Costa Rica es un país reconocido por las playas, volcanes y parques nacionales, pero ahora también está ganando notoriedad a nivel internacional como un destino de festivales de música y bienestar.
Los primeros meses del año, cuando las lluvias están ausentes, son el marco de al menos tres grandes festivales musicales de diferente índole que posicionan al país en la escena regional y mundial, aunque estos no son los únicos.
A pesar de que los festivales defienden el impacto económico que traen a las comunidades y la relevancia del sector para Costa Rica, su organización no está ajena a las críticas.
Festivales en la costa y en la ciudad
La temporada de festivales inicia en enero, cuando Tamarindo toma protagonismo con la realización de, al menos, dos actividades relacionadas a la música electrónica.
Uno de esos es el BPM, iniciales en inglés de “bartenders, promotores, música”. El BPM empezó en 2008 en México como una especie de convención para Año Nuevo que pronto evolucionó a un festival en distintas partes del mundo, como Brasil, Dubái, Míkonos o Portugal.
Tras una búsqueda para tener una sede en la región, en 2020 se inauguró la versión del BPM en Tamarindo, Santa Cruz, la única en América Latina por ahora.
La elección de Tamarindo se dio por la disponibilidad y cantidad de servicios como alojamiento, restaurantes, seguridad, distancia del aeropuerto, además de la combinación de playa y bosque, explicó Vito Tomasicchio, cofundador del festival.
Al BPM en Tamarindo asisten unas 6.500 personas. La mayor cuota viene de Canadá y Estados Unidos. Los costarricenses son la tercera nacionalidad que más compró entradas en la edición del 2023, y la lista se completa con visitantes de Argentina, Reino Unido, Francia, España, Alemania, Italia, Brasil, Guatemala, Colombia, Perú y Suiza como los principales orígenes de los asistentes.
El crecimiento del festival en Tamarindo está amarrado a la oferta de servicios de esa localidad, manifestó Tomasicchio, por lo que el BPM crecerá conforme lo haga ese catálogo. La organización tiene datos para afirmar que durante el festival Tamarindo se queda corto y la onda se expande a lugares como Playa Grande o Playas del Coco.
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Aunque la del 2024 será apenas la tercera edición del BPM en Costa Rica, el festival ve más oportunidades.
“Es un mercado más nuevo para nosotros pero al mismo tiempo familiar basado en destinos anteriores (...). Nos sentimos muy cerca de casa. Queremos hacer dos ediciones, además de enero, también estamos pensando en la edición de Semana Santa”, aseguró el cofundador, quien agregó que existe la posibilidad de hacer cada año en San José un evento previo al BPM.
En febrero el Picnic se hace con la atención.
Picnic apareció en 2015 como un evento más conceptual, de un día, en el que se combinaba música y gastronomía en San Rafael de Alajuela y 2.000 personas disfrutaban con mantas en el césped, haciendo honor a su nombre.
“No fue tan buen negocio. Prácticamente en ese momento esa pérdida casi quebró la empresa”, contó Adrián Gutiérrez, gerente general de Jogo, empresa productora del festival.
No obstante, algunos patrocinadores impulsaron a Jogo a mantener vivo el proyecto, solo que adecuando la música para masificarlo. Con el paso de los años, y a las puertas de la octava edición en 2024, Picnic ha pasado a ser el festival más grande del país, con cinco tarimas.
Picnic fue el último evento masivo en Costa Rica en 2020, antes de la pandemia, y el primero una vez finalizadas las restricciones en 2022, año en el que volvió como un festival de dos días.
“En el 2023 aumentamos el aforo y todavía se vendió más rápido que en el 2022″.
— Adrián Gutiérrez, gerente general de Jogo.
Picnic recibió en 2023 a 35.000 personas por día, número que se mantiene para 2024. Esa cifra coloca al festival como el más masivo de Centroamérica, según Gutiérrez, y cercano a otros eventos como Baja Beach, en México, o al Estereo Picnic, en Colombia.
No obstante, Gutierrez reconoce que el crecimiento en el mercado tico está cerca de su tope, por lo que la apuesta de Jogo está dirigida a la región. La meta es incrementar la asistencia a unas 50.000 personas por día.
Luego del Picnic, el siguiente festival internacional que toma lugar en el país es el Envision, en Uvita.
El Envision es el más longevo de los tres festivales. Su primera edición se hizo en 2011, en Dominical, con la intención de replicar en Costa Rica la experiencia integral de otros “festivales de transformación” que mezclan música, danza y yoga en un concepto de bienestar, similar al Burning Man que se realiza en Nevada, Estados Unidos.
“Más que un festival es un movimiento experiencial que te permite expandir la conciencia y abrirse a la diversidad y riqueza cultural”, resumió Luigi Jiménez, manager de Comunicación del Envision.
Desde esa primera edición el festival ha crecido en días: de cuatro a siete, y en asistencia: de 700 a unas 5.000 personas, el 80% de ellas extranjeras. Jiménez ve más margen para aumentar el aforo, pero dependerá de las condiciones del entorno, por ejemplo en la capacidad de Uvita para acoger a los visitantes.
“Envision es un festival único en el mundo por su riqueza natural y cultural”.
— Luigi Jiménez, manager de Comunicación del Envision.
El Envision tendrá en 2024 su edición número 12 y contará con siete tarimas en las que se presentarán no solo DJs y bandas, sino también charlas de salud y otros temas de bienestar.
Los tres festivales reúnen a decenas de artistas nacionales e internacionales en una logística compleja que se concreta con la develación del lineup o el cartel de artistas. En esos meses el nombre de Costa Rica suena en diferentes latitudes.
En el caso de Picnic y Envision, sus esfuerzos están enfocados en posicionar los eventos a nivel internacional por lo que hacen activaciones o acuden a ferias en el exterior.
“Cuando se habla de Envision en cualquier parte del mundo, entre personas que van a festivales, siempre alguien te va a decir ‘quiero ir, lo he escuchado’”, dijo Jiménez.
Picnic, además, está cambiando su enfoque hacia la exposición de Costa Rica como destino, más allá de la promoción del festival.
En el caso del BPM, apuntan a un mercado que esté a una distancia de entre dos y cinco horas de vuelo. Además, intentan incluir en el lineup artistas que pocas veces están presentes en América Latina.
La huella en las economías locales
Los tres festivales generan una onda expansiva en las economías de sus comunidades que aún es difícil de cuantificar.
El BPM ha contratado estudios para poner cifras a ese impacto económico en Tamarindo, en elementos como hospedaje, tiquetes aéreos y otros, pero los datos no fueron compartidos con este medio al cierre de edición.
“Por mucho que seamos un festival de música, me gustaría pensar que también somos una oportunidad económica para la comunidad”, expresó Tomasicchio.
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Picnic seguirá los pasos del BPM y para la edición del 2024 contratará a un profesional que cuantificará el derrame económico del festival en Belén. El evento genera entre 2.500 y 3.000 empleos directos para la operación.
La Municipalidad de Belén comentó que los tributos y los incentivos comerciales están entre los principales ingresos que le genera Picnic. Entre el año pasado y este, Picnic le ha generado entre ¢20 millones y 30 millones al gobierno belenita por razón de montos de espectáculos públicos, patentes temporales y licores, fondos que se usan en proyectos de desarrollo social e infraestructura.
El Envision aún carece de una medición específica de la huella que deja el festival en la economía de Uvita, pero Jiménez mencionó que representa la época de más alta ocupación en la zona, algo que confirmó Maicol Rugama, encargado de Turismo de la Municipalidad de Osa.
La Oficina de Patentes de dicha municipalidad detalló que en 2023 el Envision representó casi ¢21 millones en ingresos por impuestos municipales, monto que podría crecer para el próximo año.
El ente local tiene una visión agridulce sobre el evento. Rugama elogió el cumplimiento de la organización del festival en cuanto a trámites y permisos, así como la exposición que genera a nivel internacional de Uvita.
No obstante, el funcionario indicó que todos los años en las fechas del festival se incrementan los incidentes de inseguridad y las emergencias hospitalarias, aunque sin establecer una causalidad directa con el evento.
Críticas
Estos megaeventos que ocurren en tres distintas partes del país acarrean algunos puntos de discordia a distintos niveles.
El Envision, por ejemplo, ha sufrido críticas en dos flancos: el costo de las entradas que algunas personas consideran “elevado y poco accesible para locales y, por otro lado, la relación del evento con su entorno, la cual algunos comentarios en redes sociales denominan “invasión”.
El precio de la entrada general para los siete días arranca en los $629 más recargos y la admisión VIP está en $1.039 más recargos, según se consigna en el sitio web.
Jiménez puntualizó en que hay un precio especial para ticos y centroamericanos. Además, argumentó que una producción como la de Envision se paga casi por completo con tiquetes, por lo que el costo es “alto” para tener una “producción de calidad mundial”, como ocurre en otros festivales.
El representante admitió que han enfrentado de parte de la iglesia evangélica local una oposición a la organización del festival. Además, el encargado de Turismo de la Municipalidad de Osa mencionó que ha habido casos de intolerancia a la diversidad cultural que promueve Envision.
En el caso del Picnic, parte de las críticas que se observan en las redes sociales están más relacionadas a la dinámica misma del festival. Decenas de personas han criticado la conformación del cartel de artistas.
Gutiérrez, de Jogo, reconoció que han visto estos reclamos, pero adujo que la mezcla de artistas les ha funcionado como forma de atraer a distintos públicos al evento.
“A mí me da risa cuando la gente pone ‘es que este va a chocar con este’. El festival se trata de ir a oír música. Para nosotros eso ha sido la parte más dura, crear la cultura de festival”, comentó el gerente.
Ya sea en el bosque, la playa o la ciudad, Costa Rica se activa en los primeros meses de cada año para ofrecer tres festivales internacionales que los costarricenses se animan cada vez más a explorar.