En el centro de San José, bullicioso como siempre, no puede faltar uno de sus sonidos más característicos: el de los vendedores ambulantes. Sin embargo, aquí en los bajos de Radio Monumental, los vendedores ofrecen algo que en 2023 sonará lejano, pero que en octubre de 1980 es perfectamente normal.
“¡Dólares, dólares, dólares!”, se abren paso los gritos. “¡Compro dólares, vendo dólares!”, entonan con el volumen suficiente para llamar la atención de cada transeúnte.
Como si fueran chanceros, algunos están recostados en el edificio de Monumental con unas mesitas al frente en las que negocian las divisas. Otros, en cambio, deambulan por la calle mientras anuncian: “¡Dólares, dólares!” y en sus mochilas y mariconeras guardan los billetes.
Para muchos costarricenses de la época, pasar por esa esquina es lo más cerca que pueden estar de ver aquellos papeles verdes. No solo por lo inhabitual que es para el público en general transar en dólares, sino porque a partir de ese momento y por lo menos por un par de años más, la escasez de divisas se convertirá en regla.
Diagonal a estos pregoneros del dólar está el Banco Central de Costa Rica. Todavía no tiene el Monumento a los Presentes; para eso faltan nueve años. Dentro de este edificio, en la sección de Transacciones Internacionales, hay una fila de unas sesenta personas estrujadas en una sala que no está habituada a esa afluencia. Son empresarios; la mayoría exportadores e importadores. Allí enfilados, esperan su turno. Antes debieron pasar por una pizarra para corroborar que el nombre de las empresas que representan aparecía en la lista del Gobierno y así descubrir cuántas divisas les estaba permitido comprar o vender.
Poco menos de un mes atrás, Rodrigo Carazo Odio, presidente de la República entre 1978 y 1982, anunció una serie de medidas restrictivas para estos empresarios, en especial para los importadores. Desde el 26 de septiembre de ese año, 1980, el 50% de las divisas que necesitara el comercio exterior se comprarían y venderían al tipo de cambio oficial y fijo de ¢8,60. La mitad restante tendría que negociarse en el mercado libre, donde el dólar cuesta alrededor de ¢4 más (por ahora). El Central también anunció que dejaría de vender divisas al tipo fijo por viajes al extranjero.
Estás modificaciones vinieron a sumar incertidumbre a la conocida “presa de divisas” que se tenía desde meses atrás, en la que la espera por obtener dólares se empezaba a hacer cada vez más grande.
“Es un desastre”, dice Rafael Bolaños, uno de los tantos empresarios que hacen fila. Sus palabras aparecen en la edición del 28 de octubre de 1980 del periódico La Nación, bajo un artículo titulado En enero habrá despidos de personal, dice el comercio.
Los empresarios allí reunidos presienten que algo anda mal. Lo que todavía no saben es que esas divisas por las que hacen fila serán de las últimas que podrán comprar a ¢8,60. Lo que vendrá a continuación será la tormenta cambiaria más fuerte de la historia del país, un tifón que es al mismo tiempo causa y consecuencia de la profunda crisis económica en la que está por sumirse el país y que tendrá entre sus secuelas la peor devaluación de la moneda nacional: en menos de dos años, el dólar costará ¢60 y la relación del costarricense con el precio de la divisa cambiará para siempre.
Una época turbulenta
La primera mitad de la década de los ochenta fue un periodo de alta ebullición política y económica. Los costarricenses que en los últimos veinte años disfrutaron de una época de relativa prosperidad —gestionada en gran medida por el Estado— empezaron a sufrir las consecuencias de un modelo socioeconómico que estaba por agotarse.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, el Estado asumió una fuerte postura de proveedor de bienestar con un extenso aparato de más de 300 instituciones que velaban por el crecimiento, seguridad y educación del país.
“El modelo que se creó a través de esos años en los ochenta empezó a hacer aguas porque no era sostenible”, explica el sociólogo José Carlos Chinchilla.
El costo de mantener todas las garantías que daba el sector público y un porcentaje de crecimiento alto resultaba imposible para un Estado que se caracterizó por ser conciliador. En lugar de recortar gastos y aumentar impuestos, los gobiernos que incubaron esta crisis acudieron a un fuerte endeudamiento externo en dólares que para la década de los ochenta se hizo impagable.
Esto derivó —entre 1980 y 1982— en una grave crisis fiscal acompañada de una inflación de hasta el 100%, el impago de la deuda, problemas en la balanza de pagos, la devaluación del colón y la caída generalizada en la calidad de vida de la población.
La sociedad experimentó un alto descontento hacia las autoridades del momento. Después de una época de bonanza, de repente la gente tuvo que hacer filas en el Centro Nacional de Producción para obtener ciertos productos básicos de los cuales no había garantía de abastecimiento. “El costarricense entró en una dinámica que nunca había vivido”, dice Chinchilla.
Además, el clima político era denso. Centroamérica estaba en plena ebullición y sufriendo guerras civiles con los sandinistas en Nicaragua y el Frente Farabundo Martí en El Salvador. La guerra fría seguía tensando el mundo y para Estados Unidos era de interés que Costa Rica no siguiera las tendencias revolucionarias de sus vecinos.
“Eso generó en Costa Rica una gran polarización política e ideológica”, recuerda Eduardo Ulibarri, quién durante esos años fungió como subdirector y luego director del periódico La Nación.
A nivel local, los ataques personales y políticos contra el presidente Carazo crecieron al mismo ritmo que el descontento y deterioro social. “Era un clima como para desinstitucionalizar el país”, dice Chinchilla. La democracia, sin embargo, prevaleció ante la crisis.
Una relación distante con el dólar
El precio del dólar estuvo en el ojo de la tormenta durante esos años de deterioro. Para finales de 1979 y principios de 1980, el costarricense tenía una relación bastante tibia con el dólar. Para entonces era una rareza que el público general contara con una cuenta de ahorros o préstamos en la divisa, pero no estaban prohibidos.
A pesar de esta lejanía en el inconsciente colectivo costarricense, el precio del dólar siempre fue un indicador importante que influía dentro de la inflación y estabilidad fiscal del país.
Los exportadores e importadores eran quienes sí tenían un contacto directo con el dólar, sin embargo, al tener un precio constante, no era una preocupación diaria en sus mentes.
Para ese entonces, Costa Rica tenía un modelo de tipo de cambio fijo que establecía el Banco Central. Este podía cambiar cada cierto tiempo, según el ente emisor viera necesario, pero no se trataba de una fluctuación constante. Por ejemplo, desde 1954 hasta 1960, el tipo de cambio oficial fue de ¢5,60, luego en 1961 subió a ¢6,62 y en 1974 a ¢8,60; en ese nivel se mantuvo hasta que vino la crisis.
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“Siempre fue un tema nacional cada vez que el precio del dólar cambiaba porque tenía efecto en las importaciones. Cada cambio era algo traumático, pero antes había una expectativa de que el tipo de cambio se iba a mantener”, recuerda Eduardo Lizano, economista que presidió el Banco Central entre setiembre de 1984 y mayo de 1990, y luego de mayo de 1998 a noviembre del 2002.
“Todo el modelo del Banco Central giraba en cómo mantener esa estabilidad en el tipo de cambio”, explica Fernando Naranjo, presidente de Cefsa y Ministro de Hacienda entre 1986 y 1990.
Para defender ese precio, la institución acudió a un fuerte endeudamiento externo, pero conforme la economía local e internacional se fue agravando, no tuvo las suficientes reservas de divisas para mantener el dólar estable.
En ese entonces no había una fuente diversificada de dólares como se tiene hoy en día con la inversión extranjera directa de transnacionales y el turismo, las divisas entraban casi que exclusivamente por exportaciones agrícolas. Cuando estas decayeron a inicios de los ochenta y los términos de intercambio se deterioraron con el aumento de la factura importadora, las reservas internacionales del país (los dólares que acumulaba en sus arcas) decayeron hasta el punto en el que fueron incapaces de defender la estabilidad de los precios. Básicamente, un problema de mucha demanda y poca oferta.
La idea de un tipo de cambio fijo no podría volver y esa relación lejana de la sociedad con el dólar se cambió por una donde la constante era la incertidumbre.
“La gente solo sabía que la dirección era para arriba, pero no sabía ni cuánto ni cuándo iba a subir”, dice Lizano.
Un tipo de cambio que cambia
Ante la escasez de divisas que había dejado el aumento del precio de las importaciones y la caída de las exportaciones, el Central empezó a restringir cada vez más la moneda estadounidense. A finales de diciembre de 1980, Carazo anunció 63 medidas para atender la crisis del país, la cual por fin aceptó que no sería pasajera.
Entre esas acciones estaba el abandono de un tipo de cambio fijo por uno fluctuante. Ahora, todos los costarricenses, incluidos los exportadores e importadores, debían adquirir los dólares a precios del mercado libre, donde las fuerzas de oferta y demanda determinarían la cotización del dólar.
En ese entonces el mercado libre estaba compuesto por la Bolsa Nacional de Valores y distintas casas de cambio que operaban en el país.
El problema es que —como suele sucederle a los países en crisis— el mercado jaló fuertemente hacia la devaluación de la moneda nacional. Para ese entonces ya el tipo de cambio libre había subido casi un 50% desde setiembre; 12 meses después, a finales de 1981, el dólar costaría alrededor ¢38 en el mercado libre.
La escasez, sin embargo, continuó, y en marzo del 81 el Banco Central obligó a todos los exportadores a liquidar el 100% de las divisas que obtuvieran por vender sus productos fuera de Costa Rica en un plazo máximo de 15 días después de adquirirlas. Empero, las ventas se harían a un tipo de cambio establecido por el Central, el cual solía ser menor al que había en el mercado libre.
Esto, por supuesto, no cayó bien en los exportadores: no solo tenían que vender sus divisas a un precio menor, sino que si necesitaban comprar dólares para importar insumos o pagar deudas, debían hacerlo en un mercado libre que era más costoso en lugar de usar los dólares que ya se ganaban por exportaciones. Además, este decreto venía a romper con la fluctuación del tipo de cambio que apenas tres meses atrás había sido anunciada por el Gobierno.
Este fue un periodo dónde cada tantos meses aparecía una nueva modificación alrededor del tratamiento del dólar. “Las medidas cambiarias tomadas de diciembre de 1980 a julio de 1981 son tan numerosas y contradictorias, que es difícil determinar el alcance de cada una de ellas y la medida en que modifican las anteriores”, se escribió en una publicación de La Academia de Centroamérica de 1983 titulada Costa Rica: una economía en crisis, escrita por Víctor Hugo Céspedes, Claudio González, Ronulfo Jiménez y Eduardo Lizano.
Aunque nunca se prohibió la tenencia de dólares, obtenerlos se hizo cada vez más engorroso. Ante la escasez, las listas de espera —ya de meses— se alargaron y se establecieron límites a la cantidad de divisas que cada persona podía comprar según los días que iba a estar fuera del país, en caso de viajes, recuerda Naranjo.
El mercado negro —como solía llamarse a los vendedores ambulantes de divisas en los bajos de la antigua Radio Monumental, sobre la calle 2, donde interseca con la Avenida Central— adquirió un mayor protagonismo entre quienes necesitaban dólares y no podían darse el lujo de esperar por los trámites oficiales.
“En ese momento hubo una psicosis muy complicada, dólar que caía no se vendía, se guardaba en el colchón”, dice Naranjo.
La falta de dólares en el mercado inyectó un alto nivel de incertidumbre en los empresarios que no sabían si habría disponibilidad suficiente para mantener a flote las operaciones.
“En el caso de La Nación eso afectó muchísimo. El papel y la tinta se importaban, entonces eso hacía muy delicada la administración de esos insumos porque no había ninguna certeza de que existieran los dólares disponibles para su adquisición”, recuerda Ulibarri.
Los efectos del aumento del dólar empezaron a manifestarse más agresivamente en los precios internos. En agosto de 1982 el país llegó a tener una inflación del 102%. Para ese mismo mes, el dólar se transaba hasta en ¢60. Además, convivían cuatro tipos de cambio diferentes al mismo tiempo, tres fluctuantes y uno fijo:
- El oficial, fijado en ¢20 al cual podían acceder una cantidad sumamente limitada de productos y el Gobierno
- El interbancario, dónde los exportadores debían liquidar un 90% de sus divisas y que financiaba las importaciones y el servicio de la deuda
- El libre del Banco Central, el cual utilizaban los bancos comerciales (para entonces todos públicos) para captar del público
- El del mercado libre, donde accedía el resto de la economía, principalmente por turismo y movimientos de capitales
En un momento, el Banco Central le prohibió a la Bolsa Nacional de Valores (BNV) y a las casas de cambio la compra y venta de dólares para asumir ellos, junto a la banca comercial, el monopolio de las divisas.
Mario Vega, que para entonces era contador en la Bolsa, recuerda que el intercambio de dólares representaba alrededor de un 90% de lo que se transaba allí. “Diay, sí, vine a trabajar solo cuatro meses”, pensó en ese momento crítico para la institución en el que se hablaba hasta de un posible cierre. Al final, terminó trabajando 42 años en la BNV.
Costa Rica cerró el año 1982 con una contracción del 7,3% en el Producto Interno Bruto (PIB). Entre el 80, 81 y 82 el tipo de cambio del mercado libre aumentó un 61%, 186% y 2,86% por año, respectivamente. El tipo de cambio interbancario, por su parte, lo hizo en un 67%, 172% y en un 11%. Estos dos tipos de cambio fueron los que más se utilizaron, según un informe del Fondo Monetario Internacional de agosto de 1982. Estas fluctuaciones hacen que la que se vivió entre 2022 y 2023 se vea chica: cuando el dólar pasó de ¢700 a ¢540 (alrededor de -22%).
El dólar no se estabilizó alrededor de los ¢40 hasta finales de 1983 y principios de 1984, cuando, a pesar de que las finanzas del país seguían delicadas, la crisis ya había detenido una parte importante de su sangrado.
La obsesión del dólar
Las consecuencias de la crisis de los ochenta son diversas y profundas. Todavía se habla que las heridas que dejó en desigualdad social y educación siguen presentes sobre la piel que viste al país en 2023.
En materia cambiaria, sus efectos también fueron imborrables. Para Naranjo, la tormenta del tipo de cambio de esos años transformó cómo el costarricense empezó a ver el dólar.
La moneda estadounidense ya no sería más un indicador que el público repasaba a la distancia. La misma cobertura periodística que se le daba cambió a partir de los ochenta con la aparición de la cotización del dólar dentro de las páginas del periódico.
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“El tipo de cambio se volvió un elemento indispensable de la agenda, las noticias económicas adquirieron una mayor relevancia y la complejidad de esa cobertura aumentó”, cuenta Ulibarri.
Esa atención se mantiene hasta hoy en día; qué pasa con el dólar suele estar entre los temas más leídos en los medios nacionales. Además, las fuertes fluctuaciones —como las que se tuvieron entre el 2022 y 2023— son reclamos habituales dentro de un público costarricense cada vez más dolarizado.
La crisis cambiaria influyó en los patrones de ahorro de las personas y las empresas. Mantener reservas en dólares se convirtió en una costumbre entre quienes prefieren proteger sus fondos de la devaluación de la moneda nacional.
Tal vez ya no se escuchan las voces de “¡dólares, dólares!” en lo que era el antiguo edificio de Monumental, pero la obsesión por la divisa quedó tatuada en el inconsciente colectivo del costarricense. La práctica de dólar que cae, dólar que se guarda, se instauró a partir de esa década. “Como dice un amigo: un dólar siempre va a valer un dólar; un colón, no sabemos”, dice Naranjo.