Los pedidos de queques y postres iban en aumento pero Mariela Ramírez, fundadora de la microempresa Dulce Bendición, se veía obligada a rechazarlos.
El equipo y el espacio que tenía en su casa en Abangares, Guanacaste, no le daba la capacidad para cumplir. Entonces empezó a buscar opciones.
Mariela es y vive aún en el Barrio San Francisco, en las Juntas de Abangares. La primaria la cumplió en la escuela de la localidad y luego siguió la secundaria en el Colegio Técnico Profesional de este cantón guanacasteco. Desde joven tuvo que empezar a trabajar.
Dejó el colegio en noveno año, alrededor del 2010, pues su padre abandonó a la familia cuando nació su segunda hermana, Lisi. Para su madre Flor de Liz Barahona era casi imposible sostener a sus tres hijas, incluyendo a Alison, la otra hermana de Mariela.
A Mariela le tocó no solo ayudar a Flor con sus hermanas. Empezó a trabajar en una soda, atendiendo mesas los sábados y los domingos. Tenía trece años. Luego apareció otra oportunidad.
Al poco tiempo ingresó a una tienda de la localidad que se llamaba El Regalón y que cerró hace muchos años. Ahí también le correspondía atender a los clientes. Pero ella mantenía la meta de seguir estudiando.
Estando en la tienda ingresó al Cindea. Sin embargo, no por mucho tiempo pues tenía que ayudar a cuidar a las hermanas, además de trabajar. Cuando nació su hija, Génesis, Mariela tenía dieciocho años.
Su esposo, Mauricio Vargas, trabaja en la minería de oro, como coligallero. Para agregar algunos ingresos más al hogar, Mariela hacía “chambas”: un día limpiaba una casa de algún vecino y otro cuidaba niños. Ella mantenía su sueño de estudiar.
Un día conversó con Mauricio y le dijo que quería seguir estudiando. Entonces fue al Cindea nuevamente. Tuvo que repetir cuarto año de secundaria, pues las notas de varias materias no aparecían de ese nivel y de quinto año.
Se graduó en medio de la pandemia, en el 2020. El confinamiento le ayudó en el sentido que pudo concluir los estudios desde la casa y sin tener que estar dejándola para ir a clases. Pero no quería quedarse ahí.
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Paralelamente Mariela empezó a viajar a El Roble de Puntarenas, luego a Esparza en esa misma provincia y más tarde hasta Heredia. En los tres casos se preparó en repostería y decoración.
A Heredia viajaba una vez al mes y una profesora privada de técnicas de decoración le daba todas las lecciones del mes en ese día. Para el viaje de ida y vuelta la llevaba una amistad de Abangares que también iba a un curso cerca de Heredia. Así estuvo durante tres meses.
Los cursos le permitieron ir produciendo y vendiendo queques y repostería desde 2017. Lo hizo desde la tercera clase que recibió en la academia Gustitos, ubicada en El Roble. El pequeño negocio empezó a crecer.
“Al principio me iba bien”, cuenta Mariela.
Pero nunca falta alguien que le bajara las pilas.
Como en todo negocio, Mariela es la que define los productos y el tamaño de los mismos. Un día apareció una clienta enojada.
La acusó de que el pastel que le había comprado no era del tamaño pedido. Mariela estaba segura que era del tamaño que ella ofrecía y que se había acordado con la clienta. En esta ocasión, claramente, la clienta no tenía la razón.
La situación la desanimó. Estuvo a punto de cerrar el negocio y echar por la borda todos los esfuerzos viajando a El Roble, a Esparza y a Heredia. No solo eso. También tiraba las clientas que había logrado. Pero ellas mismas le dieron ánimo.
“Por una persona no se va a retirar”, le dijeron. Y siguió.
Dulce Bendición produce queques artesanales, postres, pan artesanal o casero, pan de panadería o de empaque, y galletas. También tortas frías como tres leches y bocadillos como pasta de hojaldre.
Sus ventas son de tres a cuatro queques y los fines de semana hasta diez por día. Por mes llega a ganar, restando los costos, hasta ¢300.000 por mes, dependiendo de la temporada.
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Para llegar ahí tuvo que buscar financiamiento. Mariela horneaba en la cocina de su casa y utilizaba la batidora más pequeña que se ofrecía en el mercado para repostería, pues no había tenido posibilidad de adquirir una de más capacidad. Además, todo lo producía en su casa.
Hace dos años participó en un programa Fomujeres del Instituto Nacional de las Mujeres (Inamu) y le dieron ¢2 millones, que le sirvieron para ponerse en regla con la patente y los permisos sanitarios, una batidora, un horno y una mesa de trabajo. También construyó un local al lado de la casa para tener la microempresa. Pero no alcanzó.
Recurrió, entonces, al Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS), que también le ofreció la posibilidad de brindarle un aval, a través del programa Fideimas, para un financiamiento a través del programa de Crédito a su Medida de Fundecooperación.
El programa suma ¢12.000 millones colocados desde el año 2007 a más de 3.000 personas beneficiarias en todo el país, el 70% en zonas rurales, el 40% a emprendimientos liderados por mujeres y el 27% a mujeres jefas de hogar.
En Fundecooperación le dieron un crédito de ¢1,5 millones. Con eso Mariela terminó de acondicionar el local. Le faltaba las instalaciones eléctricas, una parte de cerámica y hasta las puertas. El financiamiento le ayudó a resolver todo eso y un poco más.
Pudo adquirir un congelador y un cilindro de gas de mayor tamaño.
¿Le dio resultado?
Mariela dice con el crédito es cómodo y que, conforme va pagando, le ofrecen un reembolso. El trámite también fue expedido: en un mes se lo resolvieron.
¿Y los resultados en el negocio?
“Aumenté la ventas, al doble”, responde Mariela. “Ya no daba abasto y hasta tenía que rechazar pedidos. Ahora sí puedo”.
Sus planes son seguir creciendo y generar empleo a otras mujeres que también la están pulseando. “Igual que uno”, dice Mariela.