El miércoles pasado La Gracia by Marcela’s Bakery estaba en el trámite de las órdenes de compra de sus rompopes artesanales. Y este próximo lunes realizará otra entrega. Se podrán conseguir en Auto Mercado.
Para Marcela Echeverría termina un largo camino desde que empezó a producirlo en su casa, inauguró sus actuales instalaciones en el Alto de Guadalupe, Goicoechea, y ajustó los procesos a las normas de calidad e inocuidad.
Y al mismo tiempo empieza una nueva aventura empresarial. “Mi intención es trabajar por tener un patrimonio, tener una vejez digna y darle trabajo a otras personas, especialmente a otras mujeres que son jefas de hogar”, afirma Marcela.
Marcela es de Paseo Colón. Estudió la Escuela Católica Activa y la secundaria en el Liceo María Auxiliadora y en el Colegio Calasanz, de donde se graduó. En esa época surgió su pasión por la cocina.
Le venía de las familias de su padre, Orlando, y de su madre, Milena, que tenían una exquisita herencia culinaria.
Incluso sus tías abuelas habían sido profesoras de cocina del Colegio de Señoritas.
La comida era todo un ritual. Se servía la mesa con excelentes ingredientes y con una presentación impecable. Se saboreaba cada platillo.
Desde los catorce años de edad, Marcela asistía a cursos de cocina.
Los jueves de cada semana por la mañana iba a las clases del colegio. En la tarde, a las de cocina. Pero hizo un paréntesis.
Al salir de secundaria estudió diseño publicitario en la Universidad de Veritas y cuando se tituló trabajó en Guatemala.
Allá estuvo a cargo de las relaciones públicas en medio de la fusión de la cadena local con la que trabajaba y una compañía mexicana que estaba entrando en el mercado chapín. Al regresar a Costa Rica se vinculó con la industria aérea.
Trabajo diez años en American Airlines. “Un tiempo muy lindo donde aprendí también mucho lo que es servicio al cliente y la atención al público”, dice Marcela.
Se casó y se dedicó a sus hijos: José Ignacio, actualmente de 28 años de edad, Rebeca de 24 hoy, Samuel que tiene 23 y Tomás de 19.
Y retomó su pasión.
Empezó a llevar cursos de cocina cuando los hijos y la hija crecieron y ella tenía un poco más de tiempo. Esa pasión y gusto por la cocina se la reconocieron en la familia.
Cuando Tomás cumplió tres años, su madre le regaló un curso.
Poco a poco fue conociendo diferentes ramas de la cocina, como la preparación de bocadillos y de postres.
Para la graduación de primaria de José Ignacio, ella se encargó de los bocadillos. Se presentó en la sala de eventos donde se realizaría la actividad y la contrataron.
“Todo empezó como un sueño”, recuerda Marcela.
De ahí en adelante no se detuvo. Siguió produciendo y vendiendo postres y repostería. Para el año 2008 dio un paso adicional y llamó a su iniciativa Marcela’s Bakery.
Vendía a cafeterías de Multiplaza y en restaurantes. Cuando empezaron a llegar pedidos para eventos inició el servicio de catering.
Todavía mantiene ambas actividades. Tiene clientes desde esa época. Son sus alianzas comerciales. Las empresas confían en su trabajo y ella mantiene su compromiso con ellas. Hace tres años empezó el giro.
Con la pandemia, Marcela sacó una línea alimentación de comida preparada con entrega a domicilio. “Tenía que mantener a cuatro muchachos”, dice Marcela, que para este momento ya estaba divorciada.
Los clientes corporativos pedían cenas para enviar a algunos de sus empleados o algún postre de cumpleaños.
Al acercarse diciembre de 2020 le pidieron que armara una caja con queque navideño, rompope y un postre. Este último lo preparaba una emprendedora amiga.
Entre ambas se apoyaban. A través de los encadenamientos enfrentaban la situación de ese año.
La receta para el rompope que Marcela utiliza la heredó de la abuela del lado de su madre, Ada Montalegre. “Era una excelente cocinera”, recuerda Marcela.
La caja navideña se preparaba con anticipación. Además, eran pedidos de hasta 300 unidades.
Cuando se entregaba a las empresas, el rompope pasaba varias horas en traslados y oficinas, fuera de las cámaras de frío.
Marcela había visto quejas en las redes sociales de otras emprendimientos que producían rompope. Y a ella le interesaba entregar un producto de calidad.
Entonces, llamó a una amiga especialista en alimentos, Hasel García, para pedirle consejo sobre cómo alargar la vida útil del rompope y que resistiera, sin agriarse, durante varias horas.
Debía llegar en excelente estado a cada persona, que entonces lo guardaría en su refrigeradora.
Hasel le explicó el método de envasado en caliente.
La comida preparada, la caja navideña y el rompope le permitieron mantener las ventas. Entonces Marcela se dio cuenta que requería dar otro paso para gestionar su actividad.
Se inscribió en un curso para emprendedores, el primero. En ese momento la Asociación Gerontológica Costarricense abrió programas para personas de cuarenta y cinco años en adelante. Marcela tenía cuarenta y ocho.
Y siguió con otros cursos.
Llevó uno de mercadeo digital, que le ayuda con herramientas para manejar redes sociales, hacer sus propios afiches, anunciar el producto.
De costos, también.
Cuando descubrió el programa Pasión por el Sabor, de la Cámara Costarricense de la Industria Alimentaria (Cacia), que inicia con una asesoría y termina con la introducción de los productos en supermercados. Marcela no dudó.
“Es lo que necesito”, se dijo.
El programa se dirige a pequeñas y medianas empresas (pymes) alimentarias para que formalicen y lleven sus productos hasta la góndola del supermercado o tienda de conveniencia.
En su segunda edición se apoyó a diez emprendimientos durante seis meses para mejorar la etiqueta, el producto y la receta con asesores de Cacia.
Se generaran también soluciones para debilidades en estrategia, conocimiento de las necesidades de sus consumidores y del back end (producción, análisis, estructura, costos, vidas útiles y permisos, entre otros), competencia, cómo salir al mercado con un precio competitivo, comercialización y cómo exportar, en este caso con apoyo de la Promotora de Comercio Exterior.
Marcela se contactó con Cacia inmediatamente.
Con el programa y el apoyo del equipo de asesores, formalizó el producto y alquiló el local en El Alto de Guadalupe hace un año.
Todo eso implicó obtener el permiso de funcionamiento y el registro sanitario, registrarse como pyme ante el Ministerio de Economía y tener factura electrónica como empresa de régimen simplificado.
“Al principio, para ser honesta, me paralizaba del miedo”, dice Marcela.
Hasta ese momento operaba en su vivienda. Habían adaptado una parte de la cochera, que inicialmente tenía espacio para dos vehículos.
Desde ahí atendía a su familia, puesto que el trabajo económico y emocional recae sobre ella.
Como el menor de sus hijos, Tomás, se acaba de graduar, ella se vio con más libertad para instalar la empresa fuera de la casa. Además, Tomás se involucró más en la operación.
Él estudió en Kamuk School, en Llorente de Tibás y siguió con ingeniería de sistemas en la Ulacit.
Desde sexto grado de escuela, Tomás acompañaba a Marcela a hacer los mandados del emprendimiento de repostería, incluyendo las compras de materias primas y de los equipos.
Por sus habilidades en matemáticas, luego se encargó de lo numérico, incluyendo el cálculo de las cantidades de ingredientes siguiendo las fórmulas de producción del rompope.
En la actualidad apoya la logística del negocio y en la administración, especialmente cuando deben atender un evento con el servicio de catering.
“A veces son eventos complejos”, dice Tomás. “Siempre he sido muy creativo y ofrezco posibles soluciones”.
Para Marcela esa integración es fundamental.
“Me dediqué un poquito más a sacar mis sueños, a sacar el proyecto”, dice Marcela. “La pasión que tengo por este proyecto es enseñarles a mis hijos que los sueños se cumplen, que cuando uno trabaja con esfuerzo, con amor, con dedicación, hay un resultado”.
Con el apoyo de Cacia y de la familia fue superando sus temores iniciales. Incluso los asesores fueron a ver el local antes de alquilarlo y la guiaron en los trámites.
También, para sacar la marca del rompope y en la implementación de las medidas de inocuidad.
Otra tarea fue pasar de un equipo casero a uno que le permite sacar más producto y mejorar el rendimiento, los tiempos y los procesos, así como la instalación del cuarto frío.
Para la inversión en los equipos, mobiliario y cuarto frío, Marcela recurrió a BAC.
Ella ya había recibido financiamiento anteriormente de esta entidad bancaria, que tiene un programa para emprendimientos. Esta vez, el crédito fue de ¢6 millones.
Sus hermanos y su hermana, Gabriel, Alejandro y Mónica, también le dieron una mano.
En algunas ocasiones con consejos empresariales. Gabriel es ejecutivo en una firma y Alejandro tiene una empresa de diseño.
Alejandro y Mónica, que trabaja en esa empresa también, colaboraron con el diseño y producción de los muebles de madera de la entrada del negocio, las ventanas y las etiquetas.
—¿Por qué La Gracia?
“Porque yo decía: sólo por la gracia estoy aquí, en este lugar”, responde. “Fui aprendiendo en el proceso una serie de cosas para poder manejar mucho mejor la planta y el producto”.
En febrero de 2023 se trasladó definitivamente al local. Todavía tenía dudas. Pero las fue superando poco a poco. El negocio del catering le generó los ingresos que requería.
La Gracia, que actualmente tiene dos colaboradoras según la demanda, produce cuatro variedades de rompope artesanal: el tradicional, el deslactosado, sin azúcar añadido y alto en proteína, que es contra pedido.
La comercialización es en presentación de 210 ml. y de litro (en este caso con precios van de ¢6.400 a ¢8.500 según la variedad).
Marcela utiliza una receta familiar con ingredientes y sin preservantes, que ajustó con el tiempo y con las medidas de inocuidad.
La venta se realiza mediante Instagram y Facebook (los perfiles los encuentran como La Gracia by Marcela’s Bakery) y la página web.
Los planes ahora son expandir las ventas del rompope a nivel nacional (ya se comercializa en Guanacaste en el centro comercial Nanku). Y no solo en diciembre. Y no solo como postre.
Marcela destaca sus cualidades como alimento. Además, la variedad (deslactosado, sin azúcar añadido y el alto en proteína) le brinda una solución a las diferentes necesidades de las personas.
El rompope es una bebida familiar. Y sirve como merienda y se incluye en varias recetas.
“Realmente yo veo a la empresa siempre para adelante, siempre fuerte, siempre dando un servicio de calidad, una respuesta”, sostiene Marcela.
Su primera prueba de fuego es este mes de diciembre. La semana anterior Marcela tenía listos todos los formularios y solo esperaba las órdenes de compra de Auto Mercado.
“Todo esto ha requerido un esfuerzo muy grande de capital”, dice Marcela. “Pero tengo la convicción de que la voy a ver recuperada ahora que el producto entra a los supermercados”.