Carla Rodríguez fundó el estudio de arte pestañas y cejas Carlieyelash después de haberse graduado de leyes y de llevar un año sin poder iniciar en su profesión. Pero el emprendimiento no lograba tener suficientes clientes. Cambió hasta de ciudad. Y nada.
En una de esas mudanzas, cuando se instaló en Rohrmoser, las clientas empezaron a llegar y actualmente visualiza otros proyectos. “Pensé que nunca lo lograría”, confiesa Carla. “Ahora mi propósito es ayudar a otras mujeres de distintas zonas a emprender en esto mismo”.
Ella es de la Zona Sur. Vivió en San Vito, en Palmar Norte y en Uvita, cerca del Parque Nacional Marino Bahía Ballena, donde trabajó de joven en el hotel de su padre, don Carlos (q.d.e.p.), que recibía agentes de ventas, comerciantes y personas que iban hacia Paso Canoas, Golfito o Bahía Drake, en la península de Osa.
Don Carlos también la impulsó a emprender. Carla tenía un negocio de café Internet y estudiaba en el colegio nocturno. El negocio lo cerró cuando se trasladó a Pérez Zeledón a estudiar en la universidad
Tras graduarse de secundaria siguió derecho y se especializó en notariado en la sede de la Universidad Latina. Se enfocó en estudiar. En 2019 estaba lista para empezar a ejercer en su profesión. El sueño se frustró en ese momento.
Carla no podía concursar para ningún puesto ni abrir su oficina. Para hacerlo tenía que colegiarse y eso implicaba realizar y aprobar un duro examen. Y, aunque lo hubiese aprobado, tenía que esperar un tiempo para que le entregaran el protocolo. No era el único problema.
Durante la pandemia nadie contrataba prácticamente. Ella no encontraba ninguna salida inmediata. “Se me hizo eterno ese año”, confiesa. “Otros compañeros lo aprobaban. Tres veces lo intenté. Me frustré un poco. Me paralice un año y resto”. El apoyo de la familia fue clave.
Su hermana Teresa, que trabaja en el Ministerio de Educación, y su hermano Jean Carlos, un informático que brinda servicios a firmas internacionales, le preguntaron qué quería hacer, le ofrecieron ayuda y le pagaron una capacitación en extensiones de pestañas.
Fue un curso corto con una especialista de Curridabat. Era apenas la base. Se dio cuenta que brindar ese servicio era un trabajo de mucha precisión y de mucho cuidado. No estaba satisfecha con lo aprendido. Y no era lo único.
En cada servicio duraba en ese entonces hasta seis horas, lo cual era agotador tanto para Carla como para cada cliente. Terminó el curso y se devolvió a la Zona Sur. Ahí se instaló en una playa. Al poco tiempo se dio cuenta varias situaciones.
El servicio debe realizarse a una temperatura adecuada y en la playa no era posible. Sus clientas eran turistas y surfistas que realizaban actividades en el mar y conviven con temperaturas que tampoco son bajas. Eso para empezar.
Y, además, no había suficientes clientas. Eso sin contar que todavía duraba muchas horas en cada aplicación. “Se me hacía eterno”, confiesa, “Yo lloraba. Me decía que no servía para eso”.
Se sentía culpable, además, por defraudar a su familia. Decidió, junto con Teresa y Jean Carlos, trasladarse a Pérez Zeledón. Aquí la situación mejoró… un poco.
Se acondicionó un espacio en la casa que tenía la familia esta ciudad. La competencia era poca y para ese momento, en 2021, la actividad comercial se reactivaba. Además, Carla había reducido el tiempo de cada servicio. Pero la situación económica no mejoraba y las clientas no eran suficientes.
Sin cumplir los tres meses en Pérez Zeledón, se decidió una nueva mudanza: a San José., concretamente a un pequeño apartamento en Guadalupe. La situación no cambió mucho.
Las restricciones sanitarias y el temor natural de la gente a contagiarse de Covid-19 no ayudaban. Durante esa época muchos servicios de cortes de cabello y de belleza se brindaban a domicilio.
Teresa recomendaba a Carla con sus compañeras de trabajo y otras conocidas. No era suficiente. Carla se sentía más frustrada. Estaba a punto de cerrar el negocio y volver a la Zona Sur. Fue cuando salió una última oportunidad.
Un día Jean Carlos salió a tomar un café con una amiga. En la conversación él le contó todas las dificultades por las que venían pasando.
—En Rohrmoser hay un salón de belleza que acaban de abrir y tiene un espacio que están alquilando— le comentó ella.
El lugar quedaba frente a Cemaco, camino a Pavas. Ahí Carla instaló su camilla. La situación varió.
Las clientas empezaron a llegar al punto que pronto atendía más mujeres que el resto del personal del salón de belleza. Muchas veces Carla abría y cerraba el local.
El tránsito de personas también era diferente en la zona y ya se movían más personas en la calle conforme se iban reactivando las actividades y los negocios.
La clientela era también diferente, más demandante de este tipo de servicios, más exigente y también con más posibilidades económicas. El problema ahora era que al salón de belleza no le iba bien.
En Costa Rica es una actividad que durante la última década tuvo una expansión considerable. De hecho, entre 2010 y 2014 se habían duplicado. Actualmente, otro negocio que vive un boom en esta industria es el de las barberías.
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La propietaria lo trasladó a otro sitio cercano, pero más pequeño. Aunque el espacio de Carla era más ajustado sus clientas seguían llegando, incluyendo hombres que requerían depilación de las cejas y extranjeras que viven en la zona de Santa Ana o Belén.
La dueña del salón de belleza tuvo que cerrar, ahora sí definitivamente. Para Carla fueron tres meses donde germinó su negocio... al fin. El siguiente paso no fue sencillo, sin embargo.
Les proponen la venta del establecimiento. Así podrían ocupar el local completamente para el servicio. “Era el sueño que teníamos”, reconoce Carla.
La tentación era mucha y el precio que les cobraban era muy elevado, sin embargo. El asunto es que la reubicación en otro sitio tenía el riesgo de perder a la clientela. Para ese momento ya alquilaban un apartamento en Rohrmoser, muy cerca del boulevard y de Plaza Mayor.
Lo podían intentar. Carla propuso hacer una prueba de un mes recibiendo clientas ahí. No estaban muy lejos de los otros locales y tenían una ventaja adicional: les podía ofrecer más privacidad. La clientela se triplicó.
El temor inicial se le pasó cuando a las clientas les gustaba el nuevo sitio, más acogedor y tranquilo. En el pequeño edificio se desocupó otro apartamento y ahí ubicaron la sala de Carlieyelash, con aire acondicionado, dos camillas, el mobiliario y la decoración para el servicio.
La consolidación del punto permitió avanzar en el mercado y la plataforma digital.
Se creó el sitio web, que facilita a las clientas sacar sus citas y que automáticamente quede programado. Además, se aumentó el mercadeo digital, que ayuda a atraer a las turistas.
La primera turista llegó en noviembre de 2021. Carla se asustó, por el reto del idioma. La clienta quería practicar su español.
Así han llegado estadounidenses, rusas, chinas y japonesas. Un factor que impulsa este segmento es el costo del servicio en comparación a los precios en sus países de origen. Además, es un nicho de mayor demanda.
“Ellas mismas llenan el formulario de consentimiento y ahí eligen el diseño”, explica Carla.
Ya, con dos años desde que lograron avanzar en el negocio, es el momento para dar otros pasos. El primero, la academia, idea que tuvo un doble origen.
Las clases en una academia especializada son acostumbradas en el sector de belleza y en el caso de las lashistas —como se denomina a quienes se dedican a esta actividad— es habitual en otros mercados, como Canadá.
Las mismas clientas, incluso profesionales que trabajan en entidades públicas o en empresas privadas y que no se ven terminando sus carreras laborales como asalariadas, le empezaron a preguntar si no daba clases.
Para crear la academia el primer paso fue incorporarse a la Federación de Belleza y en la sala cuenta con dos camillas para entrenar a dos lashistas por turno.
El otro proyecto es una importadora y distribuidora para facilitarles a las lashistas los utensilios y los materiales que se requieren, tanto para cada aplicación o servicio como para la limpieza y otros cuidados diarios que las clientas deben realizar.
Es una nueva experiencia que van desarrollando, primero con los insumos que se requieren para la academia y luego para contar con suficiente suministro y abastecer a las lashistas en las diferentes zonas del país.
La idea es formar unas 15 personas en lo que resta de este año y que para la ExpoBelleza, en marzo de 2024, tener la experiencia para duplicar la meta.
Ya cuentan con una línea de crédito por la totalidad del proyecto. Sin embargo, le plantearon al banco ir poco a poco, recuperar lo que se invierte y que se consolide cada proyecto. “Cuando hicimos la inversión de la sala, dijimos que había que parar e ir en forma escalonada”, explica Jean Carlos.
Van probando para ir a lo seguro. Ya las mudanzas de un sitio a otro quedaron atrás y ahora predomina la confianza y la claridad sobre el potencial de la empresa.
“La clave fundamental fue insistir, empoderarse”, responde Carla.