Era muy diferente de los botes pesqueros destartalados y barcazas sobrecargadas que llevan precariamente a miles de emigrantes a las costas italianas.
La familia de seis personas había pagado unos $96.000 para viajar de Afganistán a Turquía. El último tramo de su jornada, una semana a través del Egeo y del Mediterráneo a bordo del cerúleo yate Polina, de 15 metros de eslora y con tres pilotos ucranianos al timón, costó $7.000 por cabeza. A la familia la dejaron en Sicilia en buena forma.
Para ser emigrantes, esta fue la clase de lujo.
No es la primera vez que Carlo Parini veía tal cosa. Parini es el inspector en jefe de la policía, encargado de la inmigración ilegal en la ciudad portuaria de Siracusa, pueblo en el suroeste de Sicilia. Él se reunió con la familia en abril y narró su historia.
Desde principios de año, las autoridades sicilianas han registrado 125 inmigrantes llegados en yates y botes de vela, en su mayoría piloteados por capitanes ucranianos. Se trata de una tendencia lucrativa y en crecimiento.
“Es probable que la organización esté formada por turcos que usan a pilotos ucranianos profesionales, conocidos por su habilidad, para que crucen el mar”, afirma Francesco Paolo Giordano, fiscal en jefe de Siracusa que está a cargo de las investigaciones. “Pero es demasiado pronto para decirlo”.
Desde que la Unión Europea llegó a un acuerdo con Turquía en el 2016 se han reducido notablemente el número de refugiados y emigrantes que parten de Turquía en endebles botes inflables para cruzar el corto tramo hasta Grecia.
Red de balandros
Pero la campaña de las autoridades turcas al parecer no ha disuadido a una amplia red de balandristas ucranianos, presionados pero muy hábiles, que recorren el Bósforo y están dispuestos a pasar de contrabando a afganos, iraquíes, sirios y cualquier otra persona que tenga los medios y el dinero.
En los botes capturados incluso se han encontrado trofeos y medallas de regatas.
El número de emigrantes dentro de esta categoría selecta es pequeño comparado con los 181.000 africanos, en su mayoría subsaharianos, que arriesgaron su vida en el traicionero cruce de Libia y Egipto hacia Sicilia, muriendo por miles.
Sin embargo, las autoridades italianas aseguran que está floreciendo el tráfico en la ruta de los ricos, de las costas turcas al sur de Italia, recorrida en elegantes botes de vela de madera y fibra de vidrio.
Parini ha visto aumentar el número de yates dedicados al tráfico de emigrantes en los diez años que lleva como jefe de un grupo interministerial que combate la inmigración ilegal.
“En noviembre pasado, arrestamos a un piloto ucraniano por segunda vez y yo lo reconocí”, relata Parini.
“Él me dijo: ‘No era yo, señor; yo soy su hermano’. ¿Se imagina qué tipo de negocio se está volviendo esto cuando los pilotos de botes se dedican a él sistemáticamente?”
Uno de los primeros navíos de lujo dedicados al contrabando que recuerda Parini llegó en setiembre del 2010. Era un elegante bote de vela alemán de once metros de eslora, que atracó en una playa cerca de Siracusa. Llevaba a afganos y al timón había tres pilotos turcos.
En el 2015, 111 emigrantes llegaron a las costas sicilianas en botes de vela; en el 2016 fueron 710.
Pero el año pasado, la ruta empezó a cobrar fuerza. Los funcionarios italianos señalan que todavía es necesario mucho trabajo por parte de la policía internacional para ponerse a la altura de los contrabandistas.
Hasta ahora, los investigadores solo han podido determinar que los traficantes rentan los botes en agencias de Turquía y los dejan en los puertos de Cesme o Izmir en la madrugada.
Los pilotos ucranianos que contratan los contrabandistas son conocidos por su habilidad. Pero pasan apuros cada vez más graves en su país natal, que ha estado desgarrado por la guerra desde 2014.
Para evitar las revisiones de rutina, los marineros hábilmente navegan por lo que se conoce como “zona contigua”, es decir, el área marítima contigua que se extiende más allá de las aguas territoriales de un país. En muchos casos, los marineros disponen de varias banderas —algunas falsas, otras no— que izan según el país al que se estén acercando.
En general, siempre tienen por lo menos una bandera turca, una griega y otra estadounidense, ya que muchos navíos están registrados en el estado de Delaware, donde “con 20 clics y una tarjeta de crédito puede registrarse un bote desde cualquier parte”, explica Mario Carnazza, oficial de la guardia costera del equipo de Parini.
Carnazza recientemente mostró un elegante yate de once metros atracado en el muelle de Augusta, una ciudad portuaria grande en Sicilia donde terminan muchos de los emigrantes rescatados por las autoridades italianas y las organizaciones asistenciales.
A mediados de marzo, ese bote, llamado Maco, con mástil de fibra de carbón, velas de nailon y un valor neto de por lo menos 3.000 euros, fue interceptado a 112,7 kilómetros de la costa italiana, después de haber cruzado a 21 personas por el mar Mediterráneo.
La policía encontró a bordo cuatro medallas y trofeos de primer lugar en competencias de vela turcas, así como libros de pilotaje turcos, mapas náuticos y varias calcomanías para cambiarle de nombre al navío.
El eslabón débil
Por ahora, los pilotos son el eslabón débil de la cadena. Cuando los atrapan, los acusan de ser cómplices de inmigración ilegal, delito que en Italia supone una pena de cárcel de cuatro años. El tribunal de Siracusa actualmente está procesando a 21 pilotos.
Muchos se han defendido alegando que se vieron obligados a pilotear los botes por necesidades económicas o porque criminales turcos amenazaron a su familia en Ucrania.
Algunos han podido negociar para que les rebajen la sentencia a unos cuantos meses, mientras que a otros se les permite salir de la prisión por buena conducta. Para ellos, es un precio que vale la pena pagar en un negocio en extremo lucrativo.
El equipo de Parini en Siracusa, formado por tres hombres, cada vez está más abrumado. Trabaja en una estrecha oficina atestada de archivos que reseñan la historia reciente de crimen y desesperación en el Mediterráneo central. Y los casos se van apilando.
Tres pisos debajo de su oficina, un juicio terminó recientemente cuando los jueces confirmaron el argumento de los fiscales, que acusaron a dos ingenieros ucranianos treintañeros de tener altos puestos en la red criminal, pese a que ellos negaron ser pilotos profesionales.
“A esos dos los sentenciaron a cuatro años y medio”, precisó Carnazza.