Silvia Chaves y su esposo Carlos Araya combinan su vocación ambiental y social en todos los proyectos empresariales que asumen.
Así fue con su primera empresa, Servicios de Consultoría de Occidente (Scosa), la más reconocida: fábrica de productos de limpieza, Florex, y ahora en su restaurante Lecanto, ubicado en San Ramón.
“Queremos cambiar las cosas a través de las empresas, ofrecer cosas diferentes y lograr impacto”, dice Silvia.
Silvia y Carlos son oriundos de San Ramón de Alajuela, donde realizaron sus estudios de primaria y secundaria. Luego cada uno siguió rutas distintas.
Silvia estudió leyes y después se especializó en derecho ambiental en la Universidad de Costa Rica (UCR), donde concluyó en 1998.
Carlos, por su parte, fue misionero religioso y luego regresó a Costa Rica, se graduó en orientación en la Universidad Nacional y trabajó en varios colegios.
La familia se completa con Esteban, quien recibió una beca al practicar natación y estudió ingeniería eléctrica en la Universidad de Carolina del Norte, en Estados Unidos, y Mariana, quien estudió comunicación en la UCR y ahora está llevando la maestría en negocios internacionales en Suiza.
Cuando Silvia estaba concluyendo su especialización en derecho ambiental, fundó junto con Carlos la primera empresa, Scosa, en la que se enfocaron en brindar empleo a personas de escasos recursos económicos, fieles a sus propósitos sociales. “Contratamos en especial mujeres de escasos recursos”, dice Silvia.
La empresa, que actualmente tiene entre 300 y 350 colaboradores, se dedica a brindar servicios de limpieza de instituciones, mediante contratos adjudicados en licitaciones públicas, recalca Silvia, y empresas privadas en todo el país. La primera empresa dio origen a la segunda: Florex.
Para brindar los servicios se utilizaban productos de limpieza industriales. Pero muchas de las personas que trabajaban en Scosa resultaban afectadas con asma, rinitis y alergias. Entonces, Silvia y Carlos se propusieron una solución.
La idea fue crear productos de limpieza amigables con el ambiente y que no provoquen daños en la salud de las personas. Las fórmulas que fueron creando en el patio de su casa dieron resultado y de ahí pensaron en comercializarlos.
En 2003 nació Florex en San Ramón, cuatro años después empezó a comercializar los productos en el mercado y siete años más tarte tenía once colaboradores. En 2012 —cuando El Financiero les dio un reconocimiento— tenían una planilla de cincuenta y dos personas. La empresa no se detuvo en su crecimiento ni en sus iniciativas ambientales.
En los siguientes años Florex obtuvo la licencia Esencial Costa Rica para sus diferentes líneas dirigidas a lavanderías industriales, industria alimentaria, para uso en oficinas y baños públicos, así como para la línea de hogar (que empezó luego a comercializar en tiendas propias para consumidores en San Ramón y Liberia, así como en supermercados). Paralelamente empezó a implementar los proyectos ambientales.
Cuando pocos apostaban por nuevas fuentes de energía, Florex instaló casi un centenar de paneles solares para abastecer de energía la planta de producción. Luego, hizo lo propio con sistemas de recolección de agua de lluvia para disminuir el consumo de agua, adelantándose en lo que en años más recientes se conoce como economía circular.
A mediados de 2016 era una de las sesenta y cinco empresas certificadas Carbono Neutral, al tiempo que daba pasos para ser inclusiva mediante la contratación y la implementación de medidas de atención a personas con discapacidad.
No fueron la única certificación que implementó: para 2018 contaba con las acreditaciones de cumplir las normas de calidad ISO 14001 e ISO 9001, de gestión de los riesgos ambientales y de calidad, respectivamente. Los resultados se dejaban ver.
Todas las iniciativas se iban traduciendo en las ventas de Florex, que para esa época alcanzaron más de mil millones de colones anuales, y en la planilla: ya contabilizaban sesenta y cuatro empleados. Para ese entonces ya vendían también en Guatemala y Panamá. Pero no se limitaron a las acciones ejecutadas.
Siempre en la línea de la economía circular empezaron a ofrecer a los clientes corporativos e institucionales la recolección de envases para reutilizar la mayoría (la excepción son los que deben enviar a reciclar por situaciones de inocuidad), disminuyendo el uso de plástico.
A nivel de consumidores finales, adoptaron otra acción: empezaron a trabajar con los Ecolones, una iniciativa comercial para valorizar el reciclaje impulsada por la empresaria Karla Chaves.
Hace dos años, el programa de Ecoins, como se llegó a conocer después, contaba con 170 empresas participantes, de las cuales tres cuartas partes de ellas eran pequeñas y medianas empresas. Para Florex los resultados contaban.
Se llegó a recolectar casi cincuenta mil envases plásticos en 2018. Era el año en el cual Florex estaba ya en otra iniciativa complementaria dentro del concepto de economía circular: la venta a granel.
El plan de Florex comenzó con tres productos y haciendo pruebas en condominios amigables con el ambiente, antes de llegar a sus tiendas, en San Ramón y Liberia, así como la que ya habían establecido en Pérez Zeledón.
La nueva iniciativa le valió a la empresa ser reconocida nuevamente por El Financiero en 2019 como parte de la premiación anual Empresario del Año. No fue el único reconocimiento alcanzado.
El siguiente reconocimiento vino del mismo mercado. En 2021 la firma Nacascolo Holdings, representada por Whole Foods Markets y presidida por Javier Quirós, adquirió una participación mayoritaria de Florex.
El paso recibió el aval de la Comisión para Promover la Competencia (Coprocom). En este momento Florex estaba conformada por las sociedades Distribuidora Florex Centroamericana S.A. y Florex Productos de Limpieza S.A. La venta no era casual.
La venta de las acciones permitía aumentar el impacto de la compañía en el campo ambiental y social, sin dejar de crecer. De hecho, en abril de 2022 la firma reportó un crecimiento del 16%. Había más para cosechar.
La empresa también reportó una reducción del gasto en el consumo del agua (39%) y de la energía (53%). Comercialmente tampoco iban mal las cosas: las ventas trimestrales superaron el millón de dólares y la rentabilidad fue del 44% en 2021.
El modelo funcionaba tras casi dos décadas y seguía renovándose, ahora eliminando el uso en la planta de algunas materias primas que se descubrió provocaban problemas de salud a largo plazo. Toda esa experiencia se plasmó en el nuevo proyecto familiar.
El padre de Silvia, Marcial (q.e.p.d.), tenía una finca dedicada a la producción de café y ubicada a cuatro kilómetros de San Ramón, carretera a La Fortuna, y por un desvío de tres kilómetros camino a Concepción.
Se llamaba Socola, que proviene de socolar y que se refiere a la preparación de la finca para la agricultura. El café no era el único cultivo.
También sembraban algunos alimentos que consumían en la familia y tenían algunos animales, como vacas y gallinas. Silvia creció en medio de todas esas actividades.
Ella y sus hermanos se encargaban de cuidar la huerta donde cosechaban lechuga, cebollín y plantas medicinales como romero y menta, recogían café y daban alimento a los animales. Ahora mantendrían la tradición, pero con un modelo ajustado a los tiempos.
Cuando heredaron la finca hace una década, Silvia y sus familia la empezaron a transformar en orgánica, siguiendo su vocación ambiental y social. Actualmente producen café, legumbres, hortalizas y tubérculos de manera orgánica.
Primero debieron descontaminar los suelos. Después, adquirieron otra propiedad vecina, en la que su zona boscosa estaba en riesgo. La idea era dedicarla a la conservación. El otro paso fue rebautizarla. La llamaron Lecanto. “Por el encanto de la naturaleza”, explica Silvia.
La intención es utilizar al máximo los recursos de la finca, dándole énfasis a la fertilidad del suelo, la actividad biológica y minimizar el uso de los recursos no renovables, al tiempo que no se utilizan fertilizantes y plaguicidas sintéticos. Todo eso para proteger el ambiente y la salud de las personas.
No fueron los únicos cambios. En la finca también se instalaron paneles solares que alimentan la energía para diferentes actividades productivas, el manejo del agua, el microbeneficio de café y el restaurante recién inaugurado.
El restaurante abrió en julio de 2022 y la idea es que permita atraer turistas locales e internacionales que conozcan la belleza natural de la finca y el proceso de cultivo, cosecha y procesamiento del café orgánico certificado, así como puedan disfrutar de productos saludables y orgánicos que se generan ahí mismo.
Actualmente se cuenta con un sistema de agua para el riego de las plantaciones, áreas de biofertilizantes y bioinsumos orgánicos,
“Es hacer educación a través de la comida”, recalca Silvia. “Es una alternativa diferente. Aquí es un lugar tranquilo, abierto y bonito”.
Los comensales pueden disfrutar de comida fusión, con alimentos que provienen de diferentes culturas. Silvia destaca que, junto a la utilización de ingredientes orgánicos, se les da un sabor especial.
Se ofrecen diferentes proteínas, como carne de res, pollo, pescado y mariscos. También guarniciones basadas en ingredientes naturales como las hortalizas. Los vegetarianos y los veganos también encuentran opciones a su gusto. La carta es variada y la clientela también.
En el restaurante, ubicado en un edificio de dos plantas en la finca, se reciben turistas, familias y eventos corporativos, bodas, cumpleaños o aniversarios, pues hay espacio para 150 personas y un parqueo amplio.
Desde el restaurante se tiene una amplia y hermosa vista. Se puede observar, a través de sus ventanales, las montañas y las comunidades de la zona de Occidente, en particular del mismo San Ramón y del cantón vecino, Naranjo. Asimismo, se puede disfrutar el paisaje del norte de San Ramón y de San Carlos. En el primer piso hay otros atractivos.
Ahí se ubica la tienda de souvenirs producidos por artesanos y artesanas locales, así como se puede adquirir productos orgánicos de la misma finca. También está el microbeneficio de café.
Las personas pueden hacer el recorrido en un tour de agricultura orgánica y por el bosque (el costo depende del número de personas) o por los senderos autoguiados para conocer los cultivos, pasar por plataformas para observar aves o ir a un mirador donde pueden meditar o tomar fotografías.
“No hay costo de ingreso, pero se pide que los clientes realicen la reservación para atender y saber quién está de visita”, indicó Silvia.
Otro segmento de clientes en la mira son los nómadas digitales y quienes desean trasladarse al lugar para realizar teletrabajo o para grupos de empresas que quieran organizarse para trabajar de forma remota.
Como fue en el caso de Florex, las iniciativas adicionales están en lista, incluyendo la instalación de baterías para almacenamiento de energía solar generada por los paneles y así suplir el restaurante.
Igual que el paisaje que se puede ver desde la planta donde se ubica el restaurante, Silvia, Carlos y Esteban, que se incorporó al proyecto tras su regreso de Carolina del Norte, tienen planteados nuevos horizontes.
“Queremos consolidar el restaurante y la finca para que los turistas tengan una experiencia auténtica de manejo”, afirma Silvia. “En el futuro, por qué no, llevar el modelo ambiental, de salud y bienestar a otras partes del país”.