De niña los maestros advirtieron a su madre sobre los problemas que tenía para el aprendizaje. María del Mar Echeverría los superó con esfuerzo extra. Y lo que aprendió la impulsó siempre a no rendirse. Lo mismo ocurrió después varias veces.
Luego fundó MARE Design Center, una empresa de diseño enfocada en acabados de construcción de marcas italianas y europeas. No es lo único que hace. En todo, aplica la misma filosofía.
“Yo siempre digo: todo el mundo va para allá. Si voy con todos, seremos muchos. ¿Adónde no está yendo la gente?”, dice María del Mar.
Es la segunda de tres hijas de Giselle Segnini y Carlos Echeverría.
Giselle y Carlos estudiaron y se graduaron de derecho en la Universidad de Costa Rica (UCR). Pero Giselle se dedicó al trabajo de la casa y fue determinante para María del Mar desde la primaria.
“Soy la persona que hoy soy gracias a mi mamá”, afirma. “En la vida uno no tiene que dejar que nunca nadie le diga que no puede o no hacer”.
En la Anglo American School, su hermana mayor María José era cuadro de honor. Ninguno de los profesores entendía porqué María del Mar, de siete años, no obtenía los mismos resultados, en especial en inglés. Incluso descartaron que lo pudiera aprender. Sugirieron pasarla a un colegio más pequeño.
—¿Qué quieres hacer?— le dijo Giselle.
—Ay mami, yo lo que quiero es graduarme con mis compañeros— respondió ella.
—Bueno, entonces vamos a esforzarnos más.
El resto de la escuela, María del Mar llegaba de clases y almorzaba. Luego pasaba las tardes cumpliendo las tareas. Acudía donde una pedagoga, Silvia Arguedas. Su metodología era holística, muy creativa y adaptada a las necesidades de cada persona.
Encontraron a Silvia después de descartar otras profesionales y consejos.
—Dele Ritalin— le recomendaron una vez a Giselle.
—Yo no voy a darle eso a mi hija— respondía Giselle. El diagnóstico le dio la razón.
María del Mar tenía el sistema auditivo muy desarrollado. Cualquier ruido la distraía. “Yo vivía en otro planeta y mis profesores me aburrían”, dice.
De ahí María del Mar aprendió otra lección que actualmente define su estilo de vida, alimentación y salud. Aprendió también una fuerte disciplina.
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Cuando pasó a secundaria, en el Saint Claire, su rendimiento era superior. Excepto en matemáticas. Ocurrió lo mismo. Un profesor le vaticinó lo peor.
“Eso fue como que me torearan. Me saqué un 98 en el examen de bachillerato”, recuerda María del Mar. En ese momento soñaba estudiar moda. Quería hacerlo en Nueva York.
Durante el colegio le hacía ropa a las amigas y también las maquillaba. Aplicó a una escuela neoyorkina, Parson, y la aceptaron. Estaba a punto de viajar cuando se incendió la casa donde siempre habían vivido en Curridabat.
María del Mar estaba en ese momento con su abuela. La familia estaba fuera del país. La casa estaba alquilada a un extranjero. Giselle viajó a Costa Rica de inmediato y María del Mar decidió no viajar.
El inquilino se fue a otro sitio. Giselle y su hija empezaron a reconstruir la casa. Las amistades donaron muebles y electrodomésticos. La compañía de seguros alegó que había sido un cortocircuito y no giró la indemnización.
Dormían ahí pese a que todavía faltaba instalar el techo. Era abril, por la época de la Semana Santa. Pero mayo y la época de lluvias se acercaba. María del Mar tomó una decisión sobre su futuro.
Ingresó a la UCR. Eligió ciencias políticas. Como no compartía el punto de vista de sus profesores, a los seis meses se pasó a la Universidad Latina. Ingresó a publicidad. Fue cuando tuvo su primer negocio.
No era una época de bonanza. Primero fue la crisis de las puntocom y después los ataques a las Torres Gemelas en Estados Unidos. La situación económica no era la mejor en Costa Rica tampoco.
Empezó a vender repostería que hacía su madre en sodas de San Pedro. Pensaron en tener una cafetería. Pero se necesitaba capital. María del Mar recordó que en su colegio la comida era poco atractiva.
Abrieron un kiosco en el Saint Claire. Ofrecían repostería, pasteles de pollo, empanadas, granizados y también loncheras. Vendían también café fresco (no rechinado). La familia entera se involucró. Sus hermanas ayudaban. Llegaron a tener otros dos kioscos.
María del Mar repartía los productos en un Fiat Fiorino, su primer automóvil. Lo que más recuerda es que descubrió que le gustaban los negocios.
En la universidad también estaba aprendiendo mucho. Pensó en tener su propia empresa de publicidad. Al concluir la carrera en 2004, su padre le planteó que estudiara una maestría y en el INCAE. Ahí, él también se había graduado después de derecho.
María del Mar aplicó y entró. Eso sí, le hicieron una advertencia. “Usted es un caso atípico. No tiene nada de matemáticas avanzadas. Le vamos a dar chance porque nos gusta su espíritu emprendedor”, le dijeron.
El primer módulo le costó. Un profesor le dijo que no tenía posibilidad de pasar su curso.
Los compañeros eran ingenieros, economistas y de otras profesiones especializadas. Le sacaban ventaja en las calificaciones y eso no favorecía su continuidad. Ahí vio su primera C. La primera y la única.
No se amedrentó. Había que esforzarse y mantener la disciplina. Y descubrió es que los cursos trataban de lo mismo que había aprendido con el negocio de los kioscos. “No me gradué con honores, pero pasé bastante bien”, dice María del Mar.
Se graduó un sábado. Al lunes siguiente estaba ingresando en su primer trabajo.
Los kioscos se habían cerrado. Exigían el trabajo de varias personas y solamente quedaba Giselle al frente. La situación económica había cambiado.
María del Mar recuerda que alguien le dijo que se tomara su tiempo, que viajara. Ella quería retribuir la ayuda que le dio su padre.
Ingresó a HB Fuller y duró un año. “Aprendí mucho”, dice María del Mar. “Conocí gente fabulosa y tuve jefes realmente admirables. Pero no era lo mío”.
Era el 2008, en media crisis financiera. Llegó a tener treinta y dos centavos en la cuenta bancaria. Aplicó a varias empresas.
La llamaron de Panamerican Woods, dedicada al cultivo de la teca. El proyecto para el que estaban contratando no se concretó. Aún así la llamaron para un puesto enfocado en mover los productos terminados. Querían entrar en el sector náutico y en el mercado de lujo.
María del Mar no sabía nada de madera. Aprendió. Y empezó a empaparse de la industria.
Se dio cuenta que se iba a realizar una feria de la industria en Nueva York. Le planteó a la empresa que le pagaran el pasaje, pues allá vivía su hermana María Kristal.
—Detrás de una computadora acá no voy a lograr nada— les dijo.
Fue a la feria y empezó a conocer firmas y marcas globales. Entre ellas, al dueño de una empresa que compraba teca en Asia. El contacto sería fundamental después para ella.
Salió de Panamerican Woods. Ella pensaba en tener su negocio. Pero ahora las ofertas de trabajo le llegaban.
La llamaron de Olam Group, una global firma de alimentos y commodities para el mercado masivo. Le ofrecieron la oportunidad de ir a la sede de la compañía en Singapur a un entrenamiento de gestión.
Luego estuvo con Olam en Panamá, en Colombia y en Perú aprendiendo sobre los mercados de madera, café y especias. La oferta era muy llamativa.
Con Olam trabajó en la división de madera en Gabón, África Central. Solo que no se sentía cómoda en su misión. La responsabilizaron de negociar con los productores los precios de compra de insumos. Fue un año intenso.
Al regresar a Costa Rica ya tenía claro lo que iba a hacer: un negocio propio de diseño.
El empresario italiano que conoció en Nueva York le envió unas muestras de madera. Empezó en 2011 en su propio vehículo a ofrecer servicios de diseño de pisos.
Un sábado visitó una floristería de Guachipelín de Escazú para comprar un arreglo. Cuando salía, vio un local comercial desocupado.
Atravesó la calle, preguntó y habló con el propietario del edificio, cuya oficina estaba en el segundo piso. El martes siguiente firmó el contrato.
El capital que tenía para pagarlo eran los ingresos que obtenía como consultora. En ese momento realizaba estudios de mercado a firmas como Euromonitor.
Firmado el contrato se dio cuenta que solo estaba vendiendo servicios de diseño y pisos de madera. Con eso no hacía nada.
Compró un pasaje a Italia. Contactó empresas en una feria especializada en diseño de interiores. Le ofrecían productos, pero ella no podía comprarles stocks y tampoco quería.
Su modelo de servicios era diferente: personalizar hasta el último detalle.
Algunos proveedores lo aceptaron. Era 2014. “Empecé desde cero, sola, en este mismo local. Era más chiquitito: la mitad”, dice María del Mar.
Así nació MARE Design Center. MARE viene de madre en catalán y de mar en italiano.
De diseño de interiores con pisos de madera, la firma pasó a ofrecer el servicio ahora con todo tipo de productos para áreas interiores y exteriores: cocinas, puertas, mármoles, hardware y todo tipo de cerraduras, porcelanatos y hasta mobiliario.
Los productos llevan marcas globales como Flexform, Gessi y Antolini, entre otras.
Actualmente María del Mar se dedica más a lo estratégico. Trabaja con un equipo que encabeza su hermana María Kristal.
En los proyectos se complementa con unos quince colaboradores externos y con diferentes aliados de la industria, como arquitectos, ingenieros, firmas de construcción o desarrolladoras y diseñadores locales o extranjeros. “Son proyectos llave en mano, desde el concepto”, explica.
Se dedican a residencias de lujo a nivel local, residentes y propietarios extranjeros en diferentes locaciones de Costa Rica, particularmente en el Pacífico.
El enfoque son soluciones a largo plazo, con materiales que duren en el tiempo. No es la única clave.
“Tengo una vida bonita e intensa. Volar me relaja un montón. Se ocupan de los momentos de paz”.
— María del Mar Echeverría, fundadora de MARE Desing Center
La firma también busca establecer relaciones de largo plazo con los clientes a partir de servicios y materiales de alta calidad. Sus clientes llegan por referencias de otros.
Los últimos años fueron de crecimiento de la empresa (en 2019 amplía el local) y del mercado, por la migración de personas desde las grandes ciudades hacia otros sitios (2020), así como de cambios en algunos de los insumos debido a que los proveedores de varios de ellos están en Rusia (2022). La competencia también es más compleja.
Los clientes tienen un amplio conocimiento, investigan y cotizan incluso en Estados Unidos. El inconveniente es que en Costa Rica los insumos pagan hasta un 30% de impuestos.
“Construir en Costa Rica es caro, comparado con otros sitios”, señala María del Mar. La actividad tiene también su particular funcionamiento.
La decisión del cliente puede tardar tres o cinco años. Al final hay que volver a actualizar los presupuestos. En esta tarea ayuda la formación y la experiencia que tiene María del Mar.
“Si no tuviera el conocimiento en finanzas del INCAE, no entendería cómo trabajar con los proveedores de Europa y las variaciones del euro”, explica.
Sobre sus planes, es reservada. El mercado es global y la inteligencia artificial también impacta la industria del diseño. No está claro aún cómo lo hará.
Ella está preparándose. Estudia cuáles herramientas integrar. No quiere limitarse.
En el 2022 enfrentó una situación de salud. La superó pese a los diagnósticos médicos. Buscó, investigó e hizo cuanto estaba a su alcance. Dio un giro integral a una alimentación más sana.
Sigue dedicada completamente a la empresa, sin descuidar el balance personal.
Va al gimnasio. Practica atletismo, caminatas y ciclismo de montaña. También quiere sacar la licencia en aviación.
Al tener que ir a distintos sitios alejados del país, empezó a viajar en avioneta. Le encantó la experiencia y, en especial, contemplar el paisaje.
Por ahora, mientras se matricula en algún curso, cuando tiene oportunidad y se puede, se coloca en el asiento de copiloto.
“Tengo una vida bonita e intensa. Volar me relaja un montón. Se ocupan de los momentos de paz”, dice María del Mar.
En todas sus actividades siempre recuerda la enseñanza que recibió de su madre Giselle Segnini cuando, de niña, los profesores descartaban que pudiera aprender. Nunca se da por menos ni por vencida.