Cuando era niña, Raquel Echeverría prefería que le regalaran vestidos para las muñecas Barbies que ya tenía, para cambiarles la ropa, que tener más muñecas. Aquella fascinación con los cambios estéticos continuaron, de forma involuntaria a veces y luego, cada vez más, a pedido de alguien.
Mucho antes de estudiar en la universidad, un año arquitectura y luego comunicación, sus amigas le solicitaban ayuda para elegir ropa. Finalmente, dio un paso definitivo: empezó a leer libros, consiguió el apoyo de una reconocida mentora en Estados Unidos y llevó cursos de escuelas de Nueva York para certificarse como asesora de imagen de ejecutivos, empresarios y profesionales. “La apariencia afecta la proyección de marca personal”, sostiene Raquel.
Raquel es oriunda de Moravia. De niña le gustaba, además, pintar y combinar colores. Admiraba los dibujos y los bocetos de su hermano Juan Carlos, quien es ingeniero de sistemas. También le encantaban los dibujos a lápiz de Fernando Apestegui, exesposo de una tía suya, y las pinturas de su prima Marcia. El siguiente paso se dio naturalmente.
Raquel dibujaba las ilustraciones de los libros que les leía su mamá, Elsa. Además, tuvo estrabismo y dislexia, por lo que dibujar era parte de los ejercicios recomendados. El esfuerzo personal y familiar también fue parte del aprendizaje de aquellos años.
Elsa siempre tuvo claro que tanto Raquel como su hermana gemela Tatiana debían tener una educación que garantizara su futuro. Las matriculó en la Lincoln School desde preescolar. Hacía pasteles o queques y otras actividades que le generaban ingresos, además de tener su trabajo de traductora, primero, y luego en agencias de turismo, hoteles y finalmente en Sykes, donde se jubiló.
En Lincoln, Raquel siguió dibujando, incluso eligió arte y hasta se encargó de un proyecto en el que tenía que pintar un grupo de hadas, en el que obtuvo la ayuda de Marcia. Los domingos pasaba en su casa desde la mañana hasta el final de la tarde aprendiendo a delinear las figuras y a hacer mezclas de colores. Como todo, esa época quedó atrás.
Al graduarse de bachillerato, Raquel eligió arquitectura en la Universidad del Diseño. Parecía el paso natural. Si bien le gustaba la parte de diseño y mantenía su afinidad por la estética, otra situación eran las materias como física y matemática. Entonces decidió ingresar a comunicación en la Universidad de Costa Rica (UCR). Tuvo que hacer un rodeo.
Primero estudió generales en la Universidad Nacional Estatal a Distancia (UNED), al tiempo que realizaba prácticas para el examen de admisión de la UCR. Solo que en comunicación no habían cupos suficientes para ingresar y el corte era muy alto.
Ella había indicado como segunda carrera sociología, por lo que empezó a llevar materias en esta opción para obtener resultados que le permitieran ingresar a comunicación apalancada en la excelencia académica. “Me maté por un año”, recuerda Raquel.
—No entraste— le dijo Tatiana el día que dieron los resultados.
—¿No entré?
—Sí, sí entraste. Era una broma.
Raquel entró a comunicación. Ahí se especializó en publicidad y luego en relaciones públicas. Se graduó con honores. Pero no fue lo único que logró.
De niña y durante parte de su juventud, ella era introvertida. En las fiestas siempre andaba junto a su hermana Tatiana. Hasta que un día, a los quince años, decidió cambiar y empezó a participar en debates estudiantiles, en exposiciones y en otros proyectos. “Me empecé a forzar, a hacer todo lo que no me gustaba”, dice.
La universidad era otro campo lleno de retos para su personalidad. Los estudios en la UCR le ayudaron de varias formas. En muchas tareas de publicidad, por ejemplo, debía actuar en los ejercicios de anuncios. Tuvo que lidiar, también, con los trámites o con problemas que surgían (como una calificación mal registrada). El paso por la universidad también le dejó enseñanzas que fueron claves para su vida laboral.
En 2012 empezó a trabajar en la agencia de Comunicación Corporativa Ketchum (CCK) con Carmen Mayela Fallas. “Fue mi escuela”, asegura. Ahí tenía que ver con las empresas a las que se les daba asesoría en comunicación. Rápidamente surgió una opción con la que regresó a la Lincoln.
Justo cuando se iba a casar con Otto Kopper, un banquero de inversión, obtuvo una plaza en el colegio Lincoln como oficial de comunicaciones. Ahí también debió olvidarse de su antigua introversión para presidir eventos del colegio con los estudiantes y con sus familias. Además, trabajó en la definición de estrategias de imagen. Poco a poco se acercaba a realizar un paso que nunca habría imaginado.
Un día Otto le planteó porque no se dedicaba a la asesoría de imagen. En ese momento era un servicio desconocido en Costa Rica. Con las redes sociales apenas se empezaba a hablar de la marca personal a nivel profesional y ejecutivo.
“Aquí no hay”, le dijo Otto. “Pero en Estados Unidos, sí. Estudiaste relaciones públicas y publicidad, ves la imagen de las empresas y puedes hacer el match perfecto. Además, la gente te busca”. Así era.
Constantemente alguien la llamaba para preguntarle cómo vestirse para un evento o que le revisara el closet para actualizarlo. Ese era su charco.
“Creo que hay una cosa que es lo que le permite a uno ser feliz y es hacer un buen trabajo, algo que a uno le guste, en donde uno tenga las aptitudes para poder hacer un buen trabajo con pasión, con alegría y con energía”, dice Raquel.
Se puso a investigar, una tarea que ella misma dice le va muy bien. Encontraba libros en Amazon, los compraba y los leía. Llegó a estudiar unos cien libros sobre imagen personal, profesional, ejecutiva y corporativa.
Los devoraba, a lo que le ayudó que desde niña su madre le leía y Raquel siguió haciéndolo. No se quedó ahí.
Leyó un libro de un emprendedor que contaba que en su inicio dormía en un automóvil, comía pollo de bajo costo y se bañaba en un gimnasio porque no tenía dinero para pagar un apartamento. Hasta que logró el apoyo de un mentor. “Yo podría tener un mentor”, se dijo Raquel.
Por coincidencia vio la entrevista que le realizaron en un canal de Estados Unidos a Lauren Solomon, autora de Image Matters! First Steps on the Journey to Your Best Self. Entonces decidió que quería que Lauren fuera su mentora y le escribió.
Le escribió por varias redes sociales e incluso por medio del correo que encontró de Lauren en la Association of Image Consultants International (AICI), de la cual había sido presidenta. Nunca pensó que le respondería.
Un día Lauren buscó a Raquel por LinkedIn. “Ahora no puedo, pero hablemos en setiembre”, le dijo. Raquel estaba que no podía creerlo. Se pellizcaba. En setiembre, efectivamente, coordinan una reunión.
El día convenido Raquel estaba en su apartamento lista para comunicarse a través de Skype, que era la plataforma que más se usaba entonces. Pocos minutos antes de la hora definida, el servicio de Internet se cayó. Por supuesto, una oportunidad así no se deja perder.
Raquel corrió a una cafetería ubicada en el primer piso donde sí tenían servicio, entró y pidió un café y la clave. Desde ese momento, hace ocho años, Lauren se convirtió en su mentora, sin cobrar nada, convencida del interés de Raquel. Lauren le enseñó a efectuar un análisis de color y la orientaba con los clientes que Raquel empezaba a asesorar.
Raquel se emociona recordando esos momentos. También se emociona al hablar de su hijo pequeño, que hereda mucho de la hiperactividad de Raquel y de su padre (“Otto es más activo”, afirma y no le puedo ocultar mi incredulidad: no puedo imaginar cómo se puede ser más activo que Raquel). Después vino el segundo paso.
Se puso en contacto con Dominique Isbecque, quien en ese momento había fundado y dirigía la Image Resource Center en Nueva York. Dominique le dijo que, con lo que había leído y estudiado estaba lista para ir más allá del bootcamp que ofrecía en su escuela.
Dominique hizo una excepción y empezó a entrenar a Raquel a través de Internet. Incluso la apoyó cuando Raquel se certificó en el Studio for Image Professionals y del Fashion Institute of Technology, ambos de Nueva York.
En 2015, Raquel funda Image by Raquel. Todavía trabajaba en Lincoln School y sus asesorías las daba en el tiempo libre. Le informó a su jefe, el director general del colegio en ese momento, por transparencia. Él le advirtió que, con su nueva empresa, ella no iba a durar mucho en el colegio. Así fue.
Al mes ya estaba con agenda llena y una cantidad de clientes que no daba abasto. “Te lo dije”, le recordó el director del Lincoln School. Renunció. A partir de ese momento Raquel se dedica de lleno a su empresa. Ya no podía echarse atrás.
Cuando Raquel recibe un cliente por primera vez realiza un diagnóstico que incluye un análisis del color, en el cual identifica los tonos que debe utilizar en su vestimenta, en los accesorios (marco de anteojos y joyería) y en el maquillaje, en el caso de las mujeres. También se analiza su clóset, se le acompaña en la adquisición del vestuario y donde el estilista. Hay un fundamento para el análisis y las recomendaciones.
La estética influye en el estado emocional y psicológico. De cómo nos ven los demás y cómo nos vemos, con toda la carga de prejuicios y estereotipos, depende cómo nos proyectamos para una venta o un contrato, ante el equipo de trabajo del que somos líderes, ante los jefes o accionistas de una empresa o ante un auditorio en una conferencia o la presentación de un informe.
Una persona puede verse cansada o descansada. Dependiendo de cuál sea el mensaje que su rostro transmita así la verán y la juzgarán en el trabajo o en cualquier otro espacio. Los detalles de la presentación personal cuentan pese a que crecimos con la idea de que es el contenido el que debe ser valorado. Una mala presentación no facilita que otras personas atiendan al contenido.
El cambio de un marco de anteojo puede ayudar a que una persona se vea actualizada frente a un equipo más joven del cual es líder. Pero hay que saber escogerlo, pues si se elige un estilo muy de moda o fashion podría generar otro efecto.
“Brindo un menú a la carta”, dice ella. Pero recalca la clave de todo: “En los primeros siete segundos que uno ve a alguien se toman once decisiones sobre esa persona sobre su liderazgo, nivel educativo, competitividad, sofisticación, antecedentes (políticos, étnicos, religiosos) y luego el cerebro busca corroborarlo y rechazará los datos en sentido contrario”.
La estética es uno de los pilares de este proceso. Los otros dos son lo qué decimos y cómo nos comportamos. El cambio, eso sí, debe darse en forma natural, pues las demás personas se dan cuenta cuando es impostado.
Raquel cuenta que hay personas con nivel ejecutivo o profesional que no logran un ascenso o que un auditorio atienda a su conferencia por un problema de estilo, de proyección o de presentación personal. Se hace el cambio y ellas mismas se asombran de cómo siguen siendo las mismas, pero ahora sus jefes le ponen más atención y reconocen sus resultados.
La asesoría también se enfoca en entregar las herramientas, incluyendo una aplicación móvil de un closet digital, que le permita a la persona seguir por sí misma. “Somos muy visuales”, recuerda Raquel. “Mi objetivo no es que se obsesionen con la imagen, sino que los clientes sean prácticos. Que sepan manejar estratégicamente la imagen. Que no les consuma demasiado tiempo”.
Cuando Raquel empezó a brindar sus servicios en el mercado local prácticamente solo Luigina Campos se dedicaba a las asesorías de imagen. La oferta se amplió, así como la demanda y el conocimiento de las personas sobre la importancia de la imagen también crecieron incluso en contextos de equipos de trabajo —como en las firmas multinacionales— donde el código de vestimenta es más flexible.
La misión actual de Raquel, y para el futuro inmediato, es dar a conocer lo que hace. Pero, en especial, cómo puede ayudar a las personas en sus carreras profesionales, laborales y empresariales. No tiene otro objetivo en la mira, pues insiste que la apariencia puede generarle credibilidad a alguien o desacreditarle ante otras personas. No llegó a ese convencimiento de un día para otro.
Raquel acepta que todo su recorrido, incluyendo el año que estudió sociología, le ayudaron a contar con la capacidad y las herramientas para brindar sus servicios, desde el análisis hasta la filosofía de cómo cada persona debe seguir su propio proceso.
“Somos un remolino de todo”, responde. Recuerda, entonces, cuando jugaba con las Barbies, como las vestía, las cambiaba, las volvía a vestir y les combinaba los pantalones con otra prenda, las peinaba y les cortaba el cabello o se los pintaba. “¿Qué está haciendo con las Barbies”, le decían.
Un día su padrino, Mauricio Esquivel, le regaló una pintura que le trajo de México. Raquel la gastó diseñando los vestidos a la Barbie, con el inconveniente de que en Costa Rica no conseguía. “Siempre he tenido ese chip”, dice Raquel.