Puede que no nos guste la idea de un simulacro financiero pues vivimos en un país en el que los problemas se solucionan solos, estamos acostumbrados a los milagros, nadie cree ya en políticos y economistas que nos advierten “¡viene el lobo!”, el dinero florece en los árboles y somos como los gatos: siempre caemos bien parados.