El nuevo acuerdo de libre comercio de Norteamérica T-MEC, una promesa electoral del presidente estadounidense Donald Trump, entrará en vigor el miércoles 1 de julio en medio de la crisis del coronavirus, que ha sumido al mundo en la peor debacle económica desde la Gran Depresión.
Pero a pesar de las incertidumbres que supone la COVID-19, que ha alterado gravemente los intercambios y las cadenas de suministro, autoridades y expertos ven con esperanza el flamante Tratado México, Estados Unidos, Canadá (T-MEC), que reemplazará al TLCAN que rige desde 1994.
“Los lazos económicos de la región son más sólidos. Cuando se despeje el panorama por la pandemia, nuestras empresas tendrán nueva claridad”, dijo el lunes 29 de junio el jefe de la diplomacia estadounidense, Mike Pompeo, en una videconferencia.
Desde México, el presidente Andrés Manuel López Obrador aseguró que el nuevo pacto traerá más inversión extranjera, más empleos y bienestar al país.
"Es muy oportuno porque estamos por salir de la pandemia y necesitamos reactivar la economía", dijo.
El flujo comercial entre los tres países, que antes de la covid-19 representaban cerca del 30% del PIB mundial, alcanzó los $1,2 billones en 2019.
"Millones de empleos dependen de una relación sólida y estable con nuestros socios", dijo el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, al calificar el lunes la entrada en vigencia del T-MEC como "vital" para mantener un comercio "libre y justo" en la región.
El T-MEC, sucesor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), fue firmado por los líderes de los tres países el 30 de noviembre de 2018, tras arduas negociaciones iniciadas en 2017 a instancias de Trump, que consideraba el viejo pacto una "catástrofe" para los intereses estadounidenses.
El presidente republicano, que busca la reelección en noviembre, celebró “el fin de la pesadilla del TLCAN” al promulgar a fines de enero el nuevo texto, cuya confirmación en el Congreso supuso idas y venidas por más de un año entre la Casa Blanca y la oposición demócrata, que exigía garantías de que México no incurriría en competencia desleal con los trabajadores estadounidenses.
Nubes en el horizonte
A pesar de la confianza en la resiliencia de Norteamérica ante el COVID-19, el T-MEC se estrena con nubes en el horizonte.
A las contracciones del PIB estimadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) para este año (-8% en Estados Unidos, -10,5% en México y -8,4% en Canadá), se suma una baja esperada del volumen de comercio mundial y una pérdida de puestos de trabajo en los tres países.
La pandemia ha impulsado además los cuestionamientos a la globalización, con llamados a privilegiar la producción local, incluso invocando razones de seguridad nacional.
El T-MEC modifica las disposiciones para la solución de controversias, y Estados Unidos prevé usarlas.
El representante comercial estadounidense (USTR), Robert Lighthizer ya advirtió que Washington se asegurará de hacer cumplir lo negociado desde el primer día, tomando medidas "temprano, y a menudo, cuando haya problemas", según dijo días atrás en el Congreso sobre el espinoso tema laboral.
Lighthizer advirtió también que Estados Unidos evalúa presentar una queja a México por falta de aprobación de productos biotecnológicos estadounidenses, y que vigilará "muy de cerca" el protegido sector lácteo de Canadá.
De su lado, el FMI dijo que aunque el T-MEC es una buena noticia para México, no compensará en los próximos dos años la contracción en la inversión y el choque de la pandemia.
El T-MEC conserva la mayoría de las medidas de libre comercio del TLCAN. Pero presenta cambios notables para las reglas de origen de la industria automotriz, en particular que el 75% de la producción debe tener insumos norteamericanos, y que entre el 40% y el 45% debe ser fabricado por operarios que ganen al menos $16 por hora. Aparte, el 70% del acero y aluminio de un vehículo debe ser norteamericano.
Pero esas disposiciones no necesariamente asegurarían el regreso de las fábricas a Estados Unidos, como esperaba Trump. El Nikkei Asian Review informó el fin de semana que los fabricantes de automóviles japoneses están optando por pagar a los trabajadores mexicanos más, o incluso pagar más aranceles, antes que mudar sus plantas, lo cual sería más costoso.