Júnior Porras guarda en su memoria el día que vio a un jaguar frente a sus ojos hace seis años. Estaba en labores de patrullaje en un vehículo, parte de su trabajo como guardaparques en el Parque Internacional de La Amistad (PILA), cuando un jaguar cachorro apareció en medio del camino.
“Estuvo un rato caminando frente a nosotros y luego se introdujo en la montaña”, cuenta Porras con tono pausado y sereno, como tratando de revivir el recuerdo. Desde entonces no se ha topado con estos felinos.
Los avistamientos casuales de jaguares por parte de humanos son poco comunes. Se dice que estos animales detectan nuestro olor y nos evitan. La presencia de cachorros –como en la historia de Porras– podría indicar que la madre está cerca y en esos casos sí pueden ser agresivos.
Esta conversación ocurre en la sede de la Asociación de Mujeres Organizadas de Biolley (Asomobi), en el pueblo del mismo nombre en el cantón de Buenos Aires, a orillas del PILA. La ocasión que me reúne por tres días en este aislado sector con funcionarios del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac) es la exposición de un proyecto en conjunto entre esa entidad y la empresa de bebidas Grupo Aje. Proyecto que conocerán más adelante, por lo pronto sigamos hablando del jaguar.
El jaguar es uno de los felinos más estudiados en Costa Rica, pero aún así se sabe poco de ellos. Esto se debe principalmente a su comportamiento evasivo, que dificulta la logística para estudiarlos de cerca. Además los trabajos de campo son costosos y, en ocasiones, poco fructíferos.
El Programa Jaguar del Instituto Internacional de Conservación y Manejo de Vida Silvestre (Icomvis) de la Universidad Nacional (UNA) es uno de los que más ha estudiado a estos animales, desde los años 90.
Víctor Montalvo es parte de sus investigadores y atendió mi llamada desde Guanacaste, donde justamente realizaba una incursión en un parque nacional en la que tuvo la suerte de toparse con un jaguar mientras devoraba una presa.
“La situación del jaguar como especie en el país no es igual”, mencionó el académico. En algunas zonas como Corcovado se cree que su población ha disminuido, pero en el Área de Conservación Guanacaste más bien ha crecido, hasta contar unos 100 ejemplares.
No existe una cifra nacional debido a la falta de estudios de campo. Un modelaje matemático de hace algunos años calculó que en Costa Rica podrían moverse entre 400 y 500 jaguares.
Montalvo contó algunos detalles que se conocen del jaguar. El chancho de monte es su presa favorita pero en zonas costeras también disfruta de las tortugas marinas. Cuando hay escasez de estas presas principales la población de jaguares suele menguar.
De sus comportamientos, se conoce que el rango de desplazamiento de las hembras es mayor. En Guanacaste se ha observado hasta los 90 km², en Corcovado promedian 25 km². Además, es un mito que solo son activos en la noche porque la actividad depende también del movimiento de sus presas. Eso sí, cuando las temperaturas son altas bajan su actividad en el día y la incrementan en la noche.
En el PILA se tienen identificados 18 jaguares, aunque seguramente hay más. La identificación se hace por medio de las rosetas, nombre que reciben los anillos o manchas negras en su piel que funcionan como huella dactilar porque cada jaguar tiene un patrón único.
Este parque nacional posee un programa de cámaras trampa a traves de alianzas con organizaciones y universidades, por medio de las cuales se monitorean felinos y presas. Actualmente trabajan con una entidad de República Checa y una institución educativa de Florida.
Los videos de las cámaras dejan ver jaguares sanos, lo que es una señal positiva. Los felinos están en la cúspide de la pirámide alimenticia, por lo que verlos en el bosque indica que el ecosistema goza de buena salud y tiene recursos.
“Cuando un ecosistema no tiene comida, no van a estar los carnívoros”.
— Víctor Montalvo, investigador del Programa Jaguar.
En el caso del PILA, se ha observado que los jaguares aceptan compartir territorio con otros felinos, aunque se evitan. Pero entre la misma especie sí son territoriales y rechazan a otros individuos.
El rango de movimiento ronda los 50 km² en esa área protegida compartida con Panamá e incluso se sabe de al menos cuatro jaguares trasnacionales, que cruzan la frontera entre ambos países, una línea que para ellos es inexistente.
La fragmentación del bosque antes les afectó y se veían menos. Ahora no solo es más fácil rastrearlos con la tecnología, sino que también se han dado más avistamientos a raíz de la conservación.
Aunque en Costa Rica no se han dado ataques de jaguares a humanos, y más bien son temerosos, sí existen casos de fauna que afecta a los cultivos y animales domésticos. Y eso es un problema para el que intentan buscar solución en las faldas del PILA.
Fauna y productores en conflicto
En Tres Colinas, un pueblo a 1.800 metros de altura en las montañas de Buenos Aires donde el aire efectivamente se percibe bueno y sano, vive Freddy Acuña, un agricultor que cultiva principalmente para consumo propio.
Este pueblo fue colonizado hace algunas décadas por una familia y los que quedan en él son descendientes de la misma. Parte de estas tierras, que una vez fueron bosque primario, pasaron a ser taladas para agricultura y ganadería. Pero los esfuerzos de conservación de las últimas décadas han traído los árboles de vuelta y un ejemplo de eso es la finca de Acuña, de 130 hectáreas actualmente casi cubierta por árboles.
No obstante, esto ha tenido un efecto negativo para los productores locales: más bosque invita a los mamíferos a bajar de las zonas más altas y, al encontrarse con plantaciones o animales domésticos como gallinas, vacas o incluso perros, suelen alimentarse de ellos.
Los guardaparques del PILA no llevan un registro de estas situaciones, pero se presentan varios casos al año. El jaguar y el puma son los que generan más conflictos con animales domésticos, principalmente ganado. Las cámaras de seguridad también muestran felinos de menor tamaño matando a un grupo de gallinas, aunque solo se coman una; o dantas o cabros de monte arrasando cultivos de hortalizas.
“Se volvió bastante difícil cultivar (...). La vida silvestre nos estaba haciendo daño”, dice Acuña mientras expone las vicisitudes vividas con la fauna silvestre.
En este tipo de situaciones, el Sinac se acerca para buscar una solución con los dueños de fincas. Colocar cámaras trampa para determinar cuál animal genera la afectación y así buscar medidas para evitar la violencia es una opción. Aunque antes era más común y ahora menos, principalmente los ganaderos mantienen actitudes confrontativas y, si se ven afectados, piensan en organizarse para matar al animal silvestre.
Aquí entra en juego el proyecto entre el Sinac y Aje. La empresa está apoyando la compra de cercas eléctricas para blindar la zonas de cultivos de los productores locales. El plan piloto, que inició hace unos seis meses y terminará en febrero, contempla a seis agricultores en los pueblos de Tres Colinas y La Puna, aledaños al PILA.
Las cercas tienen un costo inicial de ¢800.000, más cables y otros aditivos. Provienen de Suiza, son portátiles, se alimentan de un panel solar, cuentan con un interruptor de apagado/encendido y una modalidad para animales domésticos. En la finca de Acuña ya se han instalado 1.500 metros de cerca. Caminamos para conocerlas.
Luego de unos 10 minutos por un sendero que se adentra al bosque llegamos a la primera cerca. Esta se aferra a árboles o postes y consiste en dos cables electrificados que se colocan a la altura necesaria, según el tamaño de los animales silvestres de la zona.
El proyecto se acompaña de cámaras trampa para monitorear la reacción de los animales con las cercas. Los resultados hasta el momento son positivos: los animales chocan una vez con la cerca y no vuelven a acercarse, otros incluso parecen detectar algo extraño y las evitan.
El Sinac asegura que la descarga del cable, cuyo voltaje puede llegar a ser de hasta 10 julios, no daña al animal y se asemeja a la que siente un humano cuando toca una cerca similar que se coloca a veces en zonas ganaderas. La potencia de la descarga y el lapso en el que se activa pueden ajustarse.
“No podemos instalar cercas en todos los lugares con estos problemas. Tenemos que estar seguros de que no van a afectar la vida silvestre”, explicó Gravin Villegas, gerente de Áreas Protegidas del Área de Conservación La Amistad-Pacífico (Aclap), quien agregó que revisarán el comportamiento animal antes de llevar las cercas a otros sitios vecinos del PILA, para lo cual ya hay fondos.
Se escogió Tres Colinas para este piloto por varias razones. Es una comunidad pequeña y fácil de monitorear, sin el peligro de que las cercas sean robadas, los servicios están lejanos por lo que deben sembrar para consumir, están más sensibilizados sobre conservación y conocen el funcionamiento de las cámaras porque ya existían otras en la comunidad para el monitoreo de fauna.
El proyecto tiene beneficios para las tres partes. Al Sinac le interesa la conservación, a las comunidades resguardar su producción y la empresa quiere fortalecer lazos para una posible relación comercial a futuro, según las capacidades de la comunidad. Por ejemplo, analizan la uchuva como fruta para una bebida, la cual podría cultivarse en el mismo pueblo y ser una fuente más de ingresos. Además, la Fundación de Parques Nacionales funciona de intermediario y se encarga de los pagos.
“La idea es poder llevar proyectos a más largo plazo”, añadió Sandra Saavedra, gerente de Mercadeo de Aje para Panamá y Costa Rica.
Otras etapas del proyecto también podrían extenderse a la protección de estanques de trucha, que la aves llegan a comerse, y donde podrían colocarse mallas o domos.
También está pendiente una solución para el ganado. Lo que se contempla hasta ahora son unas campanas con luz traídas de Estados Unidos y que se le colocan solo a uno o dos bovinos de cada grupo. El sonido de la campana y la luz que se refleja en la noche ahuyentan a los felinos.
Después de dejar de sembrar por los problemas mencionados, Acuña ya está preparando varias parcelas para retomar los cultivos de maíz, hortalizas, camote, papa, frijoles y otros alimentos.
Así los actores locales esperan crear un relacionamiento positivo con la fauna que protege el parque cercano.
Un parque nacional desconocido
En el último día de nuestra visita incursionamos por primera vez oficialmente en terrenos de ese parque nacional.
Luego de una hora por calles sinuosas y de lastre desde Biolley llegamos a Altamira, una de las estaciones de guardaparques de esta área protegida.
El PILA es el parque nacional terrestre más grande de Costa Rica, con casi 200.000 hectáreas. Su nombre “internacional” se da porque se comparte con Panamá, país donde el parque tiene una extensión un poco mayor. Es también uno de los menos visitados, con cerca de 1.500 entradas anuales en promedio.
El puesto más concurrido está en Santa María de Pittier, en Coto Brus, donde existen instalaciones más aptas para la visitación turística.
En esa vasta área trabajan solo 10 guardaparques del lado costarricense, que se dedican más que todo al patrullaje y a la gestión comunal. El Aclap tiene a su cargo el cuido no solo del PILA, sino de otras áreas protegidas como el parque nacional Chirripó, con un presupuesto de ¢1.000 millones, incluidos salarios. El recurso humano y económico es insuficiente, por lo que el Sinac apuesta por una responsabilidad compartida.
“Ni aunque tuviéramos 100 guardaparques podríamos proteger un parque como el PILA porque al fin y al cabo es un tema de sociedad”, comentó Ronald Chan, director regional del Aclap.
Por eso se han hecho alianzas con comunidades rurales y territorios indígenas circundantes para crear brigadas de incendios y de monitoreo biológico, entre otros equipos. También se han dado permisos de uso que habilitan a algunas asociaciones a guiar turistas dentro del PILA y funcionar como una oficina más del parque.
La cacería, los incendios y la extracción de productos del bosque son algunas de las amenazas más graves. La empresa Aje también ha donado equipo para proteger a los brigadistas en sus funciones de apagafuegos.
Desde la estación de Altamira sale una caminata de varios días hasta una zona llamada Valle del Silencio. No tenemos tiempo para algo así, esta vez nos llevan por un sendero circular de 1,5 km llamado Gigantes del Bosque. Empezamos antes de que aparezca la lluvia.
Nuestro guía es Júnior Porras, funcionario desde 2016, el mismo que abrió este texto con su historia del jaguar. Nos cuenta que las zonas por las que caminamos antes de la fundación del PILA, en los años ochenta, eran potreros que fueron expropiados y ahora están en restauración. Volver a ver un bosque frondoso aquí puede tardar decenas de años.
El clima es fresco y las nubes, en un baile al son del viento, cubren y descubren los valles que se observan desde este punto.
Esta región es ideal para los amantes de la observación de aves, cuenta el guardaparques, que varias veces se detiene a señalarnos cuáles árboles son los preferidos de estos animales. El quetzal también es habitual aquí, el cual baja desde zonas más altas si no encuentra alimento allá.
“El bosque está en equilibrio y es el humano el que lo altera”, dice Porras, ingeniero forestal de profesión.
Un milpiés, una tarántula de tamaño mediano y aves son los animales que nos encontramos en el camino. Ningún felino o danta se avista, aunque se sabe que pasan por el mismo camino en el que transitamos.
El PILA tiene una importancia biológica primordial. La cordillera de Talamanca funciona como columna vertebral de una masa boscosa que conecta desde la Gran Área Metropolitana hasta la frontera con Panamá, formando el bosque continuo más grande del país. Si se suma el área panameña, se forma uno de los cinco grandes bosques de Mesoamérica. Los otros son la selva Maya, la de Río Plátano-Moskitia, la de Indio Maíz-Tortuguero y el Darién.
“La cordillera de Talamanca es una fábrica de agua”.
— Ronald Chan, director regional del Aclap.
Este parque está declarado Reserva de la Biosfera, Patrimonio Mundial de la Humanidad y sitio de importancia Ramsar. A nivel internacional las áreas tica y panameña funcionan como un solo ente, lo que implica responsabilidades compartidas.
Existe una unidad técnica binacional que sesiona dos veces al año, una en cada país. Se hacen patrullajes conjuntos, articulación en la planificación del parque, intercambio de investigación, entre otras labores. Misiones internacionales vienen a verificar que se cumple con los compromisos adquiridos por ambas naciones.
“Para Costa Rica perder esa denominación no está dentro de la planificación. Nos obliga a seguir manteniendo este patrimonio para toda la humanidad a perpetuidad”, expresó Chan.
Luego de unos 40 minutos salimos del sendero abierto a los visitantes todos los días. En esta estación hay espacio para acampar con capacidad para 24 personas.
La lluvia no llegó. Pronto nos alistamos para dejar atrás las verdes montañas de una Costa Rica casi desconocida y yo empiezo a hilar, en la mente, cómo transmitir todo lo que aquí sucede: desde sus bellezas hasta sus necesidades.