Los actores gubernamentales, asediados por su caída en las encuestas, explican con argumentos débiles las causas del derrumbe.
La frase “hubiese sido peor con el otro candidato”, justifica una intención de voto en la segunda vuelta, pero no aclara la pérdida de legitimidad posterior, derivada de acciones del Gobierno.
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Otra versión de esta narrativa es que la culpa es de gobiernos anteriores, “no fuimos nosotros”. ¿Incluyen ahí al gobierno de Solís y al PAC? Por esa vía podría continuarse hasta el infinito, todos los gobiernos han cometido errores. Fácil manera de evadir responsabilidades.
Una tesis de moda es acusar a las huelgas. El ministro de Seguridad llevó el argumento al absurdo al atribuirles el aumento en homicidios, con flagrante olvido de la dimensión socioeconómica y del crimen organizado.
Enojo presidencial
Enojado, el Presidente recurre al reduccionismo y la subjetividad, endosando los problemas a la vagabundería. De comprobarse su existencia, habría que buscar las causas de tal desidia, no postularla como factor independiente.
Asimismo, apelan a factores como pesimismo y desánimo, que también deberían profundizarse. La incertidumbre no tiene vida propia, se demuestra desde otras dimensiones.
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Lo que sí parece claro es que si bien se adoptaron medidas fiscales adecuadas, la reactivación económica es materia aplazada e incide fuertemente sobre la percepción ciudadana.
En días recientes, el nuevo personaje dentro del discurso gubernamental es la desaceleración de la economía mundial, provocando que el economista Luis Mesalles llame al Gobierno a ver hacia adentro antes de preocuparse por sucesos externos.
No es con disculpas pueriles que saldremos adelante. Basta de pretextos, evasiones y enojos, exijamos rigurosidad en el análisis y resultados.