Cuando escuchamos la palabra conflicto, rara vez se relaciona con algo positivo. Sin embargo, si el manejo es el adecuado, este tipo de situaciones pueden ser una fuente de nuevas formas de pensar y trabajar.
El conflicto tiene su origen en nuestras creencias y juicios de valor. Una creencia es un conjunto de ideas que consideramos verdaderas –no necesariamente de naturaleza racional– y que expresan una visión positiva o negativa acerca de algo o alguien. Las creencias actúan como filtros mediante los cuales entendemos lo que nos rodea. A partir de ellas, entonces, hacemos juicios; es decir, creemos algo desde nuestro punto de vista personal, el cual, a su vez, está influenciado por nuestros valores.
Hasta ahí todo parece muy claro. La complejidad surge cuando tratamos nuestros juicios y creencias como hechos y verdades para todos, y adoptamos posturas inflexibles, sin tomar en cuenta que cada quien tiene su propio conjunto de creencias y juicios.
Así, el conflicto se desarrolla cuando hay desacuerdo acerca de la forma de actuar o proceder ante algo y se llega a una conclusión que no es satisfactoria para quienes están involucrados. Si bien es cierto que es muy difícil que todos concuerden –especialmente en una empresa–, esto no quiere decir que debamos evadir el conflicto.
¿Qué pasa cuándo evitamos el conflicto?
Al evitar un conflicto, nos privamos de la oportunidad de generar discusiones enriquecedoras y escuchar distintos puntos de vista
Al hacerlo, se engendra una “armonía artificial”, pues, detrás de lo que no se dice, hay muchas cosas que la gente está pensando y, cuando salen a la luz, atentan contra todo el equipo. Entonces, irónicamente, se logra el efecto contrario.
A diferencia de lo que se suele creer, la evasión del conflicto va en contra de la eficiencia, pues, al haber algo aún no resuelto, los temas reaparecen.
Concebir el conflicto únicamente como una forma de ganar o perder demuestra un manejo inadecuado de la situación. Asimismo, a veces no se da pie al conflicto porque se busca que todos asuman una sola postura –la de quien la propone– de manera inflexible, lo cual genera aún más roces.
Es necesario escuchar (con verdadera intención y no pensando en la respuesta), actuar con humildad y manejar las emociones. Se debe definir en qué sí se puede ceder, responder y no reaccionar, lo cual implica no dejarse llevar solo por los propios intereses y emociones, sino buscando el bien común.
Cada uno tiene su verdad; no hay una sola.
Recuerde que, independientemente de si el problema se soluciona, la relación con quien usted tiene el conflicto probablemente continuará y es importante mantenerla.