En las ruinas de una aldea afgana destruida por años de guerra, la crisis económica aleja casi todas las esperanzas que podía albergar Javid para reconstruir su casa.
Durante años, Arzo ha sido un campo de batalla por su ubicación estratégica junto a la carretera principal hacia la céntrica ciudad de Ghazni. Los insurgentes talibanes combatían los cinco destacamentos militares en su zona, a menudo usando casas de civiles.
"Había fuego día y noche. Y nuestra casa estaba en medio", explica a AFP Javid, de 31 años, señalando el túnel cavado dentro de su casa por los talibanes para desplegar ataques contra uno de los destacamentos militares.
Javid y su familia se alojan con unos parientes en otra localidad hasta que puedan encontrar suficiente dinero para reconstruir su hogar.
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Pero no le queda nada tras haber tomado prestados 160.000 afganis (1.680 dólares) para reabrir su pequeña tienda.
"Necesitamos ayuda de oenegés y gobierno, o mi familia no podrá volver", se desespera Javid.
Tras más de un año de implacables combates, los últimos habitantes de Arzo huyeron en junio.
Dos meses después, Afganistán cayó en manos de los talibanes.
La comunidad internacional congeló gran parte de su ayuda al país, agravando la crisis económica preexistente por una sequía devastadora que hace temer escasez de comida y un desastre humanitario.
De luto
Las áreas rurales como Arzo se han llevado la peor parte de dos décadas de conflicto entre los insurgentes talibanes y el gobierno afgano apoyado por Estados Unidos y la OTAN, con bajas civiles infligidas por ambos bandos.
Las familias paulatinamente vuelven a los restos de Arzo para intentar rehacer sus vidas.
Lailuma, de 55 años perdió a su hija en el fuego cruzado entre ejército y talibanes. Su marido consiguió sobrevivir a un disparo en la cabeza, pero ya no puede trabajar.
La primera vez que su casa se vino abajo por los combates, ella misma la volvió a levantar. Esta vez no tiene dinero.
Rafiullah, de 65 años, profesor de una escuela de chicas local, perdió a su hija por una bala perdida. Murió a dos semanas de casarse.
La escuela ha reanudado sus clases y Rafiullah trata de animarse, pero no puede evitar seguir de luto por su hija.
La puerta azul de la escuela está repleta de decenas de agujeros de bala, las ventanas están rotas y las paredes quebradas por fuego de artillería.
Entre la primavera boreal de 2020 y la toma de la ciudad, 40 civiles murieron.
Para evitar más víctimas, los aldeanos recogen artefactos no estallados y los esconden en un solar vacío. "Lo hacemos para proteger a los niños", dice Abdul Bari Arzoi, un hombre mayor del poblado.
Cultivos minados
Unas 100 de las 800 familias que vivían en las casas de adobe del centro de Arzo no han vuelto, dice Arzoi.
Los lugareños temen las minas todavía enterradas en los cultivos de los que solían depender, pese a los esfuerzos talibanes para limpiarlos. Muchos que labraban esos campos buscaron trabajo en otros lugares. Y el ganado también se ha perdido.
"No podemos cultivar más ni usar nuestro ganado, se han ido. No quedó nadie para cuidarlos y no tenían agua", explica Naqib Ahmad, un vecino.
Sin provisiones para el invierno, algunos tratan de encontrar trabajos en las obras cercanas de Ghazni o en Pakistán e Irán.
Pero muchos ya solo se aferran a la esperanza de un apoyo del gobierno o ayuda internacional.
“No tenemos otra forma de sobrevivir”, dice Ahmad. “Muchas familias tienen deudas y no pueden pagarlas”.