Sin garantías ni certezas, una amplia mayoría ha elegido algo distinto. ¿Un viaje a lo desconocido? ¿Un salto al vacío? Una única certeza parece dominar la escena: basta de lo mismo. Es difícil imaginar los contornos de “lo nuevo”, pero lo que perdió en esta elección es una cultura política que ha dominado los resortes de poder en buena parte de los últimos cuarenta años. Ganó una fuerza artesanal, sin experiencia en la militancia ni en la administración del Estado, sin estructura ni recursos, cuya mayor fortaleza parece ser la de haber representado la antítesis de la política tradicional y haber interpretado el hartazgo de buena parte de la sociedad.
Con el triunfo de Milei, millones de ciudadanos de a pie le han pasado la factura de un fracaso monumental al sistema de partidos. Han votado contra “los aparatos”, contra “la rosca”, contra la retórica convencional de la política. Han votado también contra la colonización del Estado y contra una gestualidad impostada con la que el poder ha encubierto sus desviaciones y privilegios. Han votado contra la falsa idea de un “Estado presente” que se expandió al mismo ritmo que se expandía su ineficacia para garantizar una economía estable, una educación de calidad, una salud accesible y un clima de seguridad.
El vehículo de ese voto “en contra” ha sido una figura completamente extravagante, que ha sobreactuado incluso sus rasgos más disruptivos. Milei no ha encarnado solo una voluntad de cambio, sino una intención de ruptura con el statu quo. Revestido de una retórica inflamada y muchas veces agresiva, ha propuesto un viraje brusco, con reformas drásticas y audaces que tal vez hayan creado, en algunos sectores de la sociedad, la ilusión de una salida mágica.
El resultado de este largo proceso electoral obligará a la política tradicional, y sobre todo al oficialismo, a enfrascarse en un proceso de profunda autocrítica e introspección. Ha sido derrotada por una fuerza amateur que ni siquiera ha podido disimular sus carencias. Le ha ganado un outsider que apenas contaba con un pequeño y exótico grupo de entusiastas. ¿Cuánto se ha abusado del poder para que una fuerza improvisada se lo lleve puesto? ¿Cuánto ha sido el tamaño de la defraudación para que un liderazgo apenas emergente, sin anclaje territorial, sin recursos y sin preparación, haya desmoronado el sistema de coaliciones y haya barrido a la poderosa estructura del oficialismo? ¿A qué extremo llegaron la corrupción y la apropiación del Estado para que el discurso de “la motosierra” haya logrado penetrar?
La sociedad decidió hoy “barajar y dar de nuevo”. No sabe si le tocarán mejores cartas, pero la mayoría ha creído que con las que tenía perdía inexorablemente. Con la misma certeza, sin embargo, ha apostado a seguir jugando con las reglas del sistema, y tal vez esa sea la mejor noticia a cuarenta años de la recuperación democrática. En medio de la angustia, la desesperanza y la frustración, la sociedad ha emprendido una nueva búsqueda y ha provocado un cimbronazo político, pero a través de las urnas.
Milei gana con una buena porción de votos frágiles y provisorios. En esta segunda vuelta, muchos lo votaron con enormes dudas, con desapego emocional y con una actitud resignada. Si creyera que ha recibido un cheque en blanco, iniciaría su gobierno con un paso en falso. Ha recibido un mandato: el de darle a ese grito de rabia y rebeldía, el cauce de una esperanza; el de convertir sus promesas de ruptura en el proyecto constructivo de una Argentina virtuosa. Ha recibido, además, el mandato de tender puentes y dialogar con una gran porción de la sociedad que no lo votó. ¿Estará a la altura de ese mandato? Cualquier respuesta sería una especulación.
Con el voto de ayer ha concluido un proceso en el que la sociedad ha catalizado sus frustraciones, sus temores, sus expectativas y sus dudas. Ahora empieza el arduo desafío de construir algo distinto. Es, por supuesto, el desafío del nuevo Presidente, pero también de la oposición y de la propia sociedad. También el del gobierno en funciones, que deberá asegurar una transición responsable.
Descifrar el resultado de esta elección exigirá dosis parejas de humildad, de amplitud y de paciencia. Las simplificaciones pueden ser una trampa, como también las conclusiones tajantes y categóricas. La sociedad se ha inclinado por un profundo reseteo, pero la interpretación de ese mensaje, las herramientas con las que se lo ejecute y las prioridades que se establezcan sellarán la suerte de este viaje a algo distinto.
Está claro que la decencia, la ejemplaridad y la convivencia serían un buen punto de partida. Desde ahí podrán construirse los cimientos de un país estable, en el que el esfuerzo, la educación y el trabajo vuelvan a ser los vectores del desarrollo individual y colectivo.
Después de votar, millones de argentinos se irán a dormir con la esperanza de que no solo empiece algo nuevo, sino también algo mejor. La novedad parece asegurada. Lo mejor tendremos que construirlo entre todos.
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Análisis de Luciano Román para La Nación de Argentina, parte de GDA (Grupo de Diarios de América).