Hoy, el BAC Credomatic es el banco privado más grande del país y el único que, a nivel de activos, es capaz de codearse con el dragón de tres cabezas que es la banca pública. Hace casi 19 años, 20 horas estuvieron a punto de cambiar eso y redefinir, probablemente sin vuelta atrás, el paisaje del sistema financiero costarricense.
Todo inició en la tarde del lunes 9 de agosto del 2004, cuando las centrales telefónicas del BAC empezaron a recibir unas llamadas muy particulares. Se trataban de clientes que preguntaban por una supuesta intervención que haría la Superintendencia General de Entidades Financieras (Sugef).
En Costa Rica una intervención bancaria es, prácticamente, un sinónimo de quiebra: ningún banco ha pasado por una sin morir en el proceso. Además, la coyuntura no ayudaba: el cierre del Banco Anglo estaba a escasos días de cumplir diez años y tan solo dos meses atrás había sido intervenido el Banco Elca, el cual caería en las próximas dos semanas.
Naturalmente, el ambiente no era el propicio para pronunciar la palabra “intervención” cuando ella, en medio de un aire pesimista, resonaba con especial densidad.
Aún así, a la altura de ese lunes 9 de agosto, todavía era apenas un rumor dentro de un círculo pequeño que se traducía en escasas llamadas a la central del BAC. No obstante, si algo se aprendió sobre este episodio es que el más leve rumor tiene terreno fértil para crecer en un sistema financiero dónde hasta los bancos públicos han sido capaces de sucumbir y la confianza en las entidades no es particularmente alta.
Esas llamadas vespertinas fueron las primeras señales de las siguientes 20 horas más dramáticas en la historia del BAC, con una jornada de trabajo que empezaría a las 7:30 a. m, como siempre, pero que no terminaría hasta las tres de la madrugada del siguiente miércoles, cuando al último cliente se le entregó su dinero.
Horario de atención: 7:30 a. m. a 3:00 a. m.
Para la mañana del martes 10 de agosto las llamadas continuaron acumulándose —ya habían atendido alrededor de 50— y las primeras luces de emergencia empezaron a parpadear con más fuerza: ya se les había informado a los gerentes sobre las consultas con el fin de monitorear el tema.
Al mediodía de ese mismo martes, Carlos Pellas Chamorro, el entonces presidente del grupo Red Financiera BAC, se comunicó con Gerardo Corrales, gerente general del BAC en Costa Rica en ese entonces. “Me dijo que las autoridades de supervisión debían salir ya a la prensa a desmentir el rumor y que debíamos dar la cara”, le contó Corrales a El Financiero en su edición correspondiente de agosto del 2004.
Temprano esa tarde, Corrales llamó a Óscar Rodríguez, entonces superintendente de Entidades Financieras. Rodríguez apenas había asumido funciones en Sugef ese mismo 2004 y en menos de ocho meses ya había tenido que lidiar con la crisis de los fondos de inversión y la intervención del Banco Elca.
Aún así, el economista consideró los eventos de ese 10 de agosto del 2004 como los “más delicados” de su primer año como supervisor. “Si alguien hubiera diseñado una prueba de fuego para el nuevo Superintendente, probablemente se hubiera parecido mucho a lo que aconteció en 2004″, escribió Rodríguez en un ensayo para la Academia de Centroamérica titulado Supervisión Bancaria en Costa Rica: un camino difícil, en 2012.
El superintendente le desmintió a Corrales los rumores de la supuesta intervención por parte de la Sugef.
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Para las tres de la tarde, el BAC, aconsejado por su firma de relaciones públicas y por diversos directores de medios nacionales, según recuerda Corrales en el Estudio anual del 2004 de la Academia Centroamérica, decide no salir a desmentir los rumores para prevenir un efecto búmeran.
“Si se salía a mencionar que no había tal intervención, el público podría haber interpretado que realmente sí la iba a haber y eso más bien precipitaría la corrida”, escribió Corrales.
Sin embargo, estaban a tan solo dos horas del caos. Entre las 3:00 p. m. y las 5:00 p. m., las llamadas se intensificaron de la mano de un mensaje incendiario que ya había cogido demasiada carrerilla entre los celulares y los bípers del público como para frenarse: “BAC San José va a ser intervenido a las cuatro de la tarde, saque su dinero de ese banco”.
5:00 p. m., caos
Para las 5:00 p. m., el incendio ya había llegado a las sucursales del BAC, donde un mar de gente de manera desesperada buscaba retirar sus depósitos de las cuentas. Estaba sucediendo lo que se conoce como una corrida bancaria: cuando los clientes, ante el pánico por el posible cierre de la entidad, retiran masivamente su dinero, desangrando los bancos, incluso, hasta su quiebra.
“Me preocupé y de mi parte no dejé nada (en la cuenta)”, le dijo Freddy Guerrero, cliente del BAC, a un reportero del diario Al Día en la edición del siguiente miércoles 11 de agosto. Freddy no fue el único: según recopiló la publicación del jueves 12 de agosto de La Nación, los ahorrantes, la mayoría pequeños, retiraron hasta $9 millones entre el martes y el miércoles.
Además, no solo se trataba de depósitos en sucursales, sino que los clientes también hicieron depósitos de cheques del BAC en otros bancos del sistema, los cuales se cobraron por medio de la cámara de compensación, deduciendo los saldos de encaje del BAC en el Banco Central al día siguiente. Esto provocó que la entidad tuviera problemas de desencaje.
Carlos Fernández, quien para entonces era el gerente del Banco de Costa Rica (BCR), recuerda ver cómo cuentas corrientes del BCR se agrandaban con los recursos que las personas sacaban del BAC y movilizaban hacia una banca pública que contaba con la garantía del Estado en caso de quiebra, a diferencia de las entidades privadas (en ese momento no existía el Fondo de Garantía de Depósitos).
La locura fue tal que incluso un desafortunado cliente fue asaltado y herido de bala cerca del Parque La Sabana luego de retirar $10.000 en efectivo. “... por salvar la plata la gente estaba arriesgando la vida”, dijo Walter Navarro, director general de la Fuerza Pública a los medios de comunicación de entonces.
Para las 5:30 p. m., el banco puso en marcha su plan de contingencia y armó un comité de crisis que se dividió en dos tareas principales. Una de ellas fue informar a los medios de comunicación sobre qué estaba ocurriendo al mismo tiempo que se contactaban a las autoridades financieras del momento para ayudarles a desmentir el rumor.
“En tales circunstancias, ¿qué acciones, si alguna, puede tomar el superintendente?”, se preguntó entonces Rodríguez, según dejó escrito en el ensayo de La Academia. “¿Convenía hacer una aclaración pública sobre un rumor que todavía era aislado? ¿Si se decidiera hacer una aclaración pública, qué decir? ¿Qué pasaría si se hiciera una aclaración pública ante los primeros rumores y un tiempo después se presentara un caso similar en una entidad menos fuerte? ¿Podría la Sugef decir lo mismo? Si no dijera lo mismo, ¿cómo lo interpretaría el mercado?”
Esa noche el superintendente recibió más llamadas por parte de otros gerentes generales de bancos y, además, una solicitud por parte del BAC para aparecer en la edición de las diez de la noche de las noticias televisivas para aclarar que los rumores de intervención y quiebra inminente eran falsos y que el banco estaba sano.
“Se preguntó (al BAC) si el resto del grupo financiero estaba tan sano como el banco local y la respuesta fue un categórico sí. En ese momento había que tomar una decisión sin poder consultar al personal de la Sugef”, escribió Rodríguez. Esa noche el superintendente apareció en la edición nocturna de los noticieros para desmentir los rumores de la intervención.
“Esto, tengo que admitirlo, causó un efecto tranquilizador; sin embargo, la gente no se fue de las sucursales, sino que siguió retirando dinero”, escribió Corrales.
Esa, precisamente, era la segunda tarea del comité: abastecer las sucursales de tal modo que hubiera suficiente dinero como para hacerle frente a los retiros masivos.
A conseguir recursos
El BAC tenía encima un enorme reto tanto logístico como financiero: hacer llegar grandes masas de efectivo, sin planificación previa, en el menor tiempo posible y de manera segura a las sucursales y cajeros automáticos.
La jornada de ese martes no terminó sino hasta las 3 de la madrugada del miércoles 11 de agosto, debido a la decisión de no cerrar las puertas de las sucursales con el fin de enviar un mensaje de confianza al público. El último retiro de esas movidas 20 horas se dio a las 3:00 a. m. con la promesa de que en la mañana siguiente, a partir de las siete, estarían abiertas nuevamente las puertas.
Había, eso sí, un gran problema: la mayoría del efectivo se había acabado y el Banco Central de Costa Rica, el cual estaba dispuesto a colaborar con el BAC, no podía abrir sus bóvedas hasta las 8:30 a. m.
“Esto obviamente no complicó la operación, pero por fortuna logramos que diversos colegas de los bancos del Estado, incluyendo el Banco Popular, nos pudieran vender remesas de efectivo en colones y dólares para seguir alimentando sucursales y cajeros automáticos”, escribió Corrales.
El BCR, recuerda Fernández, fue una de las entidades que le prestó recursos al BAC. “Si no me falla la memoria, fueron como $10 millones y ¢20.000 millones en aquel entonces”. Para aprobar las transferencias rápidamente en el BCR se activó un comité de crédito de emergencia que, según Fernández, le pidió al BAC como garantía parte de su cartera de préstamos.
Durante el transcurso de ese miércoles 12 de agosto, el flujo de personas buscando retirar sus depósitos ya se había tranquilizado y, para las 3:00 p. m., ya se contaba con un flujo neto positivo tanto en dólares como colones.
Para ese entonces el presidente del Banco Central y el Ministro de Hacienda ya habían comparecido ante los medios a favor del BAC, hecho que ayudó a tranquilizar las aguas. Para las seis de la tarde, el asunto estaba prácticamente zanjado con una aparición pública del presidente de la República, Abel Pacheco, que ratificaba el estado del BAC como un banco sano.
¿De dónde vino el rumor?
En su momento, las autoridades del BAC encontraron un elemento en común que tenían las llamadas de ese lunes y martes sobre la posible quiebra e intervención del banco: se trataban, principalmente, de trabajadores del sector salud de la zona del Barreal de Heredia.
“¿Por qué médicos? Mes y medio antes el Banco Elca había sido intervenido; éste era un banco que manejaba las cuentas de los médicos en el Hospital CIMA, por lo que en ese gremio ya estaban enterados de que, cuando un banco es intervenido, lo primero que se hace es congelar los ahorros. De manera que quien sea que haya hecho esto, no lo hizo aleatoriamente, sabía que ahí había terreno fértil para generar histeria y también esparcir el rumor rápidamente. No es sorprendente que en poco tiempo la situación se hiciera inmanejable”, escribió Corrales.
Las causas de la supuesta intervención variaban dependiendo de la información que le haya llegado a cada cliente, probablemente ensuciada por un efecto de teléfono chocho que viene asido al pánico bancario. Entre algunos de los rumores que en 2004 recopiló Al Día estaban supuestos ligámenes al narcotráfico, embargo de cuentas a clientes, problemas con las cuentas del banco offshore, problemas con Credomatic, donaciones a políticos o falta de pago de impuestos.
La defensa que usó el BAC durante ese periodo fue siempre abrir sus números, los cuales estaban “sanos” y respaldados por la Sugef.
En su ensayo, Rodríguez recuerda el episodio del BAC como un aviso de la fragilidad del sistema financiero costarricense ,donde hasta “uno de los bancos más rentables y mejor capitalizados” de su época, fue desestabilizado por la simple fuerza de un rumor colocado en un momento de incertidumbre. “No se había caído nada porque no había temblado… no porque el edificio fuera sólido”, escribió el superintendente.