La marcha de los soldados franceses de Malí, antiguo aliado de Francia, evidencia la profunda y duradera pérdida de influencia del antiguo colonizador y de la Unión Europea (UE) en África frente a otras potencias extranjeras como Rusia, China o Turquía.
Francia, punta de lanza de las relaciones entre África y la UE, encaja un fuerte revés, según los expertos consultados por la AFP, para quienes esto allana el camino a Moscú, Pekín y Ankara en un continente donde los equilibrios de las últimas décadas desaparecen poco a poco.
En 2013, Francia lanzó la operación Serval para expulsar a los yihadistas del norte de Malí y salvar al gobierno maliense, cosechando un éxito militar y un apoyo popular. Pero nueve años después, enfrenta una imagen deteriorada por la inseguridad y una junta en el poder hostil.
"La antigua potencia colonial (...) perdió mucha influencia", explica Marc-Antoine Pérouse de Montclos, del Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD), para quien París no pudo impedir los golpes en la región, acusado a su vez de hacer y deshacer gobiernos.
Aunque París anuncia ahora una reorganización de su dispositivo en base a su voluntad de continuar la lucha contra los yihadistas vinculados, según las zonas, a Al Qaida o al grupo Estado Islámico (EI), en realidad no puede clamar victoria.
"Además de una humillación" para Francia, "es una derrota estratégica, porque la retirada era el objetivo de los grupos yihadistas", y "política", porque "Bamako escogió la ruptura", según Denis Tull, del Instituto Alemán para las Relaciones Internacionales y Seguridad (SWP).
Concentrada en sus operaciones para eliminar a los jefes yihadistas, segura de su legitimidad, Francia, según los observadores, rechazó ver el creciente sentimiento antifrancés en la zona, explotado incluso por sus adversarios, con Rusia a la cabeza.
"Francia perdió Malí por la opinión pública y no por los yihadistas", estima el analista independiente Michael Shurkin, quien apunta a la "enorme" y "fatal" brecha existente entre los africanos y el gobierno francés sobre lo que ocurre y lo que hay qué hacer.
La batalla de la comunicación, por tanto, se perdió. Mientras tanto, Rusia ha desplegado mercenarios en una veintena de países, China ha invertido en infraestructuras logísticas y desarrollado el comercio, y Turquía ha ampliado vínculos culturales y religiosos.
Este nuevo trío de regímenes autoritarios, cuyo creciente poder parece inevitable, comparten además intereses comunes.
"Un punto que une a estos tres países: detestar Occidente y la sensación de que Europa es una fruta madura y que ahora es el momento adecuado para vengarse, apropiándose de su influencia y de su poder", analiza Pascal Ausseur.
El director de la Fundación Mediterránea de Estudios Estratégicos (FMES) advierte además que "cuando China, Rusia y Turquía posean todas las palancas migratorias en África, esto colocará a Europa en una situación muy delicada".
Ese escenario planea sobre la cumbre de líderes de la UE y de la Unión Africana (UA) el jueves y viernes en Bruselas. Los europeos anunciaron la semana pasada más de €150.000 millones ($171.000 millones) en inversiones en África en los próximos años.
Pero los observadores apuntan que un cambio de paradigma en la relación debe ir más allá que una línea presupuestaria.
“En África, la UE parece más preocupada por los nuevos ‘otros’, cada vez más activos en el continente, que dialogar con los propios africanos”, advertía el martes la revista en línea World Politics Review.
Para la revista especializada, "este nuevo panorama político cuestiona la posición privilegiada de la UE como principal socio exterior para los países e instituciones del continente".
“Si la UE quiere competir en este nuevo mundo de múltiples actores en África, debe hacerlo al menos en términos africanos, para que las rivalidades geopolíticas no vayan en detrimento de los africanos”, agrega.