Uno de los temas de mayor actualidad e importancia en el mundo gerencial es el del talento humano. Las grandes empresas invierten hoy enormes recursos en la identificación, reclutamiento, retención, capacitación y promoción del talento clave. Se habla con frecuencia de guerra de talento, se organizan ferias, se dictan conferencias sobre talento humano y se publican libros y artículos.
Está claro: nos hemos obsesionado con el talento. Y si bien este vuelco a lo humano es claramente positivo, como toda obsesión, existe un lado oscuro que es importante identificar y neutralizar.
Ese lado oscuro tiene que ver con lo que entendemos por talento. Para la mayoría de las personas, el talento es algo que se tiene, un rasgo usualmente innato, una habilidad manifiesta al servicio de una tarea u organización. Nos encanta escuchar historias de gente talentosa. Pensamos que es gente afortunada a las que les ha sido dado algo que pueden explotar mucho mejor que el resto de sus pares. Y, por supuesto, asumimos que el éxito depende, en buena medida, de esa cualidad.
Ahora bien, el talento es apenas una de las caras de la moneda. Del otro lado está el esfuerzo. El problema está en que nuestra obsesión por el talento, entendido como esa serie de habilidades que se tienen, impide que apreciemos el valor del esfuerzo como un predictor del éxito. Y el esfuerzo, tal como lo demuestran los estudios realizados por Angela Duckworth, psicóloga de la Universidad de Pennsylvania y sus colegas, ha resultado ser mejor para determinar el éxito que el talento en casi todas las disciplinas humanas, desde los deportes, pasando por las artes, hasta la gerencia.
Si el esfuerzo es mejor predictor del éxito que el talento, nuestra obsesión con este último puede convertirse en un problema. Chia-Jung Tsay, Psicóloga de Harvard y actualmente en UCL School of Management, ha demostrado que aún cuando ejecutivos y gerentes afirman entender el valor del esfuerzo, al momento de escoger un candidato o apostar por un emprendimiento, se inclinarán siempre por aquél cuyas habilidades se juzguen más naturales e innatas que por la persona esforzada. Tsay llama a esto “sesgo de naturalidad” y, afirma, nos impide valorar los resultados producto del esfuerzo sostenido.
Lo anterior no quiere decir que el talento no sea importante y que no debamos ponerle atención. Significa, más bien, que debemos revisar nuestro concepto de talento en las organizaciones. Si queremos tener éxito, busquemos personas que más que habilidosas, sean disciplinadas y comprometidas. Quizá sus historias no sean tan llamativas como la de los talentos innatos, pero sus resultados, casi con seguridad, serán mejores.