El taller de Juan Montoya está en Jardines de Moravia. Se entra por unos portones azules detrás de los cuales uno se encuentra con un espacio lleno de luz (que nuestro fotógrafo apreció mucho) y lleno de colores. Los colores de la lana de las alfombras terminadas o en proceso. Las hay con las decoraciones de la rueda de la carreta típica, de un jaguar en la selva, de “Colachos”, de animados de la televisión, de aves, de perezosos y mariposas.
Juan mismo los dibuja. Luego, él y dos operarios los completan en las alfombras para viviendas, residencias, hoteles y hasta oficinas. En algunos casos usted elegirá mejor colocarlos en la pared para decorar un lobby, una sala o una habitación.
“Trabajaré en esto hasta que la fuerza y la salud me alcancen”, dice Juan, propietario de Alfombras Artísticas Montoya y quien tiene 84 años. “Me mantengo activo y sano física y mentalmente”.
En la empresa también se involucra parte de la familia. Silvia, su hija, es periodista y en su tiempo libre se encarga de las redes sociales. Su nieta, Mariana, nos tomó unas fotografías mientras conversabámos.
“Cada pieza se elabora al gusto del cliente en términos de tamaño, diseño y colores”, me contó primero Silvia por correo. “Este proceso artesanal y personalizado nos ha permitido mantener viva una tradición que combina el arte, la dedicación y la pasión”.
Fue peón y fue maestro
Juan es de El Molino de Cartago. Nació en una familia campesina encabezada por Leopoldo Montoya y Oliva Roldán.
A los ocho años lo encargaban de cuidar las vacas, los cerdos y las gallinas, incluyendo limpiar las chancheras y los gallineros. También ayudaba en la vecindad.
Salía a repartir las tortillas y el pan casero de una vecina. Y lo enviaban a hacer los mandados al centro de Cartago.
En una finca vecina lo contrataron como peón. Le pagaban ¢15. Luego empezó a trabajar en un negocio de abarrotes a un lado del mercado central donde estuvo por 10 años. Repartía en bicicleta el pan a los clientes y trabajó como dependiente. Ganaba ¢40.
Al terminar el colegio nocturno, en el Ministerio de Educación le contrataron por ¢325 para dar clases en Sabalito de Coto Brus, en La Gloria de Jicaral y en Turrialba. En las escuelas rurales se disponía de un cuarto donde él se quedaba.
Eran tiempos de muchas dificultades, que se sobrepasaban con mucha voluntad. Hasta que surgió una oportunidad diferente.
En Calle Blancos, en Goicoechea, lo contrataron en una fábrica de alfombras con una planilla de un centenar de trabajadores. Llegó a supervisor. Tenía 30 años y pronto empezó la aventura de emprendedor.
Datos vitales |
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Fundador: Juan Montoya Roldán. |
Empresa: Alfombras Artísticas Montoya. |
Fundación: 2004. |
Ubicación: Jardines de Moravia. |
Colaboradores: dos, uno según la demanda. |
Productos y precios: alfombras de 0,40x1,5 metros y 4x4 metros entre $40 y $220. |
Recomendación emprendedora: “Trabajar y no aflojar. Que siga y salga adelante. El emprendimiento es de seguir, de abrir, de no aflojar, de pulsearla”. |
De socio a dueño
La fábrica de alfombras era de unos empresarios estadounidenses. Las producían con diseños establecidos y las exportaban. Cuando Juan tenía año y medio de trabajar ahí, la empresa quebró. Los dueños dejaron el cierre en manos del contador, don Marcos.
Don Marcos vio una oportunidad. Entre 15 empleados compraron las acciones con el dinero de la liquidación. Uno de ellos era Juan. No fue fácil.
Poco a poco, la mayoría de los socios vendieron sus acciones a don Marcos. Cuando los últimos tres le preguntaron, don Marcos les respondió que en realidad él era el dueño de todo, pero que la empresa “no caminaba bien”. Surgió una opción.
Rodolfo Borbón, que tenía una fábrica de alfombras de hule para vehículos, compró las acciones de don Marcos. La pequeña fábrica se instaló en Escazú. Ahí estuvieron otros 10 años. Fue cuando se dio un paso decisivo.
Juan y sus otros dos socios, Wilbur Marín y Floyd Marchena, decidieron comprar las acciones a Rodolfo y se trasladaron a Santa Ana, hasta que Juan se quedó solo.
Por diferentes motivos personales, Wilbur y Floyd dejaron la empresa. Juan trasladó el negocio a Cartago, a la propiedad de un sobrino suyo, y luego a Escazú, cerca de Multiplaza. Fue cuando cambió el nombre de Alfombras Santa Ana a Alfombras Artísticas Montoya. Era 2004.
Finalmente el negocio se reubicó en Moravia, a 25 metros de la casa que Juan tenía con su esposa y sus dos hijas Silvia y Yalile.
Dos décadas
Juan hace memoria. “Me gusta contar porque así recuerdo todo”, dice al final de la entrevista.
A un lado, Rafael Espinoza —uno de sus colaboradores y quien tiene 26 años de trabajar con Juan— completa una alfombra que lleva un “Colacho” dibujado en el lienzo de polipropileno. Se tarda un día.
Lo hace con una “pistola” fabricada por ellos mismos en un torno situado a un costado del taller bajo una manta. La pistola se ajusta manualmente para determinar las diferentes “alturas” del hilo de lana acrílica que se cose en el lienzo. Así le dan diferentes tonalidades que lleva el diseño. Una vez concluida esta fase, se dobla el borde y se le da un revestimiento de late en la parte de atrás.
La lana se importa desde Ecuador y el polipropileno desde México. Para conseguir el rollo de polipropileno, que dura cinco años, primero preguntó a proveedores en Estados Unidos. Pero se negaron a venderle porque exigían compras de mayores cantidades.
Con la calidad y la personalización de la alfombra, Juan espera ganar la partida frente a opciones asiáticas que llegan al mercado.
Antes de la pandemia vendían alfombras para agencias de diseño de interiores. Muchas cerraron en 2020. La opción fue impulsar las ventas a través de las redes sociales.
Juan recuerda la alfombra que hizo para el foyer del Teatro Nacional y otra para el hotel Flamingo, en Guanacaste. Café Britt también le compraba para vender en sus tiendas del aeropuerto. Eso lo motiva. Como lo motiva estar activo fabricando las alfombras.
“Me gusta esto”, responde. “Me mantiene con buena salud. Tuve sobrepeso y comía de todo y mucho. El médico me enseñó a comer. En dos meses bajé 30 kilos. Eso fue hace 15 años”.
Juan afirma que seguirá mientras la salud y, como fiel creyente, Dios se lo permita.
“Pregunte más”, me dice al final. “Así recuerdo bastante y hago una buena terapia”.
No hemos terminado. Seguimos la sesión con las fotografías. Rafael Pacheco, el fotógrafo, se sube en una alta escalera que encuentra muy segura. Al pie hay una gran mesa que Juan llena de alfombras.
Al final Juan no quiere que le ayudemos a acomodar las alfombras.
—¿Usted hace los dibujos?— le pregunto mientras acomodo varias alfombras pequeñas sobre las pintadas como ruedas típicas.
—Sí.
—¿Y dónde aprendió?
—No, yo los hago. Nada más.
Antes de irnos, Juan se entretiene con las fotos que Rafa publica en su cuenta de Instagram. Buscan una de la iglesia de Orosí porque quiere hacer una alfombra con esa imagen. Rafa se las envía y él promete hacer maravillas.
Y es inevitable que ambos, siendo de Cartago, repasen los lugares donde fueron tomadas, casi todas en diferentes sitios del Irazú, de Cervantes, de Cartago centro.
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