Cristiano Ronaldo, Karim Benzema, Neymar y se rumora de otros más como Mohammed Salah. La Liga Profesional de Arabia Saudita es el nuevo destino de moda para los futbolistas que, en el ocaso de sus carreras, quieren exprimir un último gran cheque antes de retirarse. Allí juega, también, una figura costarricense: Óscar Duarte. Y si bien no tiene el perfil de estrella de los antes mencionados, sí se trata de un jugador internacional que ha disputado mundiales. Una ficha nada despreciable para un campeonato poco conocido.
El incentivo para irse a jugar a Medio Oriente es grande: se estima que Cristiano y Benzema ganarán alrededor de $200 millones netos al año, un número inalcanzable para hasta los clubes más grandes de Europa. A Lionel Messi lo intentaron seducir con un contrato que le garantizaba hasta $400 millones y a Kylian Mbappé con uno de $7.700 millones.
El dinero que hace posible estos fichajes lo pone el mismo gobierno saudí. ¿Pero por qué querría un país fundamentalista invertir en la exuberancia que conlleva traer estrellas mundiales a vivir en sus tierras? El crecimiento de este deporte pareciera ser una pieza más del ajedrez político de un país que quiere abrirse al mundo, pero que cuenta con un largo historial de sistemáticas violaciones a los derechos humanos, entre las que están la criminalización de la homosexualidad, la represión en contra de la mujer, las limitaciones a la libertad de expresión e, incluso, fuertes vínculos con el asesinato del periodista de The Washington Post, Jamal Khashoggi.
¿Qué es lo que está pasando?
La liga Saudí está en modo cacería de estrellas. Los fichajes de Cristiano y Benzema y N’Golo Kanté fueron solo el comienzo. Desde entonces le han seguido otros pesos pesados, encabezados principalmente por Neymar, que a sus 31 años parecía que todavía le quedaba combustible para jugar en Europa, pero que decidió fichar por el Al Hilal saudí por un contrato de dos años que podría llegar hasta los $400 millones.
Otros nombres pesados que han seguido la onerosa ruta hacia Arabia Saudita son Roberto Firmino, Sadio Mané, Jordan Henderso, Aymeric Laporte, Riyad Mahrez y Edouard Mendy, todos campeones de la Champions League en los últimos cinco años. Lo interesante es que todo apunta a que seguirán más. La última estrella en la mirilla saudí es Mohammed Salah, del Liverpool, y aunque la operación es complicada, ya se ha demostrado que este emergente liga tiene la capacidad de seducir a muchos.
Este 2023 parece ser el año en el que los saudíes irrumpen como la nueva gran chequera del mercado de fichajes.
¿De dónde viene el dinero?
El fútbol es un deporte popular en Arabia Saudita, pero de ahí a que por dividendos los clubes saudíes tengan orgánicamente la capacidad para pagar esos fichajes hay un mundo de distancia.
El dinero viene del Fondo de Inversión Público (PIF, por sus siglas en inglés), un fondo soberano que tiene como objetivo diversificar la economía saudí para dejar de ser dependiente del petróleo.
Este mes de junio se confirmó que el PIF tomará control de los cuatro equipos más grandes de Arabia Saudita: Al Ittihad, Al Hilal, Al Ahli y Al Nassr. El PIF se popularizó en la esfera futbolística en 2021, cuando adquirió el 80% de las acciones del club Newcastle United, de la Premier League inglesa.
El golf también se vio impactado por el terremoto Saudí: recientemente el fondo soberano adquirió el prestigioso PGA Tour para fusionarlo con su liga LIV. Sin embargo, el PIF no solo invierte en deporte, actualmente tiene más de $650 mil millones en activos bajo su gestión y posee acciones en gigantes como Disney, Uber, Boeing, Citigroup, entre otros.
¿Qué busca Arabia Saudita?
Los objetivos saudíes se pueden dividir en tres, pero están interconectados.
Objetivo deportivo: La liga saudí quiere ser una de las diez mejores del mundo para el 2030. De momento, está bastante lejos. Según el ranking de la agencia deportiva Twenty First Group, ocupa el puesto 58.
El plan para la temporada 2023/24 es que los cuatro equipos del PIF atraigan, como mínimo, tres jugadores de renombre mundial por club, según reporta The Athletic.
Apuntan principalmente a futbolistas mayores de 30 años que ya cumplieron un ciclo ganador en Europa. No obstante, también tienen los ojos puestos en jugadores más jóvenes que siguen en su pico de rendimiento. Un ejemplo de esto es Rúben Neves, futbolista de 26 años por el que el Al Hilal le pagó al Wolverhampton inglés cerca de $60 millones por su ficha.
Además del caso de Neves, también hay futbolistas incluso más jóvenes que ya prefirieron hacer carrera en Arabia por encima de Europa. El caso más sonado es el de Gabri Veiga, futbolista español de 21 años que, según reportó Fabrizio Romano —famoso por ser uno de los reporteros con más conexiones en el mercado futbolístico—, fichará con el Al Ahli saudí en lugar del Napoli, campeón de Italia que buscó activamente la ficha de Veiga.
Allan Saint-Maximin (26 años), Jota (24) y Sergej Milinkovic-Savic (28 años) son otros ejemplos de futbolistas relativamente jóvenes que apostaron por la liga arábica.
Objetivo económico: los planes de diversificación de la economía incluyen tener un mercado deportivo importante. Esto no es un secreto a voces; el mismo Mohammed bin Salmán, príncipe heredero y primer ministro de Arabia Saudita, lo ha admitido.
El objetivo es triplicar el valor de mercado de la liga a cerca de $2.100 millones por medio de ingresos comerciales e inversión privada, según The Athletic. Desde que se fichó a Cristiano Ronaldo, los precios de las entradas a partidos de fútbol han subido de $2,7 hasta $42.
Además, los saudíes esperan negociar contratos con televisoras europeas para que más ojos —es decir, billeteras— estén puestos en el deporte saudí. No sería extraño que pronto Arabia Saudita concurse para ser sede del Mundial de 2030 o 2034.
Objetivo político: quieren presentarse como un destino atractivo para el mundo.
Arabia Saudita históricamente ha sido conocido como un país petrolero y fundamentalista. Lejos de ese binomio, poco más se sabe dentro de la cultura popular. Sin embargo, esa imagen tiene que cambiar para que el plan de diversificación funcione.
Aquí es donde muchos ven esta apuesta por el fútbol como un clásico caso de sportwashing. Esto es cuando un grupo —en este caso un país— utiliza el deporte para lavar una reputación dañada.
Para Carlos Murillo, director del Observatorio del Desarrollo de la Universidad de Costa Rica, los saudíes se han quedado atrás de otras monarquías árabes que sí han abierto sus economías a la inversión extranjera. El caso más notorio es el de Catar, el cual ha ganado popularidad como un destino internacional incluso más allá del Mundial celebrado en 2022.
Esta joven apuesta por el fútbol ya ha dejado sus primeros frutos reputacionales al poner el país en el mapa. Al Nassr, club de Cristiano, ya tiene más seguidores en Twitter que 14 de los 20 clubes ingleses que componen la Premier League, por ejemplo.
¿Podrá cumplir esos objetivos?
Arabia Saudita no es el primer país que apuesta por un megaproyecto futbolístico. A mediados de la década pasada, China también lo intentó. Los resultados, sin embargo, no dieron réditos. No necesariamente porque el país no estuviera dispuesto a invertir —se gastaron cerca de $1.000 millones en fichajes entre 2015 y 2017—, sino porque las barreras sociopolíticas fueron demasiado grandes como para ser derribadas por el fútbol. Algo similar podría pasarle a los saudíes.
“Yo creo que esa modernización es muy difícil porque no es solo una modernización económica, sino es una de valores. Es una sociedad muy rígida, hay que obedecer y las instrucciones del sheikh (jeque) no se discuten, entonces se hace muy difícil porque la modernización requiere de innovación, de libertad de espíritu, de independencia religiosa, y eso no lo van a tener”, considera el politólogo Constantino Urcuyo.
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Arabia Saudita es una monarquía en la que las mujeres son, prácticamente, ciudadanas de segunda categoría: hasta 2018 no podían ni siquiera conducir solas. Además, la homosexualidad es un delito que puede ser penado con la muerte. A estas restricciones se les suma un gobierno reacio a la crítica que es conocido por arrestar a sus detractores.
Hay algunos elementos que podrían suavizar esta transición. Por ejemplo, se trata de una sociedad relativamente joven, un 70% de su población tiene menos de 35 años, así que existe la posibilidad de aceptar ideas más progresistas. Además, la monarquía ha sido muy vocal en su misión de convertirse en un lugar atractivo para los ojos internacionales.
Aún así, Murillo considera difícil que veamos cambios sociales pronto. “Sí va a haber algún tipo de apertura lenta, pero la monarquía es muy sólida y muy rígida en cuanto a esos controles. No podemos esperar que la apertura a aspectos deportivos, a inversiones, incluso al turismo, vaya de pronto a cambiar. En el corto y mediano plazo la sociedad saudí se va a seguir manteniendo conservadora”, dice.
¿Sobre si podrá o no el fútbol lavar la reputación saudí? Pues ahí el tiempo tendrá una mejor respuesta. Para Urcuyo, no va a ser suficiente para tapar los sistemáticos abusos contra los derechos humanos. No obstante, Murillo sí ve posible que la inversión sea lo suficientemente grande como para que eclipse su rigidez social.
“En el mundo de hoy, a la opinión pública mundial le interesa más lo cortoplacista, como el fútbol, como el espectáculo; y los gobiernos, mientras haya países que le financian proyectos como los árabes, no van a comenzar a cuestionar derechos humanos y este tipo de cosas, entonces es una jugada arriesgada, pero yo creo que a Catar le funcionó y ahora Arabia Saudita espera que le funcione”, dice Murillo.
De momento, parece que la apuesta va en serio. Habrá que esperar si perdura o si se convierte en un esfuerzo estéril como el de la liga China.