“Encontré en la cerámica una terapia alternativa. Siento que la cerámica me ha ayudado un montón a relajarme; con el barro uno llega, se sienta y uno nada más va dirigiendo con las manos y al final termina creando una pieza super linda que no tenías planeada y la materializaste”, contó Mariana Chacón, mientras su vista le sigue la pista a sus manos que dan forma la pieza de arcilla.
Chacón se inscribió en marzo anterior en clases de cerámica llena de curiosidad por aprender sobre este tipo arte, pero su motivo para mantenerse en el curso se fue transformando cuando ese espacio de creación se convirtió en el medio para manejar su ansiedad.
Esta ceramista en formación recibe sus lecciones en un taller llamado Barro, lugar que tiene un año de operación y que pasó de tener 25 estudiantes a 70 en cuestión de tres meses.
Ese aumento en la cantidad de alumnos también se refleja en Mariela Salvar, taller que tiene cuatro años de ofrecer cursos de cerámica y que inició con 20 estudiantes, actualmente contabiliza 220. En este sitio, nombrado igual que su fundadora, el 64,71% de las personas que reciben clases las utilizan como medio terapéutico, según un análisis hecho por estudiantes del Tecnológico de Costa Rica (TEC) como parte de una tesis universitaria.
El plan mensual o diario varía según el taller. Una clase de tres horas ronda los ¢26.000 y la mensualidad oscila entre los ¢65.000 y ¢85.000.
Por otra parte, una cita con un especialista en psicología arranca desde los ¢28.000 de acuerdo a las tarifas mínimas del Colegio de Profesionales en Psicología.
“Es una forma de psicoterapia que va a usar el arte para que colabore en los procesos de salud mental con temas que muchas veces son difíciles de apalabrar. Se logra poner en una pieza toda esa carga emocional y conforme la vamos creando ayuda a ir sanando”, explicó la psicóloga Daniela Rojas.
Esta forma de arteterapia no sustituye por completo la atención psicológica; es un complemento. Además, los talleres de cerámica no se anuncian como centro de atención de salud mental, pero son los propios alumnos quienes descubren los beneficios que aporta o bien, un especialista en psicología recomienda la actividad artística para complementar el proceso de salud que atraviesa el paciente.
Rojas advirtió que si en alguno de esos negocios se ofrece explícitamente el servicio de arteterapia, la persona encargada de impartir el curso debe tener formación que la acredite para esas labores.
Negocio terapeútico
La cerámica no tiene un perfil de estudiantes establecido. Desde niños hasta adultos mayores pasan por las clases donde ensuciarse las manos y crear es el atractivo de quienes acuden semana a semana.
El personal a cargo de brindar las clases está integrado por profesionales en artes plásticas y enseñan desde técnicas manuales hasta torno (herramienta que se utiliza para dar forma a las creaciones).
Sofía Molina inició su emprendimiento Agua Salada hace dos años. Ella estudió cerámica en la Universidad de Costa Rica (UCR) y, a su vez, se formó en arteterapia.
“Tuve la curiosidad de mezclar la cerámica con la arteterapia para ver qué pasaba”, dijo Molina. La fórmula dio resultados: en dos años de operación se han inscrito cerca de 450 personas; la mayoría utilizan la clase como terapia.
Este arte, en el que la arcilla es la protagonista, se conoce popularmente como alfarería. No obstante, las profesoras prefieren definir la actividad como la confección de cerámica y que a los creadores se les llame ceramistas debido a las técnicas de manufactura y otros procesos como la utilización de altas temperaturas en el horneado.
El proceso de creación puede demorarse semanas. Primero hay que amasar la arcilla para sacarle el aire, luego se empieza a modelar y cuando la pieza está hecha pasa a la etapa de secado por una semana.
“Cuando la pieza está seca se lleva al horno por dos o tres días. Luego pasa al proceso de esmaltado que tarda un par de horas y finalmente se lleva nuevamente al horno por dos días”, detalló Antonio Martínez, copropietario de Barro.
Martínez tiene que repite a sus alumnos cada vez que alguna pieza se quiebra durante su desarrollo o una vez finalizado: ¡Desapego!
“Hay gente que es demasiado cuadrada y demasiado dura que piensan que todo tiene que ser ya. Pero así no funciona el barro, no funciona la tierra, no funciona la vida”, expresó Martínez, quien calcula que el 40% de los estudiantes utilizan la cerámica como terapia, un 30% como hobbie y el otro 30% para hacer proyectos en específico.
De acuerdo a los distintos fundadores de estos talleres, las personas que asisten a estos espacios se maravillan al ver el resultado que sale de sus manos. Esto les da una “lección” de que pueden hacer cosas nuevas a pesar de las circunstancias que se presentan: desde quebrarse la pieza hasta que su vida personal se encuentre en un mal momento.
Mariela Salvar, dueña del taller con su mismo nombre, aseguró que hay personas que asisten a sus clases desde hace cuatro años, pero no emprenden porque se dedican a tomar esos espacios como terapia.
La cerámica se convierte, para muchas personas, en un lugar seguro en el que comparten con más estudiantes sobre este tipo de arte que les ayuda en sus procesos de crecimiento personal.
“Al principio no pensás que esto va a ser como una terapia o que te va a enseñar un montón de la vida. Esto aplica para todo; no puedo forzar una pieza, entonces no puedo forzar una situación”, concluyó Mariana Chacón, estudiante de cerámica.