Tras un cuarto de siglo de conferencias sobre el cambio climático, la cita de Glasgow (COP26) en 2021 dejó un regusto agridulce y demostró que grandes contaminadores como China o India no están dispuestos a renunciar a su soberanía energética.
Los casi 200 países asistentes a la cita de Glasgow deberán volverse a ver en 2022 para presentar nuevos compromisos de reducción de gases de efecto invernadero, según lo acordado.
Pero al cierre de la COP26 tan solo 151 países habían entregado sus compromisos actualizados en 2021, lo que significa que más de 40 países no tienen planes claros para cumplir con las metas colectivas.
El objetivo mundial es recortar las emisiones en 2030 con el fin de mantener vivo el objetivo de limitar el aumento de la temperatura media a +1,5ºC.
"Podemos afirmar con credibilidad que hemos mantenido el +1,5ºC en vida. Pero su pulso es débil", reconoció al cierre de la COP26 el presidente de las negociaciones, Alok Sharma, que apenas pudo retener las lágrimas.
India, con el apoyo de su vecino y enemigo, China, logró en el último minuto romper el consenso de la conferencia e imponer un cambio en la declaración final: en lugar de una "salida progresiva" del carbón, una "reducción".
Las palabras cuentan en las conferencias sobre el cambio climático, puesto que sus escasos resultados se basan en la confianza mutua para respetar los compromisos.
"La mayoría de emisiones en el siglo XXI saldrán de China e India, junto al resto de Asia, África y América Latina", constata Bjorn Lomborg, presidente del Centro de Consenso Copenhague.
"Para ellos, la actual política climática de pagar enormes sumas para obtener reducciones de temperatura insignificantes en cien años es poco atractivo", añade.
"Una vez veamos los nuevos compromisos de los grandes emisores a finales de 2022, tendremos una idea mucho más clara de si seremos capaces de evitar sobrepasar ese umbral" de +1,5ºC, reconoció en un análisis el World Ressources Institute.
La próxima COP tendrá lugar en noviembre de 2022 en Egipto.
El problema de Biden
El enfrentamiento entre países en desarrollo y países desarrollados no es el único problema a corto plazo.
El mundo necesita energía para salir del marasmo económico que supuso la pandemia en 2020. Pero el precio de la gasolina y el diésel, que aún mueven más de dos terceras partes de la economía mundial, ha ido subiendo lenta pero inexorablemente.
El presidente estadounidense Joe Biden anunció que sacará 50 millones de barriles de las reservas estratégicas de petróleo de su país, la mayor cantidad jamás extraída.
Y al mismo tiempo, Estados Unidos fue uno de los motores de la COP26, y hasta firmó un solemne pacto con China para relanzar el combate contra el cambio climático.
Estados Unidos quiere alcanzar la neutralidad carbono en 2050, China una década más tarde.
Esa ambición estadounidense "sería espectacularmente costosa", del orden del 11,9% del PIB del país, explica un reciente informe de la revista Nature.
Grandes anuncios
En Glasgow hubo de todas formas grandes anuncios de forma continuada. Entre ellos el compromiso de un grupo de países ricos, entre ellos Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá y Francia, para eliminar la financiación pública en el exterior de proyectos de energías fósiles.
Sin embargo, "las emisiones por combustibles fósiles en África subsahariana son tan pequeñas que incluso si se duplicaran o triplicaran serían tan pequeñas que pasarían desapercibidas en las revisiones" anuales de emisiones, advierte el Breakthrough Institute.
Los países pobres no rechazan las energías alternativas y un continente como África ve con ansia las posibilidades que ofrece la energía solar.
En América Latina, la noción de pagos por servicios ecológicos para mantener a raya la deforestación de Amazonia, por ejemplo, es defendida de forma enérgica.
Las COP “se han convertido en un foro económico más que climático”, constata la plataforma francesa Comité 21.