¿Por qué no afirmar, como lo hizo el maestro Francisco Amighetti —otro costarricense admirable—, que “el arte es una forma de salvarse y de salvar al mundo... aunque sea pasajeramente”? Una verdad que compruebo cada vez que camino por la capital y veo a tantas personas disfrutando de las esculturas de Jiménez Deredia, tomándose fotos al lado de ellas, salvándose —cada quien sabrá de qué— aunque sea pasajeramente.
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Existen herramientas para medir el retorno social sobre la inversión de un evento artístico y hacerlo replicable.