Detrás de una mascarilla, pero con una mirada que delata su sentir, Antonio Lehmann Gutiérrez dice lo que su semblante no puede ocultar más: “Siento una tristeza que raya con la vergüenza. Vergüenza de un país que tiene alto nivel de conocimiento, justicia y marco legal, y aún así tiene tanta indiferencia”.
Sin pensarlo, esas son las palabras que el gerente de Librería Lehmann verbaliza al referirse al icónico edificio del que salieron hace casi tres años. Esa edificación la adquirió y remozó su bisabuelo hace más de un siglo; la empresa cumplirá 126 años de creación en este 2022.
Para libros…Lehmann, ese fue el eslogan que caracterizó a la empresa y que se mantuvo en el antiguo edificio de bajareque (barro y palos o cañas entretejidos). Además, la venta de artículos religiosos fue el producto que inició a comercializar la marca y que todavía se mantiene en sus inventarios; el gerente se niega rotundamente a destinar una zona para abarrotes o departamental.
Ingresar a ‘La Lehmann’ en la Avenida Central significó, por más de un siglo, sumergirse entre la literatura y elegancia de su arquitectura neoclásica. Hoy, esas experiencias son recuerdos que se conservan en el edificio anexo, con una entrada convencional, pero una bienvenida elegante que solo las plumas estilográficas pueden dar y cerca un nuevo producto que refleja la realidad mundial: mascarillas KN95.
El 30 de setiembre del 2019, Lehmann Gutiérrez cerró un capítulo insostenible con el edificio de tradición familiar luego de que, tanto él como sus antepasados, lucharan por recuperar legalmente el establecimiento que tuvo que entregar su bisabuelo al sacerdote Enrique Kern bajo custodia.
El bisabuelo hizo dicha entrega porque el gobierno de Costa Rica al declararle la guerra a Japón, Italia y Alemania, durante la Segunda Guerra Mundial, envió a los Lehmann a un campo de concentración en Crystal City, Texas, Estados Unidos en la década de los 40. Kern, al ser alemán, también fue enviado al mismo sitio y entregó el bien a su ama de llaves: María Ramírez.
“Ese edificio fue comprado y construido por y para Lehmann”, aclaró Lehmann Gutiérrez entre enojo y nostalgia mientras hace un repaso a la historia que construyó su bisabuelo, abuelo y papá, todos llamados Antonio Lehmann, y la cual él lucha por conservar.
Ramírez, aunque devuelve el edificio al sacerdote, vuelve a ser su propiedad al morir Kern. Luego, esta mujer le dona el inmueble al asilo para adultos mayores Carlos María Ulloa, dueños actuales del edificio de la antigua Lehmann.
El edificio en el que se ubica actualmente ‘La Lehmann’ no es nuevo, lo compraron en 1938 y para suerte de ellos no sufrió los cambios de custodia en tiempos de guerra mundial porque la inscripción del edificio tardó años en estar a nombre del bisabuelo. Antes las estructuras del primer local y el anexo se comunicaban, ahora las divide un muro.
Antonio Lehmann Gutiérrez, novena generación y bisnieto, se habló con EF sobre cómo enfrentaron el traslado total de edificio, la pandemia, el cierre de algunas de sus sucursales y los obstáculos que históricamente superaron para mantener viva la tradición familiar.
Pensar en el fin de la marca
“Se pensó hacer el cierre, finalmente, de la empresa, porque aquí estamos lidiando contra segmentos como los libros virtuales. El papel es muy caro; entonces una empresa de estas queda sobredimensionada para lo que eran los recursos de antes”, recordó Lehmann.
Las nuevas necesidades de los consumidores impuso un reto hacia Lehmann para identificar hacia dónde dirigirse y bajo qué estructura debía trabajar para acercarse a nuevos segmentos sin salirse de su legendaria trayectoria familiar.
El traslado total a un edificio ubicado sobre calle 3, en donde circulan menos personas, sumado a que muchas personas pensaron que ‘La Lehmann’ había cerrado, provocó una caída en las ventas de un hasta un 90%.
La disminución en los ingresos generó el cierre de sucursales medio año antes de la pandemia. De diez, quedaron cuatro.
Dejar atrás el icónico edificio
“Una tristeza que raya con la vergüenza al presenciar una indiferencia tan grave, clara y contundente en la que ningún juez o político se ha preguntado ¿cómo es esto posible?”, puntualizó visiblemente afectado el gerente.
Lehmann hace referencia a que ante un error histórico en el traspaso del bien, perdieron el poder sobre lo que era propiedad de la familia y añade que la ama de llaves “María Ramírez no tenía idea de la magnitud del contenido que firmaba al hacer la donación”. La familia se dio cuenta de esa donación hasta 1979, 28 años después de que sucediera el hecho.
Aunque Ramírez intentó devolver el establecimiento a los Lehmann en cuanto regresaron del campo de concentración, no fue posible porque habían perdido todas las acciones que también entregaron bajo custodia a un accionista que era de la confianza de la familia.
Mientras Lehmann habla, los gestos que se ocultan tras la mascarilla resaltan en sus manos al hacer una referencia de manos atadas recalcando que la custodia del edificio se entregó a terceros porque su bisabuelo, abuelo y papá fueron enviados presos.
Este bisnieto regresó de Alemania, donde trabajaba, en el año 2000 para apoyar a su padre ante la depresión que le generó la sentencia que dictó el Tribunal Contencioso Administrativo: legalmente el edificio fue una donación y no pertenecía a los Lehmann.
Reclamar lo perdido
“Estamos estableciendo un andamiaje porque vamos a demandar al Estado. Esa indiferencia no se puede promover ni puede quedar así. Costa Rica tiene que indemnizar por los daños provocados a raíz de la Segunda Guerra Mundial; tienen que resarcir el daño que causó el decreto de un presidente en 1941, bajo otra Constitución, pero pasó”.
Además del despojo de los bienes, Lehmann comenta que otro de los daños causados a la familia fue que enviaron a todos al campo de concentración sin importar que, aunque el origen era alemán, su padre y abuelo eran costarricenses.
“No se lloró solamente ese día, también durante los meses que se desmontó todo. Fue triste para la familia que la integran los de sangre y los miles de colaboradores que han trabajado con nosotros”, expresó de manera pausada y en tono desanimado el gerente, quien agregó que ese sitio fue un establecimiento que proporcionó cultura y educación.
Diversificación del inventario
“Nosotros hicimos más negocio con implementos de medicina, que el resto de lo que vendemos en toda la empresa, durante los últimos años”, comentó con cara de asombro ante las nuevas necesidades que sacuden los mercados y en la cual acertó para hacer crecer a la empresa.
Pruebas psicológicas, guantes de nitrilo y mascarillas KN95 —esta última los convirtió en proveedores de la Caja Costarricense de Seguro Social— forman parte del catálogo de ventas.
Habilitar una zona de comidas, ventas de abarrotes o farmacia no son opciones válidas para este gerente que desea mantener la esencia de la librería.
Menos público
“En la Avenida Central llegaban entre 2.500 a 3.200 personas que nos visitaban diariamente. Llegamos a tener aquí (actual ubicación) ingresos de 80 personas; tener toda una infraestructura para 80 personas es de sentarse a llorar”.
Sin embargo, con firmeza, Lehmann comenta que la perseverancia los mantiene a flote diversificando la oferta pero manteniendo los orígenes intactos. Esto se refleja en la vitrina, donde comparten espacio las imágenes religiosas, libros, consolas como el Play Station 5 y las cotizadas mascarillas KN95.
Una parte de la clientela todavía no sabe que ‘La Lehmann’ se trasladó totalmente. Mientras el gerente camina por el primer piso, de fondo una pareja le pregunta a una colaboradora si todavía hay acceso para salir por la avenida central.