Dejar la ciudad e irse a vivir a la orilla del mar, ver los atardeceres a diario y tener servicios y comercios a walking distance. Este es el sueño de muchas personas, pero pocas toman el paso y deciden abandonar la Gran Área Metropolitana (GAM).
La pandemia, sin embargo, provocó un éxodo que continúa. La posibilidad de teletrabajar o el remezón que originó la emergencia en diferentes ámbitos causaron que muchas personas trasladaran sus vidas a las costas. Al menos así lo hicieron los protagonistas de esta historia.
No obstante, en el mar la vida no siempre es tan sabrosa. La mudanza trae cambios positivos pero también un choque con la realidad de los pueblos costeros del país, especialmente los más turísticos, donde los precios están por encima de la media.
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El costo de vivir frente al mar
Andrea Calderón y José Pablo Guzmán son una pareja de 28 y 26 años que dejó todo en San José para irse al Caribe sur, luego de que a él le surgiera una oportunidad de trabajo en la zona. Están pronto a cumplir un año viviendo en Puerto Viejo.
Uno de los aspectos que más resintieron con el cambio fue el costo de alquilar en esa zona.
“En general uno vive humildemente acá porque no alcanza para más. No es lo mismo con ¢250.000 alquilar en San Pedro, que incluso es caro, que aquí. Es algo muy básico. No se compara”, contó Calderón, quien está teletrabajando para una empresa.
La pareja está alquilando actualmente una casa de 42 metros cuadrados (m²) por ¢170.000 sin servicios.
Unos meses antes que ellos, Kevin Salazar también dejó atrás la capital para moverse a la misma región, donde ya suma año y medio viviendo. Allí encontró una oportunidad de trabajo presencial por lo que decidió mudarse.
Salazar convive con lo que considera es caro: hacer compras en el supermercado, salir a comer a restaurantes. En su percepción, hay diferencias de unos ¢300 por producto, comparado a la GAM, mientras que la alimentación afuera en ocasiones se duplica.
Con el alquiler tuvo suerte. Paga ¢150.000 por una casa de dos cuartos, pero sacrificó la cercanía al mar, pues vive en la zona montañosa, a 20 minutos de la playa. En Puerto Viejo centro, los alquileres rondan entre los $800 y $1.000 en promedio, dijo.
A unos 260 km lineales de distancia de Puerto Viejo está Santa Teresa, un destino reconocido por su playa, su oleaje ideal para el surf y sus atardeceres. Vivir en esta localidad puntarenense tampoco es barato.
“El super es mucho más caro. Yo calculo que hasta el doble que San José”, expresó Tatiana Vigot, una joven de 27 años que llegó a Santa Teresa en diciembre del 2020, desde donde teletrabaja.
Vigot se trasladó en busca de su independencia y escapando del encierro de la pandemia en la ciudad, además para aprovechar la reducción de precios de alquileres que hubo en ese periodo.
Desde entonces, Vigot comparte gastos con tres compañeros de casa, pues de otra forma sería difícil subsistir con los precios de la zona. Juntos alquilan una casa de tres habitaciones por $1.300 mensuales.
Un poco más al norte, Katiana Murillo, de 52 años, empezó una nueva vida en Tamarindo en 2020, cuando el teletrabajo le hizo ver que podía desarrollar sus labores en cualquier sitio. Desde entonces, ha pasado temporadas en esa localidad, en Flamingo y fuera del país.
Murillo percibe que, sobre todo después de la pandemia, los precios en esa zona costera de Guanacaste se han disparado. En su criterio influye también la depreciación del dólar frente al colón. En Tamarindo, contó, la llegada de gente externa no se detiene, incluidos extranjeros que quieren alquilar o comprar y meten presión al mercado local.
“Vivir en la costa tiende a ser muy caro pero San José es igualmente caro, dependiendo de la zona. A mí se me hace parecido porque ya sé dónde obtener una buena relación precio-calidad”, aseguró.
En sus inicios, Murillo alquilaba un apartamento céntrico de una habitación por $700, aunque es un precio abaratado por la pandemia. Actualmente busca vender su vivienda en San José para poder invertir en Tamarindo.
Difícil cuantificación
En Costa Rica prácticamente no existen datos que permitan determinar cuánto más crece el costo de la vida en una zona costera en comparación con la GAM. El Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), encargado de calcular el Índice de Precios al Consumidor, carece de datos diferenciados por región o zona.
En cuanto a los bienes raíces hay algunos números que dan cierta luz. EF publicó en febrero un análisis de datos del sitio web de anuncios clasificados Encuentra24.com, que contabiliza alrededor de 22.000 anuncios de ventas de bienes inmuebles, para conocer en qué sitios se encuentran las ofertas con los metros cuadrados más costosos.
Según los datos disponibles, en el cantón de Santa Cruz está el precio más elevado para comprar apartamento, con $4.800 por m². El segundo lugar es para Garabito. Ambos son cantones conocidos por sus playas.
Cuando se ven los datos de casas, el precio por m² más alto está en ese mismo cantón del Pacífico central, con $1.580.
También son escasas las cifras para saber con certeza cuántas personas del GAM se han establecido en zonas costeras en los últimos años. Los datos del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) muestran un crecimiento de electores empadronados en zonas como Tamarindo, donde la cifra pasó de 1.831 en 2020 a 2020 en marzo de este año, pero este crecimiento puede deberse también a locales que llegaron a los 18 años. Además, no todas las personas hacen el cambio de domicilio electoral cuando llegan a un nuevo lugar.
“Vivir en la costa tiende a ser muy caro pero San José es igualmente caro, dependiendo de la zona”.
— Katiana Murillo, consultora y residente en Flamingo
Quien sí confirma que esta llegada de nuevos vecinos del GAM se está dando es Gabriela Mora, propietaria de la firma de bienes raíces Keller Williams Tamarindo.
Por ejemplo, solo en su equipo de trabajo hay 14 personas del GAM que han llegado a esa zona de Guanacaste.
La especialista comentó que el precio de inmuebles y alquileres es alto en Tamarindo, pero se obtiene calidad en servicios. En este juego interviene la llegada de extranjeros que compran y revenden a precios más elevados.
Esto provoca que el precio de las propiedades suba de un día para otro y este costo obliga a algunas personas a vivir en pueblos cercanos con precios accesibles para los costarricenses.
“No le sirve a un asalariado estar dentro de Tamarindo porque vas a pagar $2.000 por dos dormitorios y una cocina estrecha”, comentó Mora.
Nuevo estilo de vida
Vivir en la playa se relaciona con salud, tranquilidad y relajación. Establecerse en la playa significa un giro de 180° en el estilo de vida y así lo confirman los entrevistados.
Salazar comentó que el cambio para él ha significado más paz, más descanso y menos estrés. Los demás coincidieron en que estar cerca de la playa les ha hecho hacer más ejercicio, estar más cerca de la naturaleza, comer mejor y olvidar preocupaciones que están más presentes en la ciudad como las presas infinitas o preguntarse cómo llegar a cierto lugar.
También es un cambio en el ritmo de vida. Las cosas y trabajos en zonas costeras fluyen más despacio, y es algo a lo que hay que acostumbrarse.
Pero no todo es color de rosa. Andrea y José Pablo han tenido que lidiar con un servicio de agua irregular, donde en ocasiones el líquido se ausenta todo el día o llega sucio. También apuntaron que la inseguridad sigue presente también en el Caribe sur.
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De hecho, según los datos del Poder Judicial al 2021, algunos cantones costeros como Garabito, Osa y Quepos están entre los más inseguros del país. Para ese año, Garabito tuvo la mayor tasa de tacha de vehículos, mientras Osa experimentó más robos en proporción que cualquier otro cantón.
En Santa Teresa, Vigot comentó que la zona está expuesta a fenómenos naturales y se nota poca presencia del gobierno local, con calles en mal estado, por ejemplo.
También apuntó la necesidad de planificar mejor algunas tareas del día porque las cosas “van más lento” y el servicio de bus es limitado.
Murillo resiente la lejanía de Tamarindo y Flamingo a prácticamente cualquier lugar del país, pues la ubicación de San José, en el centro del país, le permitía viajar a las montañas para hacer senderismo o al Caribe.
A pesar de estas vicisitudes agridulces, los cuatro “migrantes” de la GAM ven su futuro cerca del mar por un buen tiempo, incluso definitivamente, pues algunos tienen planes de comprar lote o hacer inversiones.