Cuando asistía a las ferias, al conversar con las agencias de turismo, Lizbeth Corrales se sentía perdida, no entendía de lo que le hablaban. Tampoco las idas y venidas del sector, con sus temporadas altas y bajas y el efecto de las crisis.
“Y aquí estamos”, dice Lizbeth, cofundadora de Ara Ambigua Lodge, ubicado en Sarapiquí. “Luchamos hombro a hombro. Y salimos adelante con la familia, el negocio, los hijos”.
Ara Ambigua es el nombre científico de la lapa verde, muy común en esa región.
Ella nació en Sarchí, Alajuela. Pero la familia se trasladó a Belén, de Heredia. Ahí estudió primaria y secundaria. Se graduó en 1974.
Por esa época conoció a Delfín Araya, quien se dedicaba al comercio. Se casaron.
Al poco tiempo Delfín inició un negocio, un restaurante, junto con otro comerciante. los desacuerdos entre ambos socios aparecieron pronto.
Lizbeth le decía a Delfín que se pusiera su propio negocio. La oportunidad surgió pronto.
Delfín sacó unos días de vacaciones y aceptó una invitación de su suegro Reiner Corrales, que tenía una finca en Sarapiquí. Cuando regresó a Belén estaba decidido.
La zona estaba creciendo comercialmente debido al auge de la producción bananera.
—Me voy a Sarapiquí si te venís conmigo— le dijo Delfín.
Primero se fue él. Abrió una soda en Puerto Viejo de Sarapiquí. A los dos meses vieron que el negocio sí había pegado.
Lizbeth recuerda que la soda tenía una ventana que daba a una parada de autobuses. Lo que más vendían eran empanadas y pollo frito.
Ella se trasladó hasta allá con sus hijas Wendy, que tenía entonces cinco años, y Sharon, de cuatro años, y Emmanuel, que tenía un año de edad.
Lizbeth se incorporó de inmediato en la soda.
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El negocio iba bien. Tan bien que dieron un paso mayor.
En diagonal a la soda quedaba un restaurante que se llenaba con los turistas que iban de paseo a la zona en buses de paseos. En las noches acudían los vecinos.
El propietario del restaurante se acercó a Delfín y Lizbeth. Les hizo la propuesta de que lo alquilaran y se hieran cargo.
—No se preocupen por la plata— les dijo.
Delfín no tenía dinero. Pero Lizbeth sí vio posibilidades y le insistió a Delfín que aprovecharan la oportunidad.
Empezaron un viernes a mediodía. Habían pasado todo lo que tenían en la soda. Era todo o nada.
En tres días vendieron más de un millón de colones, pagaron el alquiler y se surtieron para las siguientes semanas. Era 1996. Las ventas no defraudaron. Siguieron al alza,
La siguiente oportunidad apareció dos años después.
Lizbeth le planteó a Delfín que compraran una casa. Hasta ese momento seguían alquilando. Alguien les habló de una propiedad muy bonita, Delfín fue a conocerla y volvió encantado.
—Es muy bonita— le dijo Delfín.
Ella pensaba que era una quinta con el zacate bien cortado. En realidad era una finca con montaña y a la que había que trabajar. La entrada era un barreal y apenas tenía una vieja casa.
Queda en La Guaria de Sarapiquí, a un kilómetro del centro de Puerto Viejo.
—Sí, es muy bonita— le dijo Lizbeth para no desilusionarlo.
Reiner les dijo que si ellos no se decidían, él la compraba.
Recurrieron al banco. El préstamos fue por cinco millones de colones. Eran ocho hectáreas. Le agregaron un terreno que quedó por fuera de la hipoteca. Eso les ayudaría más tarde en un momento de vacas flacas.
Tuvieron que empezar a chapear y arreglar el terreno. Delfín quería limpiarlo todo, pero Lizbeth le decía qué cortar y qué no.
Lo arreglaron. Luego compraron caballos. Construyeron una cabaña.
Cuando se podían escapar del restaurante, se iban a la finca.
El mismo año vieron la posibilidad de llevar turistas. Para ese entonces la actividad turística se había ampliado de los principales polos de atracción a otras zonas.
A Sarapiquí llegaban especialmente estudiantes de universidades que realizan estudios o giras de conocimiento de la flora y la fauna en el trópico húmedo. Cerca queda la estación biológica La Selva, a cargo de la Organización para los Estudios Tropicales.
Con otro crédito construyeron un módulo de ocho habitaciones. Además, construyeron un rancho de paja.
Uno de los meseros del restaurante se ofreció a atender a los huéspedes. Pero no se vendía nada. O al menos eso fue lo que les dijo él.
Hasta que un día una amistad les comentó que había pasado por el negocio y elogió lo bien que les iba. Ambos se quedaron sorprendidos.
Entonces Lizbeth tomó el control del negocio. Y empezaron a ver resultados e incluso construyeron otras cinco habitaciones.
Empezó a visitar a las agencias de turismo con la idea de convencerlas de que les llevaran tours de turistas. Los resultados no eran positivos.
—¿Y esto qué es?— le decían.
Le preguntaban sobre tarifa rack (el precio normal antes de aplicar descuentos o promociones) y tarifas netas.
“Yo pensaba: ‘¡Dios, ¡qué me están diciendo!’ y en ese momento yo les decía que no las tenía, pero que se las podía traer”, explica Lizbeth.
Se integraron a la cámara de turismo de Sarapiquí y empezaron a participar en ferias. A la primera que asistió, Lizbeth se quedó desilusionada.
La feria fue en el Hotel Herradura. Ella iba con un brochure y un banner. Iba satisfecha con lo que llevaba. Cuando entró, vio los stands y lo que las otras empresas llevaban. Quedó impresionada y desilucionada al mismo tiempo.
—¿Qué hago?— pensó.— Llegué a pensar en que me tragara la tierra.
No se echaron para atrás. La paciencia genera frutos.
Al año la llamó una agencia. Querían trabajar con Ara Ambigua Lodge para hospedaje de estudiantes en la zona.
Para ese momento la casa de la finca la habían convertido en restaurante y la familia se alojaba en una de las habitaciones.
Como la agencia reservaba los trece espacios, enviaban a Wendy, Sharon y Emmanuel donde la madre y el padre de Lizbeth. Ella y Delfín se acomodaban en la lavandería.
Para el 2002 el hotel tenía un flujo más constante de turistas. En cambio el restaurante había perdido rentabilidad por el aumento de la competencia en la zona y el aumento del alquiler. Decidieron entregarlo. Los retos seguían.
Los clientes aumentaban en unas épocas y bajaban en otras. Delfín y Lizbeth no entendían ese vaivén.
“Cuando empezamos no sabíamos nada de turismo ni de hotelería. Solo que estábamos en una zona hermosa turísticamente”, admitió Lizbeth.
Tenían la ventaja de que toda la familia se involucraba en la atención de los turistas.
“Fuimos cocineros, camareros, jardineros”, recuerda Lizbeth. “Nuestros hijos, antes de irse a la escuela, servían el desayuno, el esfuerzo fue duro pero el premio lo vale”.
Sus hijas y su hijo se enamoraron de la actividad.
Más tarde Wendy estudió hotelería, Sharon siguió mercadeo y Emmanuel se especializó como chef. Actualmente Wendy se encarga de la gerencia, Sharon de la promoción y Emmanuel del restaurante.
“Yo pensaba que cuando fueran grandes se iban a ir.No fue así. Ahora Delfín y yo les estamos delegando el hotel, dejando que se equivoquen, que aprendan y solo decimos algo cuando es necesario”, cuenta Lizbeth.
En el año 2020 tuvieron que reducir la planilla, con excepción de tres colaboradores. El mismo día que cumplía años Delfín, el 20 de marzo, reunieron al personal para comunicarles que debían detener la operación.
Entre Delfín, Lizbeth, sus hijas y su hijo se distribuyeron las tareas: la cocina, la limpieza de la piscina, el aseo de las habitaciones.
Durante esos meses, Lizbeth aprendió a realizar bisutería por medio de videos de YouTube y ahora la vende en el hotel a los clientes.
El esfuerzo realizado valió doble. Ara Ambigua Lodge fue seleccionada como parte de la campaña en redes sociales denominada Rostros del turismo, con la que el Instituto Costarricense de Turismo destaca el espíritu luchador del sector en Guanacaste, Sarapiquí y el Valle Central.
Después del confinamiento empezaron a recibir turistas locales. Al año siguiente empezó a aumentar la visitación y en el 2022 se incrementó el turismo extranjero. Fue un año parejo.
La Organización Mundial de Turismo viene reiterando que el crecimiento de los viajeros desde entonces se debe a la demanda acumulada. Ese impulso todavía hará crecer la visitación durante la próxima temporada alta.
Una clave para Ara Ambigua Lodge es que siempre ha mantenido un equilibrio entre turismo nacional y turismo extranjero.
“El turista nacional es más exigente. También el estadounidense. El europeo se siente satisfecho con pocas condiciones”, explica Lizbeth.
En algún momento un finquero bananero hizo una oferta para comprarles la finca y el hotel. Lizbeth y Delfín tenían sentimientos encontrados. Era su negocio. Lo habían construido desde cero. La propuesta era pagarles a plazos, con mensualidades, sin intereses y el precio era muy bajo. Eso los afianzó a todos más bien.
El hotel creció hasta tener las cincuenta habitaciones actuales. Construyeron la piscina. También los senderos en la montaña para que los turistas puedan ver la flora y la fauna. La finca cuenta con lagos que se incluyen en los paquetes.
Toda la semana se realizan sesiones de yoga y los martes se brinda una sin costo para los huéspedes.
Las habitaciones son de diferentes tamaños y las tarifas actuales para turistas costarricenses van desde ¢43.000 (para dos personas por noche, con desayuno incluido) hasta ¢58.000 (para cuatro personas por noche y con desayuno incluido).
Se brinda servicio de Internet, aire acondicionado, televisión, agua caliente, coffee maker y secadora de pelo.
En el restaurante se ofrece comida a la carta, pizza y buffet para grupos.
Los turistas también pueden realizar diferentes actividades. Pueden pasear en caballo, realizar rafting y visitas a emprendedoras de la zona que brindan demostraciones sobre comida tradicional.
La oferta sigue atrayendo a los turistas. Las reservaciones para la próxima temporada alta, que inicia en las próximas semanas, mantienen el ritmo.
El restaurante también atrae a vecinos de la zona y los mismos turistas (“que lo averiguan todo”) lo prefieren antes que a otras opciones.
Al igual que Wendy, Sharon y Emmanuel, Lizbeth se enamoró del turismo.
“El turismo es maravilloso, precioso”, dice Lizbeth. “Es una forma de conocer que a todos los seres humanos nos hace diferente un idioma, la cultura y la apariencia física. Y que internamente somos esencia, sentimientos. Todos amamos, sentimos, lloramos, reímos. El turismo trae al país divisas. Es una oportunidad gigante”.