recientes vitrinas internacionales fue National Geographic que lo incluyó en su lista de 25 viajes increíbles para 2022, donde destacó su rol dinamizador de las economías rurales.
El proyecto también es parte de World’s Trail Network, una red que reúne a rutas similares de todo el mundo, que ha servido como plataforma de difusión y de aprendizaje sobre cómo otras organizaciones administran senderos, cómo se mantienen financieramente o cómo logran sus objetivos.
Un Camino de escala mundial
A largo plazo, la meta es convertir el Camino de Costa Rica en una ruta de estatus mundial, como lo son el Camino de Santiago, que culmina en la ciudad española de Santiago de Compostela, o el Inca Trail, en Perú.
Para ello, sin embargo, hay tareas pendientes. Una de ellas es asegurar el mantenimiento, pero también mejorar la señalización con información sobre los atractivos que existen a lo largo del trayecto, por ejemplo sobre el significado histórico de algunos sitios o sobre las aves que se pueden observar.
Las perspectivas económicas son favorables. Para el 2025 se proyecta tener 1.500 caminantes al mes, lo que generaría $27 millones en ingresos, un aproximado de $1 millón por pueblo.
Para lograrlo, la Asociación busca aumentar la visibilidad y el mercadeo del Camino tanto a nivel nacional como internacional. Hoy la mayoría de senderistas vienen de Canadá y Europa principalmente.
Espino espera ver también más iniciativas creativas que nazcan desde las propias comunidades. Un caso de éxito fue la construcción de unas casas que exponen la cosmovisión de la cultura cabécar, una idea que surgió desde el seno del territorio indígena de Tsiobata, ubicado en los alrededores del parque nacional Barbilla.
Los emprendedores también avizoran un futuro prometedor para el Camino y sus negocios. Araya cree que pronto se podría triplicar la afluencia de visitantes. Su agencia ya tiene reservaciones para el 2023. No obstante, también teme que una mayor llegada de caminantes exceda la capacidad de los pueblos, algo que es un reto y una oportunidad a la vez.
En Verdesana esperan recibir el doble de huéspedes para la próxima temporada alta y ven el Camino como un semillero que puede generar nuevos negocios y alianzas locales. “Ni siquiera creo que podemos visualizar el potencial del Camino porque hay mucha gente que no lo conoce”, expresó González.
Mariana, desde Purisil, anhela hacer crecer su soda y poder contratar a más mujeres del pueblo. “Somos un grupo y es un beneficio para todos”, dijo la emprendedora. Mientras tanto, seguirá encendiendo los fogones para cautivar a los visitantes con su comida casera.