Corría la madrugada del 22 de julio de 1927 cuando un suceso interrumpió la calma capitalina. A la 1:15 a.m., un viandante dio la voz de alerta. Había conmoción en el centro de San José, cantón que albergaba por entonces 62.000 habitantes. Los desvelados testigos presenciaron un infierno de pocas horas: el incendio del Gran Hotel Francés.
“Me dirigía, en vigilancia, al Oeste; al llegar a la esquina del Hotel Francés encontré a un señor pequeño, delgado y de pera que, en compañía de otra persona, empleado al parecer de aquel Hotel, iban y venían intranquilos (...). Yo les pregunté de qué se trataba y el señor pequeñuelo y de pera me dijo: ‘Presiento un incendio, me llega un olor a quemado’ [sic]”. Esto declaró al día siguiente el oficial de policía Ernesto Alfaro al periódico La Tribuna, a quien se le atribuyó ser el primero en avisar del incidente.
Ese hombre “pequeñuelo” no era otro sino Maurice Bournac, administrador del hotel. Bournac se percató de un olor a “trapo quemado” que invadió el edificio. Entonces se levantó a investigar dentro del mismo sin percibir nada raro, pero el olor persistía. Decidió salir a la calle a inspeccionar los comercios de la planta baja cuando encontró humo saliendo de la joyería Huguenin.
El policía Alfaro relató que el vidrio interno del comercio estaba empañado, pero no quiso romper las puertas. En vez de eso, dio pitazos, subió al hotel y llamó a Bomberos.
Durante dos horas el icónico hotel se fue consumiendo por dentro. El viento amenazaba con irradiar el fuego a edificios contiguos como los del hotel Metrópoli o Banco Anglo. Desde las ventanas del hotel se asomaban cabezas pidiendo auxilio, otros se lanzaban hacia la calle. Casas de vecinos acogieron a los turistas asustados.
Con la luz del día y el fuego apagado, se emprendió la búsqueda de cadáveres. Los medios de la época informaron que el incendio dejó, al menos, tres muertos identificados: el agente comercial Benjamin Hess, quien murió por golpes en su caída a la acera, el comerciante Félix Mirhige y el secretario general del Partido Socialista de Colombia, Francisco de Heredia.
El “pavoroso incendio”, como lo llamó La Tribuna, produjo graves secuelas: destruyó por completo el edificio del hotel —construido con la técnica de bahareque francés, con madera—, que albergaba también a la joyería, una farmacia y otros comercios; hubo daños en las Arcadas alrededor de la plaza Juan Mora Fernández; y los turistas sufrieron pérdidas de equipaje, dinero y alhajas —el huésped Teófilo Winkler dijo perder $3.000 en efectivo y una mujer aseguró que un collar valorado en ¢16.000 se hizo cenizas—. Las pérdidas en seguros rozaron los ¢400.000. Los detenidos: el administrador y el dueño de la joyería.
Así acabó el capítulo del Gran Hotel Francés, fundado en 1872 por Joseph de Vigny. Fue el hotel más renombrado de San José en su tiempo. Estuvo en tres puntos distintos de la ciudad, pero desde 1924 se situaba sobre la avenida Central, diagonal al Teatro Nacional y frente a lo que es hoy la Plaza de la Cultura.
El terreno fue solo escombros por varios meses hasta que apareció Luis Paulino Jiménez Ortiz, médico de la United Fruit Company (UFCo), quien vio la oportunidad de levantar un nuevo hospedaje, recogiendo así el legado de su predecesor.
El nuevo alojamiento, bautizado como Gran Hotel Costa Rica, vio la luz el 30 de octubre de 1930 con un acto de inauguración al que acudieron las familias más prominentes de la sociedad josefina. Los invitados, ataviados en una elegante etiqueta, desfilaron ante centenares de personas que llegaron para observar su entrada.
La Nueva Prensa hizo al día siguiente una minuciosa crónica del evento. La fiesta empezó a las 10 p.m. con el himno nacional, cena a medianoche y un programa musical extenso. La entrada costó aproximadamente ¢5.
El periódico enlistó los nombres de las damas invitadas. Se leen apellidos como Beeche, Gurdián, Federspiel, Tristán, Niehaus, Steinvorth, Jiménez, Guardia, Piza, Tinoco, Trejos, Peralta, Sotela, Quirós, Clare y otros más.
Esa noche las luces no se apagaron hasta entrada la madrugada en el denominado “mejor hotel de Centroamérica”. Con sus cuatro pisos originales, el edificio se distinguía como el más alto de San José, visible desde las afueras de la ciudad. Pero para llegar a esa noche de glamour el proyecto hotelero tuvo que superar obstáculos y una polémica.
Jiménez Ortiz y el Gobierno, liderado por el presidente Cleto González Víquez, negociaron un contrato para hacer realidad el hotel. El Gobierno le otorgaba varias concesiones: usar la plaza Mora para hacer una calle de entrada, permiso para construir sobre las Arcadas, exención de todos los impuestos a futuro, y se comprometía a construir carreteras hasta los volcanes Poás e Irazú para el disfrute de los huéspedes. A cambio, el contratista ofrecía dos habitaciones a disposición del Gobierno para visitas diplomáticas y se le obligaba a vender solamente café costarricense.
“La impresión que hemos obtenido de la lectura del contrato suscrito entre el señor Secretario de Fomento y el Dr. don Luis Paulino Jiménez, ha sido sencillamente desfavorable [sic]”, se quejaba el diputado Antonio Solano en los medios, quien tildó el contrato de desproporcionado, ilegal e injusto.
Además, la Secretaría de Vías Públicas rechazó los primeros planos del hotel en busca de algo “más estético y sobre todo más seguro”, pues consideró que difería poco del antiguo hotel quemado en el mismo sitio.
En paralelo, Jiménez continuó el acuerdo que tenía el Gran Hotel Francés con la United Fruit Company para que la compañía le enviara todo el turismo, lo que resultaba un gran negocio. Por este interés comercial, la UFCo se encargó de la construcción con sus propios ingenieros y puso la mitad del costo de la obra: $200.000 o ¢800.000 de la época. Jiménez consiguió la otra mitad por cuenta propia, principalmente de inversión estadounidense. “Mi hotel será montado a la moderna (...). Un Pennsylvania en miniatura”, decía por entonces el médico convertido en hotelero.
El hotel contaría con 120 cuartos con baño, agua fría y caliente, tea room, salón para baile, radio y telégrafo, dos cantinas y comedor para 200 personas. Sería de arquitectura española, resistente a sismos y contra incendios, repetía Víctor Lorenz, el constructor principal, quien venía de levantar el hospital de la United Fruit Company en Limón y de estar cuatro años en el Canal de Panamá.
Jiménez ideó el Gran Hotel cuando a Costa Rica llegaban unos 3.000 turistas estadounidenses al año, muchos a través de la UFCo. Los visitantes eran principalmente comerciantes, científicos y estudiantes. El empresario visionaba una explotación mayor del turismo y pedía al Gobierno mayores esfuerzos para aprovechar la ubicación privilegiada y las conexiones con EE. UU.
Ebullición hotelera
El Gran Hotel Francés y el Gran Hotel Costa Rica no eran los únicos de la época. A raíz de la construcción del ferrocarril, el país incrementó el comercio exterior y vivió un auge en la llegada de visitantes extranjeros que tuvo como efecto la expansión de la oferta hotelera.
“Si algo transformó el interés turístico del país fue que a partir de 1890 se estableció la primera línea directa de ferrocarril entre San José y Limón, y eso, como decimos, alborotó el panal; transformó las percepciones que se tenían en San José sobre el ocio y el esparcimiento”, aseguró Rafael Méndez, profesor de Historia de la Cultura de la Universidad de Costa Rica y coordinador de Humanidades de la Universidad Estatal a Distancia, quien actualmente desarrolla una investigación sobre este tema.
Entre finales del siglo XIX e inicios del XX surgieron en San José varios establecimientos de hospedaje, muchos de los cuales trataron de emular patrones de consumo europeos. Entre esos están el hotel Europa, La iberia, el Español, el Valencia, el Internacional, el Roma y el Estrella del Norte. Además, un incipiente turismo interno también impulsó la apertura de hoteles en Puntarenas y Limón, principalmente. En Agua Caliente de Cartago, las aguas termales fueron la excusa para generar un auge turístico del que disfrutó el mismo Rubén Darío en 1891.
Esos primeros hoteles tenían servicios escasos, falta de personal y una casi inexistente experiencia en esta industria. El sistema telefónico era limitado. Era usual que los baños fueran compartidos. Cuando los hoteles estaban llenos, era común ver filas de huéspedes esperando su turno para bañarse.
Sin embargo, los de este periodo no son los hoteles más antiguos de Costa Rica. De hecho, se desconoce cuál fue el primer alojamiento de este tipo en el país; es aún una incógnita para los historiadores, principalmente por la falta de periódicos regulares en esos años.
La primera referencia que se tiene, según Méndez, proviene de 1863. Se trata de un anuncio en el diario oficial La Gaceta, donde un comerciante llamado Víctor Aubert anuncia la venta de leche fresca en el hotel Francés, al lado del Cuartel principal. No obstante, este no es el mismo hotel Francés que terminó en cenizas 64 años más tarde. Ese nombre se hizo común en la época, principalmente cuando la inversión o los dueños eran franceses.
Luego, en 1887, Aubert volvió a publicar un aviso comercial, esta vez del hotel Víctor, el cual informaba tener 25 años de experiencia, lo que lleva su inicio a 1862. Se trata del mismo hotel Francés del anuncio anterior pero con un nombre nuevo.
Lo que sí se sabe es que, posterior a la independencia, proliferaron pensiones básicas y rudimentarias en puntos estratégicos que aparecen paralelamente al desarrollo de San José como ciudad. La consolidación de la antigua Villa de la Boca del Monte como capital provocó un crecimiento poblacional y una mayor demanda de servicios.
“Ya existían hoteles en la capital y en otras partes desde mucho antes. Estos se desarrollaron con la exportación de café después de la construcción del camino carretero al puerto”, indicó el arquitecto e historiador Andrés Fernández.
Esas condiciones deplorables perduran en relatos de viajeros de la época. El irlandés Thomas Francis Meagher describió en 1857 el sitio donde se hospedó en Cartago como “un compendio de la ciudad: incómodo, ventoso, primitivo y arruinado”. Muy diferente a lo que representó en sus inicios el Gran Hotel Costa Rica décadas más tarde.
La época dorada
Rápidamente, el Gran Hotel se convirtió en el nuevo lugar de las reuniones de la alta sociedad y los aristócratas. Por él han pasado Juan Carlos I, rey emérito de España; el actual rey Felipe VI, el Dalái Lama, Cantinflas, Ronald Reagan y muchas otras figuras. Pero posiblemente la visita más rememorada es la de John F. Kennedy, en marzo de 1963, cuando era presidente de EE. UU.
“Cuando vino el presidente Kennedy y el Dalái Lama la que los recibió fui yo (...). Era el único lugar donde se podía hacer recepciones porque en Costa Rica no había salones de reuniones. El hotel llegó a ser un lugar importante”, recordó Marilena Zúñiga Jiménez, nieta del fundador.
Zúñiga rememoró cómo era crecer junto a su abuelo y el hotel en los años 50. Todas las mañanas, Luis Paulino Jiménez acostumbraba ir al hotel a revisar los menús del restaurante, que se enfocaba en comida francesa y se ubicaba en el quinto piso, que se agregó años después de la apertura. Se tomaba mucha champaña, precisó la nieta.
Ambos solían caminar desde la casa de los abuelos, cerca de la iglesia de La Merced, hasta el hotel. Cruzaban la Catedral Metropolitana y salían por el Sagrario, que estaba al costado norte —sección que se demolió para ampliar la Avenida Segunda—.
Su lugar favorito era un sillón en el quinto piso donde su abuelo se sentaba a tomar una cerveza y las Arcadas, donde Jiménez tenía su consultorio. También recuerda el entorno: al frente del hotel existía un restaurante español; donde hoy está la Plaza de la Cultura había otro local mediterráneo; por el norte estaba la librería Lehmann. “Era el San José viejo, el San José bonito”, expresó Zúñiga, quien luego de recorrer el hotel de niña fungió como directora comercial entre 1979 y 1989.
El Gran Hotel Costa Rica destaca como un hito por tres factores: existe consenso entre historiadores para afirmar que es el más antiguo del país aún en funciones; se le reconoce ser pionero del turismo organizado; y está catalogado como patrimonio histórico-arquitectónico, distinción que obtuvo en 2005.
La hotelería en Costa Rica cambió sustancialmente en la década de 1930, pues fue cuando surgió un interés por promover el ingreso de turistas. En 1931 se decreta la primera normativa sobre regulación turística y se crea la Junta Nacional de Turismo, que luego se transformó en el actual Instituto Costarricense de Turismo (ICT).
Años más tarde, aparecen hoteles icónicos fuera del Gran Área Metropolitana (GAM): el Tioga en 1965 en Puntarenas, en 1974 nace Cabinas Medaglia que luego pasa a ser el hotel Tamarindo Diriá y en 1976 abre el hotel Jacó Beach en la playa homónima. En esos años San José poseía seis hoteles de alta categoría, como el Balmoral, el Presidente y el Europa. Este último abrió en 1911.
En ese periodo, en 1973, aparece otro jugador de peso en el sector: el hotel Cariari, que se autodenominó el primer resort de Costa Rica. Sus fundadores fueron empresarios costarricenses, entre ellos Rodrigo Crespo —de la misma familia de la tienda La Gloria—, Rodrigo de Bedout y Gustavo Yglesias.
El hotel abrió sus puertas con 60 habitaciones y elevó el nivel del servicio: prometía una experiencia única con una decoración llamativa, organización de eventos, un servicio especializado, jardines y espacios abiertos, piscina olímpica, cancha de golf y el uso de las instalaciones del Cariari Country Club.
En esos inicios también estuvo Sandra Orfila, administradora de profesión, quien un día recibió una llamada de Rubén Pacheco, futuro gerente del naciente hotel, para invitarla a formar parte del equipo inicial del alojamiento en vista de su conocimiento de inglés, pues creció en las bananeras.
Hospedarse en el Cariari llegaba a costar hasta $50 por noche en habitación doble, mencionó Orfila entre risas, un costo que hoy se paga en establecimientos de menor categoría.
El Cariari adoptó el eslogan de “el lugar de los grandes acontecimientos”. Fue sede de recepciones presidenciales, festejos luego de traspasos de poderes, torneos de tennis y golf, una Expotur, y trajeron el show mexicano “Siempre en domingo” con la presencia de José José. Entre sus visitantes estuvieron Sting, Julio Iglesias, Henry Kissinger, Jacques Cousteau y hasta prófugos de la justicia o artistas de incógnito.
“El hotel lo inauguró Daniel Oduber y de verdad que fue el más exitoso en esos años”, afirmó Orfila, quien empezó como gerente de Ventas Locales y luego pasó a Ventas Internacionales.
El hotel se expandió con 60 cuartos más y adquirió el Herradura y el Corobicí. Incluso llegó a pautar en el New York Times, recordó la exhotelera.
El sector trabajaba por entonces en la atracción de turistas de la mano de agencias de viajes. En ese momento el turismo centroamericano y estadounidense era el cliente principal, pero la mira se puso en Europa. Para ello se organizaron giras internacionales en las que participaron las dos empresarias de esta historia.
Había un obstáculo: las frecuencias entre Europa y Costa Rica eran escasas; algunas aerolíneas volaban una vez a la semana o de forma quincenal. Por eso el primer intento se hizo con Iberia.
“Una de las cosas que se hizo fue firmar un convenio de cooperación que era de Iberia conmigo, prácticamente, pero firmado por Óscar Arias cuando él fue a recibir el Premio Nobel de la Paz”, aseveró Zúñiga. El acuerdo incluía la promoción de Costa Rica en Europa.
La nieta del fundador atesora recuerdos del Gran Hotel y su paso por la industria en grandes folios que guardan recortes de periódicos, fotografías y hasta menús de los primeros tres años del hotel.
A pesar del buen dinamismo del sector en esas décadas, las entrevistadas coincidieron en que era una época difícil para el turismo: las carreteras estaban poco desarrolladas, los parques nacionales no tenían el renombre del que hoy presumen y había pocos tours consolidados. Paseos a Guanacaste, visitas al Teatro Nacional y a algunos volcanes estaban entre los atractivos principales que se ofrecían a los extranjeros.
Esa fase de la hotelería nacional estuvo marcada por la presencia de mujeres: además de Orfila y Zúñiga, destacan nombres como María Amalia Revelo, Anita Hornedo, Yadira Simón o Emilia Gamboa.
Así empezó el germen de una nueva etapa de la hotelería costarricense hacia la expansión internacional.
La llegada de cadenas
En las últimas tres décadas la industria hotelera local ha tenido momentos agridulces. En 2014 cerró el josefino hotel Europa, tras 103 años en funciones. Durante la pandemia dijo adiós el hotel Don Carlos, en barrio Amón. Otros locales propiedad de costarricenses han bajado sus cortinas y han dado paso a hoteles de cadenas extranjeras, que han puesto a Costa Rica en la vitrina global.
Barceló fue una de las primeras firmas en aterrizar en Costa Rica. En 1990 abrió el San José Palacio, donde estaba el Vista Palace. Dos años más tarde inauguró el Barceló Tambor, con el concepto todo incluido.
Zúñiga fue una de las artífices de la llegada de esta cadena española. En 1981, en una de las reuniones de la Feria Internacional de Turismo (Fitur), la hotelera conoció al propio Gabriel Barceló, dueño de la marca mundial, y a Gabriel Escarrer, CEO de la cadena Meliá.
“Hicimos un desayuno donde invitamos a posibles inversionistas. Barceló y Escarrer aceptaron venir a Costa Rica”, detalló. Las negociaciones no fueron fáciles, pues Barceló era exigente y directo cuando algo no le gustaba, pero Zúñiga se plantó ante esos altos ejecutivos. Su persistencia dio frutos.
La llegada de Barceló despertó el interés de otras marcas. Marriott y Best Western aparecieron en 1996, un año después lo hizo Intercontinental.
En ese periodo también se transformaron los dos hoteles de esta historia. La época de oro del Cariari sucumbió ante inversionistas japoneses, quienes adquirieron el hotel a finales de los años 80. Poco a poco, sustituyeron al staff local por su equipo de confianza.
“Nos despidieron y el hotel se volvió otra cosa. Quitaron amenities (...). Con el tiempo vieron que era difícil y se les había caído el hotel”, narró Orfila, quien salió del Cariari y trabajó como asesora en el ICT desde 1994 hasta la administración de Laura Chinchilla (2014-2018). Hoy vive retirada en un apartamento en Santa Ana con una vitalidad persistente.
El Cariari, por su parte, funciona actualmente bajo la marca Double Tree de la cadena Hilton.
En 1989, Margarita y Ana Isabel Jiménez, a cargo del Gran Hotel, tomaron la decisión de venderlo a un estadounidense. Tiempo después también vendieron a canadienses el edificio anexo que servía como apartamentos de alquiler, que hoy es el hotel El Rey.
Marilena se pensionó luego de trabajar 18 años con Barceló. Tras la venta solo ha vuelto al hotel una vez. Al hablar del pasado, sus ojos y palabras transmiten la emoción que siente de haber participado en esa etapa de la hotelería nacional. Hoy escucha con orgullo las cifras de visitación turística de europeos que multiplican las de aquellos primeros años que ella ayudó a traer.
Mientras tanto, el Gran Hotel sufrió el paso del tiempo y quedó rezagado ante la competencia hasta que en 2015 un grupo de inversionistas costarricenses, entre ellos Sandor Tupi y Stanley Rattner, decidió invertir en el hotel y aliarse con Hilton, cadena que finalmente aportó su marca Curio, que se caracteriza por otorgarse a edificios emblemáticos, especiales.
“En 2015 el hotel estaba bastante deteriorado, el edificio estaba muy afectado. Entra en un proceso de revisión con el Centro de Patrimonio de qué se puede y no se puede hacer”, indicó Ludwing Díaz, director de Ventas y Mercadeo.
En 2018 el hotel reabrió con cambios: 79 habitaciones remodeladas, menos que la cantidad original; se eliminó el restaurante del primer piso y el quinto piso, el único que no estaba bajo la declaratoria de patrimonio, se reformó para representar el futuro.
El hotel aún alberga rincones icónicos como la suite presidencial en la que se hospedó John F. Kennedy. También conserva, en algunas secciones, pisos originales, así como toda la ventanería de 1930. El perfil del huésped de hoy es estadounidense y europeo, viajeros culturalistas, innovadores, de negocios y familias. Los números muestran buena salud: la ocupación de este año ya superó la de 2019, previo a la pandemia.
Aquel acuerdo entre Jiménez y el Gobierno desapareció: ya no se dan las habitaciones a diplomáticos y no se vende café costarricense exclusivamente.
Alguien que ha visto la evolución de la industria desde adentro es Hernán Garita, un botones que labora en el Gran Hotel desde su reapertura pero que estuvo antes tres décadas en el Cariari. Este alajuelense pasó muchas veces de niño frente al hotel donde hoy trabaja.
“Hoy llegan turistas a preguntar si es cierto que Kennedy estuvo aquí en 1963″, comentó Garita, quien se dice un apasionado por el servicio al cliente.
Con la carga de 93 años, el Gran Hotel mira hacia el futuro: quiere apostar por la cultura local, por exponer San José a los visitantes, fortalecer alianzas con entes capitalinos y destacar en la calidad del servicio, categoría de la que ha recibido galardones dentro de la cadena Hilton como el premio Connie en 2019. La firma tiene más de 7.000 establecimientos en todo el mundo, ocho de ellos en Costa Rica y tres más en construcción.
Esto último refleja que la explosión hotelera continúa hasta nuestros días. Cadenas de lujo como Four Seasons, Riu o Hyatt han abierto hoteles en años recientes. Asimismo, ha crecido la oferta en nuevas zonas como el Caribe sur, La Fortuna o Manuel Antonio.
El ICT estimó que en 2022 operaban en Costa Rica 3.133 establecimientos de hospedaje, entre hoteles, hostales y otras categorías. No se incluye el alquiler vacacional mediante plataformas.
“El sector aún no se ha recuperado de la pandemia; poco a poco ha ido creciendo. Ha cambiado el perfil del turista que viene al país. Puede ser que no se queden tantos días como antes, pero tienen un poder adquisitivo mayor”, afirmó Flora Ayub, presidenta de la Cámara Costarricense de Hoteles, que nació hace 83 años con el nombre de Asociación Costarricense de Hoteles y Afines (ACHA) y agrupa a 150 afiliados.
Guanacaste registra en este momento la situación más dinámica. El incremento de ingresos por el aeropuerto Daniel Oduber y el desarrollo inmobiliario para hospedaje no tradicional a través de plataformas impulsan el mercado en esa provincia.
La evolución del sector es patente. De aquellas primeras pensiones y hoteleros inexpertos no quedan más que recuerdos en el papel; de la epóca dorada de los hoteles históricos aún viven personas que fueron protagonistas, que ven con nostalgia el pasar del tiempo que se imprime en la industria hotelera, un sector en cambio constante que se adapta a las nuevas demandas.