Cuando iba a ingresar a estudiar administración Rebeca Mora le propuso a la universidad que, a cambio del pago de las materias, le recibieran productos de limpieza de la empresa de su padre.
Cada cuatrimestre aparecía con las facturas de las entregas realizadas en los meses anteriores y realizaba el trámite para matricular las materias del siguiente.
“Ese fue mi primer cliente”, dice con orgullo Rebeca, fundadora y gerente general de Grupo Wimo.
Rebeca creció en San Antonio de Desamparados. Estudió en el colegio Rosario, un centro educativo que tenían unas religiosas en Zapote, en el cual estuvo desde preescolar hasta el quinto de año de secundaria.
En las vacaciones colaboraba en la empresa de productos higiénicos de su padre, Maynor Mora. Él, que acaba de cumplir sesenta y cinco años, es su modelo a seguir.
Aunque venía de una generación que creció con la aspiración de trabajar para ser un empleado, él rompió con ese molde y empezó hace unas tres décadas una compañía de productos higiénicos, desinfectantes, abrillantadores de muebles y limpiadores de vidrios.
Ella ayudaba después de las clases en el colegio o en sus vacaciones a llenar botellas, a facturar y a diseñar etiquetas en la computadora. Eran muy básicas y solo tenían una impresora de matriz de puntos. Con lo que ganaba ahorraba para comprar una bicicleta o para ir al cine o a las fiestas de fin de año.
Lo fundamental, sin embargo, era lo que estaba aprendiendo. Era muy apegada a su padre y se veía como un reflejo de él.
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Rebeca empezó a trabajar en la empresa en el año 2000 con veinte años y a conocer las dos caras de un emprendimiento. Ahí aprendió de los sacrificios que deben hacerse. Por ejemplo, tener que sacar dinero de los ahorros para poder pagar los aguinaldos en Navidad. Ese año, Rebeca da otro paso y se casa con Andrés Wiessel.
Se dedicó a las ventas. La empresa de su padre tenía, para ese momento, cinco empleados.
Rebeca quería estudiar química, pero eligió administración porque entendía que era lo que se necesitaba en la empresa.
Para el primer cuatrimestre contaba con el dinero necesario. Matriculó todo lo que pudo, porque no sabía si en el siguiente podría seguir. Como la rentabilidad de la empresa no alcanzaba, para financiar sus estudios le hizo una propuesta a la universidad.
“Ustedes necesitan hacer la limpieza”, le dijo Rebeca a los encargados de la Universidad Latinoamericana de Ciencias y Tecnología (Ulacit). “Y yo necesito estudiar”.
La venta era por partida múltiple, porque también le proveía a la escuela Boston, al Instituto de Tecnología Administrativa (ITEA) y a la Escuela Castro Carazo, que eran de los mismos propietarios.
Las facturas eran normalmente por doscientos mil o doscientos mil quinientos colones y le alcanzaba para pagar la matrícula y los cursos. Le quedaba un remanente, con el cual compraba los libros del cuatrimestre. Le quedaba para los pases de autobús durante los siguientes meses.
Conforme fue avanzando en la carrera de administración le iba gustando más y más. Le apasionó, en especial las ventas. Al final, sabía que podía aplicar sus habilidades de ventas y que la empresa era un laboratorio en vivo de química.
Al graduarse se sentía satisfecha y feliz porque se dio cuenta que era lo que quería, que era su charco. Al incorporarse a tiempo completo a la empresa, con su olfato para las ventas, empieza a aumentar la clientela. Más tarde da un paso más que sería determinante para su futuro.
Rebeca impulsa la diversificación del portafolio con productos cosméticos. Solo que había un problema: para dar ese paso había que cumplir más de quinientos requisitos de acuerdo con un reglamento centroamericano de buenas prácticas de manufactura.
Era una misión casi imposible para una pequeña empresa. Su padre decidió no dar el paso, pero ella sí. “Me voy a independizar y me como la bronca”, dijo Rebeca. Era setiembre de 2017.
Rebeca bajó el reglamento y empezó a imprimirlo. Cuando su esposo vio la cantidad de papel pensó que le había sacado varias copias.
“Esto es una locura”, dijo él.
“Lo que está saliendo de la impresora es una gran oportunidad de negocio”, le respondió ella.
La idea que ella estaba visualizando era simple. Se instala una fábrica que cumpla los quinientos treinta y seis requisitos para producirle a otras empresas, grandes o pequeñas, bajo el modelo de marca privada.
Así una barbería, un salón de belleza, un dermatólogo o un ginecólogo, al igual que una emprendedora que creó un producto cosmético o higiénico, podría ofrecer productos que requieren sus clientes con su propia marca.
Entonces, firman un contrato de confidencialidad y Grupo Wimo le fabrica el producto cumpliendo con todos los requerimientos exigidos por ley, le pone la marca que el cliente indique y se lo entrega para que lo comercialice.
La ventaja que se ofrece es el cumplimiento de los requisitos, la capacidad instalada y la rápida adaptación en procesos y condiciones para nuevas líneas de productos.
Rebeca dice que realizó una gran inversión con recursos propios y ahorros de su esposo, incluida la liquidación que le dieron a él en Intel, donde trabajaba como ingeniero electrónico. Andrés se incorporó de lleno al negocio durante los primeros tres años. Actualmente, ya con Wimo en marcha, volvió a otra firma tecnológica presente en Costa Rica: HP.
Grupo Wimo debía ubicarse en una zona industrial tipo A, donde los alquileres no son bajos. Consiguieron un espacio de unos ciento treinta metros cuadrados en el parque industrial La Pacífica, en San Francisco de Dos Ríos, que en ese momento les parecía enorme, y además adquirieron la maquinaria necesaria. Era una apuesta completa.
Aparte de dar el paso para ella independizarse y la renuncia al trabajo de Andrés, tienen un hijo, Andrés, que en ese momento tenía dos años y una niña, Ana Paula, que era recién nacida y apenas cumplía tres meses.
En febrero de 2018 recibió el permiso sanitario de funcionamiento y la fábrica empezó a operar con ocho personas produciendo para quince marcas privadas.
Durante la pandemia realizaron un paréntesis en la producción. La comercialización de productos cosméticos disminuyó, debido al cierre de salas de belleza, barberías y spas. La alternativa fue, evidentemente, desarrollar productos desinfectantes.
Como se tenía la capacidad instalada, se pudo aprovechar los primeros meses de alta demanda. Los clientes también empezaron a desarrollar diferentes productos, que encargaban a Grupo Wimo pues, además, había adquirido materia prima necesaria desde principios de 2020 cuando empezaban a llegar las noticias de la expansión global del covid-19.
Al final de 2020 la oferta de productos de higiene había aumentado y el mercado estaba más equilibrado, por la operación volvió a la normalidad. Esa etapa se cierra con un balance también positivo, en particular con más líneas de negocios y un crecimiento de la operación. Es cuando empiezan a buscar un espacio más amplio.
Empiezan a buscar financiamiento y luego un lugar adecuado. Al final tenían tres créditos preaprobados, pero no encontraban un sitio que se adaptara a sus necesidades. Finalmente en agosto del año anterior encontraron una propiedad donde empezaron a remodelar sus instalaciones con un financiamiento de Banca para el Desarrollo, a través de BAC.
El nuevo espacio tiene un área de quinientos cincuenta metros cuadrados. Además, se postularon en un concurso de fondos de la Promotora de Comercio Exterior (Procomer) y obtuvieron diez mil dólares.
Con estos recursos adquirieron maquinaria, la cual llegará desde China a finales de este mes de febrero, para mejorar la calidad, la eficiencia y el aprovechamiento de energías limpias, así como para cubrir la demanda.
Actualmente se maquila para sesenta y cinco marcas unos doscientos cincuenta productos higiénicos, químicos, cosméticos y biomédicos.
Además de los avances del negocio, Rebeca empieza a obtener reconocimientos: el galardón Pyme del Ministerio de Economía, Industria y Comercio (MEIC), en 2018; el INCAE Entrepreneur Award, una competencia latinoamericana participaron cuarenta y cuatro empresas y en la que Wimo ganó en la categoría Empresa, en 2020. En 2021 fue incluida entre las veinte promesas de negocio de la revista Forbes Centroamérica.
Recién acaba de finalizar como participante en un reality show del canal E! Entertainment en el que las emprendedoras deben demostrar sus habilidades de negocios. El programa tiene la participación, como jurado, de Silvina Moschini, una emprendedora argentina y la primera mujer con una empresa unicornio (al superar los mil millones de dólares en valor).
La visión, la experiencia, lo aprendido con su padre, Maynor, y haber visto cómo hay emprendedores que llevan al fracaso un proyecto al confundir los ingresos de la empresa con los personales, por ejemplo, le ayuda en todos esos procesos, lo mismo que para impulsar nuevos planes con el Grupo Wimo.
Rebeca está por abrir una línea de cosméticos para mascotas, que puedan aprovechar y comercializar diferentes marcas privadas. Solo esperan obtener los permisos para iniciar la producción.
Con veinte mil dólares obtenidos de fondos no reembolsables aportados por el gobierno de Corea del Sur, se trabaja con el Centro de Investigación en Productos Naturales (Ciprona), de la Universidad de Costa Rica (UCR), para generar extractos que puedan desarrollarse en nuevos productos. Pero los proyectos no terminan ahí.
“A cinco años esperaría convertirnos en un laboratorio farmacéutico y que manufacturemos productos farmacéuticos”, adelanta Rebeca.