El principal rival de un candidato presidencial son sus oponentes. Pero las campañas arrojan otros personajes que más que consejeros o asesores, terminan obstaculizando el alcance de los objetivos, y van emergiendo los errores de la propia campaña.
Comenzamos enlistando a los políticos que acompañan al candidato. Los hay pragmáticos que usualmente ven las ramas no el bosque, sin ir más allá de lo inmediato. Recordemos que a la táctica precede la estrategia y la principal debilidad de algunos políticos es la improvisación.
El segundo puesto lo ocupan comunicadores. Está el publicista narcisista enamorado de su eslogan, pero lejos de entender las diferencias entre el mercadeo de consumo y el mercadeo electoral, confusión inadmisible en términos de comunicación política. Por otra parte, el encargado de prensa debe poseer una red de contactos periodísticos, anticipar preguntas y reacciones, imaginar escenarios de cobertura y adentrarse en el mundo digital. No se trata de redactar solo comunicados.
Por supuesto asiste a esta pasarela el encuestador metido a estratega, quien hace de pitonisa infalible a partir de un sondeo, cuando más bien es un radiólogo, identifica el problema, pero no es el médico tratante que conoce el arsenal terapéutico y la historia clínica.
Un cuarto escalafón pertenece a esos que, luego de aportar algunas buenas ideas, de súbito se autodenominan estrategas, como si el proceso electoral fuera un juego de mesa. Todo lo contrario, es preciso conocer la política concreta, procesos cantonales y vida interna del partido.
Una campaña tiene que ser integral, uniendo diversos factores del análisis y de la acción. El oponente es solo un frente de batalla, los errores propios pueden convertirse en enemigos. El candidato requiere equipos de respuesta rápida a la fricción con los rivales, gladiadores que soporten el peso de las iniciativas, reacciones y atención de temas emergentes, un sólido equipo que se distribuya las tareas, a lo largo del proceso electoral.